El 26 de abril se cumplen 36 años del accidente de Chernóbil. Ese día el reactor número cuatro de la central nuclear ubicada en el norte de Ucrania, a unos 30 kilómetros de Bielorrusia, durante una prueba de seguridad de baja potencia, explotó y expandio a la atmosfera enormes y peligrosas cantidades de radiación. 

Sumario

 

Previamente a la guerra en Ucrania, ya trabajábamos en un reportaje para el cual nos desplazamos a la zona y pudimos recoger varios testimonios de personas que aún viven en esa región, a unos 30 kilómetros de la central de Chernóbil

 
Mapa de la extensión de la contaminación nuclear de la radiación resultante del accidente de la central nuclear de Chernóbil / Imagen: EcoAvant.com Mapa de la extensión de la contaminación nuclear de la radiación resultante del accidente de la central nuclear de Chernóbil / Imagen: EcoAvant.com

A finales de febrero de este año se inició la invasión rusa de Ucrania. Tan solo unas horas más tarde, al día siguiente, Rusia anunciaba que había tomado las instalaciones atómicas ucranianas, reviviendo el fantasma y el miedo al peor siniestro nuclear de la historia.

A pesar de ello, el personal técnico habitual siguió operando en el mantenimiento de la planta tal como confirmaba (1) el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). El mismo que en su momento ya advirtió de los peligros que conllevaban los ataques del ejército ruso.

La vice primera ministra de Ucrania, Irina Vereshchuk, fue más lejos y tildó las acciones militares comandadas por el Kremlin de "irresponsables y poco profesionales" porque suponían "una amenaza muy grave no sólo para Ucrania, sino también para cientos de millones de europeos".

A pesar de que en un inicio las autoridades ucranianas apuntaron a un aumento "significativo" de los niveles de radiación en la zona de exclusión, hasta donde se conoce, actualmente se encuentraba dentro de lo que se consideran parámetros seguros para lo que es el lugar.

Pero el gran susto se produjo el día 4 de marzo cuando un bombardeo ruso provocó un incendio en la central nuclear de Zaporiyia, en el sur de Ucrania, la más grande de Europa, y la tercera del mundo de mayor tamaño

Pero el gran susto se produjo el día 4 de marzo cuando un bombardeo ruso provocó un incendio en la central nuclear de Zaporiyia, en el sur de Ucrania, la más grande de Europa, y la tercera del mundo de mayor tamaño. Sobre todo, después de las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dimitro Kuleba, en las que advertía que si el complejo atómico estallaba las consecuencias serían “10 veces mayores que las de Chernóbil". Propaganda de guerra o no, lo cierto es que cundió el pánico gracias al trabajo ciertamente alarmista de muchos medios de comunicación.

Más recientemente, los servicios de inteligencia de Estados Unidos afirmaban haber detectado la retirada de tropas rusas de la central nuclear de Chernóbil en lo que consideran una operación de reposicionamiento de los efectivos militares en torno a Kiev, la capital ucraniana.

Según las autoridades ucranianas, desde entonces no han podido reestablecer los sistemas de vigilancia debido a la falta de electricidad y de servidores.

Mientras, Rusia ha evacuado a cerca de 300 soldados con altas dosis de radiactividad por haber estado atrincherados en el Bosque Rojo en los alrededores de la planta.

La realidad es que la ciudadanía en general teme por un posible escenario de consecuencias nucleares, ya no solo por un accidente en algunas de las centrales, sino por una posible escalada nuclear.

De eso, ya se encargaron el presidente de Rusia, Vladimir Putin, cuando puso en alerta las fuerzas nucleares de la Federeción de Rusia y  su homologo de Estados Unidos, Joe Biden, cuando se refirió al respecto con una tercera guerra mundial.

Dicho clima preapocalíptico atómico ha creado una gran oportunidad de negocio que ya ha disparado la venta de búnkeres y de equipos de protección contra la contaminación nuclear.

Se estima que mientras el núcleo del reactor cuatro ardía durante la hecatombe de Chernóbil, el viento extendió el 70% de los residuos radioactivos a Bielorrusia y contaminó hasta una cuarta parte del país

Al margen de la guerra en Ucrania y los nuevos temores, se estima que mientras el núcleo del reactor cuatro ardía durante la hecatombe de Chernóbil, el viento extendió el 70% de los residuos radioactivos a Bielorrusia y contaminó hasta una cuarta parte del país que se desplazaron hasta poblaciones, donde todavía hoy sobreviven personas, en lo que queda de ellas.

Desde EcoAvant.com, previamente a la guerra en Ucrania, ya trabajábamos en un reportaje para el cual nos acercamos a la zona y pudimos recoger varios testimonios y material gráfico de vecinos que aún viven en esa región de la frontera de Bielorrusia con Ucrania, a unos 30 kilómetros de los residuos radioactivos resultantes del accidente de la central de Chernóbil. 

Juzga tú, lector, sobre lo que encontramos.

 

Guerra en Ucrania

 

Edificio destruido en la ciudad ucraniana de Mariúpol / Foto: EP Edificio destruido en la ciudad ucraniana de Mariúpol / Foto: EP

Para entender el conflicto en Ucrania hay que remontarse como mínimo al año 2013 cuando el entonces presidente en funciones Viktor Yanukóvich cancelaba la firma de un acuerdo comercial con la Unión Europea (UE), y presentaba una asociación con Rusia como contrapartida. Este hecho, provocó fuertes protestas en las calles que finalizaron con su destitución.

La escalada de tensión fue creciendo, y en febrero de 2014 se produjeron graves enfrentamientos entre los defensores de la unidad de Ucrania, partidarios de los acuerdos con la UE y los prorrusos. En marzo del mismo año se realizó un referéndum sobre la anexión de Crimea a Rusia y después de un resultado favorable en un 97%, se llevó a cabo.

El 24 de febrero las tropas rusas desembarcaban en Odessa y la artillería bombardeaba aeródromos y depósitos de las ciudades de Kiev (capital), Járkov y Dnipró: así empezaba la guerra en Ucrania

En mayo de 2014 tuvieron lugar diferentes movilizaciones en el este de Ucrania, conocida como región del Donbás, en Donestk y Lugansk, que sembrarían la semilla de la guerra en la que se encuentra actualmente Ucrania a pesar de los Acuerdos de Minsk firmados en ese mismo año y el siguiente; para evitar, precisamente, el escenario bélico actual.

El 21 de febrero de 2022, Rusia reconoció como estados soberanos a Donestk y Lugansk, a través de una retrasmisión en directo. Después autorizó a las tropas rusas a cruzar los nuevos territorios independientes de Ucrania para el “mantenimiento de la paz”.

Tres días después, el 24 de febrero, tal como había anunciado Vladimir Putin, las tropas rusas desembarcaban en Odessa y la artillería bombardeaba aeródromos y depósitos de las ciudades de Kiev (capital), Járkov y Dnipró: así empezaba la guerra en Ucrania.

 

Alexander Lukashenko, aliado estratégico de Rusia

 

Los presidentes de Rusia y Bielorrusia, Vladimir Putin y Alexander Lukashenko / Foto: EP Los presidentes de Rusia y Bielorrusia, Vladimir Putin y Alexander Lukashenko / Foto: EP

Alexander Lukashenko ha negado una y otra vez la implicación de Bielorrusia en el ataque de Rusia a Ucrania, después de haber sido acusada de participar en la incursión. Sobre todo, después de las amonestaciones dentro del marco de paquetes sancionadores de la Unión Europea y Estados Unidos.

Antes del ataque, Lukashenko declaraba que “Bielorrusia no se quedaría al margen” en una demostración de lealtad a Vladimir Putin ante una futura guerra en Ucrania, contradiciendose a sí mismo.

Por el contrario, después, el dirigente bielorruso argumentaba que "no tenemos nada que hacer allí" ya que "no hemos sido invitados", en referencia la ofensiva al país vecino; quien también afirma que tanto Minsk como Moscú pueden prescindir de los aliados ya que la situación supone una oportunidad para reorientarse en el terreno económico.

Si ustedes [Occidente] transfieren armas nucleares a Polonia o Lituania, a nuestras fronteras, entonces recurriré a Putin para recuperar las armas nucleares que entregué sin condiciones en 1994

ALEXANDER LUKASHENKO, presidente de Bielorrusia

Por otro lado, Alexander Lukashenko arguyó que si Vladimir Putin no hubiera iniciado la invasión de Ucrania, los ucranianos “habrían atacado” a los ejércitos rusos y bielorrusos durante las operaciones conjuntas llevadas a cabo escasas semanas antes de la guerra. 

A pesar de su pretendida y aparente postura mediadora en el conflicto, las fuerzas militares rusas que iniciaron los ataques en territorio ucraniano lo hicieron desde Bielorrusia y bajo su permisividad.

El líder bielorruso, por un lado, organiza negociaciones entre delegaciones ucranianas y rusas, y por el otro, sirve a los intereses del Vladimir Putin en sus pretensiones geoestratégicas con medidas como un cambio de Constitución para poder volver a albergar armas nucleares en el pais de Europa Oriental.

A la salida de una sede electoral después de la modificación constitucional, Lukashenko resumía la situación de la siguiente manera: "Si ustedes [Occidente] transfieren armas nucleares a Polonia o Lituania, a nuestras fronteras, entonces recurriré a Putin para recuperar las armas nucleares que entregué sin condiciones en 1994".

 

"El último dictador de Europa"

 

El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, sin máscarilla, visita un hospital de Minsk para pacientes de la pandemia de covid-19 / Foto: The Conversation El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, sin máscarilla, visita un hospital de Minsk para pacientes de la pandemia de covid-19 / Foto: The Conversation

En el año 2003, en una entrevista de una radio bielorrusa, Alexander Lukashenko, se definía como gobernante de la siguiente manera: "Mi posición y el Estado nunca me permitirán llegar a ser un dictador... pero gobernar con estilo autoritario es una característica mía y siempre lo he admitido".  El paso de los años y las consecutivas citas electorales le han valido el apodo de "el último dictador de Europa", entre sus críticos y opositores.

Alexander Lukashenko, gobierna Bielorrusia con mano de hierro desde que se instalara en el poder con un régimen en la órbita de Moscú, hace ya 28 años. El 9 de agosto de 2020 tuvieron lugar las elecciones presidenciales en las que Lukashenko se postuló para su sexto mandato consecutivo desde 1991. No sin que tuviera lugar una gran ola de protestas por todo el país que fue sofocada con gran escalada de violencia, torturas y durísimas penas de prisión, tal como recogen diferentes informes de derechos humanos como los de Amnistia Internacional (2).

Bielorrusia es un país de arquitectura estalinista sin litoral y cuya capital es Minsk. El colosal cuartel general la KGB –último país donde funciona– que se erige sobre la Plaza de la Independencia, recuerda lo que fue la sede de la inteligencia de la Unión Soviética (URSS). Los idiomas oficiales del país de Europa Oriental es el ruso (70%) y el bielorruso (30%), los dos estrechamente relacionados con el ucraniano. Actualmente, se conservan símbolos soviéticos y muchas calles y avenidas mantienen los nombres de héroes soviéticos, así como efemérides de tiempos de gloria.

El autócrata Alexander Lukashenko controla el 72% de la economía del país y una élite de oligarcas afines al régimen decide qué empresa puede instalarse en Bielorrusia y cuál no. El 65% de la población bielorrusa trabaja para el Estado

La política institucional de Bielorrusia es de habla rusa y afín a la Rusia de Vladimir Putin que rechaza la influencia de la Unión Europea, mientras que la oposición política habla mayoritariamente bielorruso, porta símbolos presoviéticos y anhela formar parte de la Unión Europea.

Bielorrusia, que significa la Rusia Blanca, está situada en el extremo este europeo y formó parte de la Unión Soviética (URSS) hasta el declive de los países de índole comunista en Europa, a principios de la década de los 90, del pasado siglo. Desde entonces, la también conocida como República de Belarús, es un estado independiente con 9,5 millones de habitantes que ocupa el número 50 del mundo en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) para clasificar los países por esperanza de vida, educación e ingresos per cápita.

El gobierno encabezado por el autócrata Alexander Lukashenko controla el 72% de la economía del país y una élite de oligarcas afines al régimen decide qué empresa puede instalarse en Bielorrusia y cuál no. El 65% de la población bielorrusa trabaja para el Estado: si se rebelasen contra él, perderían sus empleos o serían señalados desde su propio trabajo.

 

Las consecuencias del accidente nuclear, un tabú

 

Los restos y enseres que muchos de los vecinos de los pueblos más cercanos en Bielorrusia a la frontera con Ucrania dejaron atrás, todavía se pueden ver hoy en las viviendas deshabitadas / Foto: Alfons Rodríguez Los restos y enseres que muchos de los vecinos de los pueblos más cercanos en Bielorrusia a la frontera con Ucrania dejaron atrás, todavía se pueden ver hoy en las viviendas deshabitadas / Foto: Alfons Rodríguez

Siempre hay quien no se conforma. Los que no están de acuerdo con esta situación, están bajo la atenta y amenazadora observación de las instituciones. Bielorrusia tiene la mayor proporción de policías por habitante del mundo, según ha denunciado en reiteradas ocasiones la oposición del Partido Socialista. La hermana de la líder opositora encarcelada en Minsk durante las portestas de 2020, María Kolésnikova así lo corroboraba: "Bielorrusia se ha convertido en un Estado policial”.

Eso sin contar que sus servicios secretos, la KGB, están dentro de cada segmento social: sindicatos, prensa, asociaciones, centros culturales o despachos de abogados, por ejemplo. Las cifras dicen que, extraoficialmente, el 27% de los bielorrusos apoyan a Lukashenko. Pero el porcentaje que llama la atención es el inverso: sólo el 5% de los bielorrusos apoya a los opositores.

Alexander Lukashenko llegó al poder de forma democrática ocho años después de la catástrofe nuclear de Chernóbil. Ganó las elecciones de 1994, tres años después de que Bielorrusia se independizara de la URSS. El accidente –hay que recordar–, tuvo lugar cuando Bielorrusia pertenecía todavía a la Unión Soviética.

Un ejemplo claro del hermetismo propio de las dictaduras o regímenes autocráticos es en este caso el de la ocultación de las consecuencias de Chernóbil

En 1995 se organizó un referéndum –que muchos han calificado de “farsa”– tras el que se impusieron normas como el uso del ruso de forma cooficial, se recuperó la bandera soviética y se integró la economía bielorrusa en la madre Rusia. La sumisión a cambio del poder estaba asegurada.

En agosto de 2020, se celebraron las últimas elecciones presidenciales. Lukashenko obtuvo más del 80% de los votos y extendió su legislatura en un sexto mandato. Por supuesto, la legitimidad del resultado fue discutida y protestada (3). Recientemente, en diciembre de 2021, un tribunal bielorruso condenó al líder opositor, Serguei Tijanovski, a 18 años de cárcel (4). Le acusa de organizar disturbios masivos antes de las elecciones del 2020 para apoyar a su esposa, también opositora al régimen de Lukashenko y seguida por millones de ciudadanos bielorrusos.

Un ejemplo claro del hermetismo propio de las dictaduras o regímenes autocráticos es en este caso el de la ocultación de las consecuencias de Chernóbil. La catástrofe y sus efectos siempre han sido un tabú para Bielorrusia, que trata de ocultar este capítulo de la Historia para defender intereses y reputación de su aliada y protectora Rusia. Para blanquear su gestión del tema y facilitar el camino a futuros proyectos nucleares de inversión rusa.

 

Chernóbil voló al norte

 

Además de en toda la zona de exclusión, a lo largo de toda el área afectada de la región de Gomel, en el sureste de Bielorrusia, existen cuantiosos cárteles que indican la radiación / Foto: Alfons Rodríguez Además de en toda la zona de exclusión, a lo largo de toda el área afectada de la región de Gomel, en el sureste de Bielorrusia, existen cuantiosos cárteles que indican la radiación / Foto: Alfons Rodríguez

Nadie podía imaginarlo. El 26 de abril de 1986 el reactor número 4 de la central de Chernóbil experimentó un súbito aumento de potencia que sobrecalentó el reactor nuclear y produjo una explosión de hidrógeno en su interior. La deflagración voló la estructura de hormigón del reactor y dejó el núcleo a cielo abierto: los primeros helicópteros soviéticos que sobrevolaron el lugar contemplaron un núcleo radiactivo a la vista, con grafito ardiendo al rojo vivo y combustible bullendo a 2.500 grados centígrados. Tenía lugar la mayor catástrofe nuclear de la historia.

Tras la explosión, el viento y la lluvia empujarían la radiación hacia el sur de Bielorrusia donde varios estudios estiman que fue receptor de entre el 60 y el 70% de la radioactividad

Aunque Chernóbil se encuentra en Ucrania, la central está a unos 30 kilómetros de la frontera con Bielorrusia. Tras la explosión, el viento y la lluvia empujarían la radiación hacia el sur del país vecino donde varios estudios estiman que fue receptor de entre el 60 y el 70% de la radioactividad y donde se tuvieron que desalojar a cerca de 300.000 personas.

Hoy, Bielorrusia sigue siendo la región más afectado por la radiactividad. Existe una zona de exclusión al sur de Gomel a la que está prohibido acceder debido a los altos niveles de contaminación. Justo antes de esa área, se hallan los últimos pueblos habitados. Sus vecinos conviven como pueden con la contaminación nuclear. Conforman una especie de línea de localidades en la región de Gomel, al sur de Bielorrusia, que dibujan la última frontera habitada antes de la zona de exclusión.

 

Krasniahia, un pueblo en la última frontera

 

Iván y Vera Shilets viven en Krasniahia a 40 kilómetros de Chernóbil, permanecieron en su hogar tras el accidente. Iván trabajaba en una granja estatal / Foto: Alfons Rodríguez Iván y Vera Shilets viven en Krasniahia a 40 kilómetros de Chernóbil, permanecieron en su hogar tras el accidente. Iván trabajaba en una granja estatal / Foto: Alfons Rodríguez

Krasniahia es uno de esos pueblos.  La aldea está situada a 40 kilómetros de la central nuclear. De las 20 casas que conforman Krasniahia, sólo una está habitada. Ivan Shilets y su mujer Vera son los dueños. Ambos tienen 88 años, son menudos y no dejan de sonreír sentados en la cama de su habitación. Ivan, de cejas blancas pobladas y las manos arrugadas y grandes, recuerda bien el día de la explosión nuclear.

Llamaron a mi puerta. Era el jefe de la granja estatal en la que trabajaba. Me dijo que había un incendio en la central y que tenía que ir a Chernóbil a evacuar el ganado. No me explicó nada más

IVAN SHILLETS,  vecino de Krasiniahia, a  40 kilómetros de la  central de Chernóbil

“Llamaron a mi puerta. Era el jefe de la granja estatal en la que trabajaba. Me dijo que había un incendio en la central y que tenía que ir a Chernóbil a evacuar el ganado. No me explicó nada más”, rememora Shilets.

Ivan cogió una rudimentaria furgoneta y se acercó a la central para sacar de allí sus ovejas. En el trayecto se cruzó con numerosos convoyes militares y sobre su cabeza zumbaban los helicópteros. Cuando terminó su misión, regresó a casa y se acostó sin saber qué estaba pasando. Tendrían que pasar varias semanas hasta que el gobierno de la URSS les explicase a sus vecinos lo sucedido.

Los vecinos de Krasniahia fueron evacuados en los siguientes días, pero Ivan y Vera se negaron a dejar su casa.

Los que se fueron y se realojaron en Minsk están hoy todos muertos. Se murieron de la pena. Nosotros estamos bien

IVAN SHILETS, vecino de Krasiniahia, a 40 kilómetros de la central de Chernóbil

“Los que se fueron y se realojaron en Minsk están hoy todos muertos. Se murieron de la pena. Nosotros estamos bien”, relata Ivan Shilets.

Decenas de aldeas lucen casas abandonadas, con los muebles cubiertos de polvo, mesas puestas y muñecas en el suelo con tierra en la cara. Como si todos hubieran salido de allí corriendo, con lo puesto. El paisaje de alrededor resulta también inquietante: el silencio es permanente, con enormes bosques donde los medidores de radiación comienzan a pitar. La radiación es una amenaza invisible, escondida entre la quietud del paisaje. La amenaza que no se deja ver. Y, entre el abandono, los que decidieron quedarse. Los últimos vecinos antes de llegar a Chernóbil que padecen, 30 años después, los efectos de la radiación.

 

Ivankova y Stralichava, otras de las aldeas fronterizas

 

Cuatro vecinas de Stralichava pasan la tarde junto a sus viviendas. La aldea perdió gran parte de sus habitantes. Los que se quedaron suelen sufrir las consecuencias: tiroides, tumores, problemas neuronales y otras secuelas / Foto: Alfons Rodríguez Cuatro vecinas de Stralichava pasan la tarde junto a sus viviendas. La aldea perdió gran parte de sus habitantes. Los que se quedaron suelen sufrir las consecuencias: tiroides, tumores, problemas neuronales y otras secuelas / Foto: Alfons Rodríguez

En Ivankova, otra de las aldeas fronterizas con Chernóbil, sólo quedan Alexandr Turchin y su madre. Las casas están cerradas con candado, con la vegetación creciendo en los tejados y entre las paredes medio derruidas. El medidor de radiación alerta de un nivel de 0,90 micro sieverts por hora, cuando el límite de lo saludable se sitúa en 0,30. 

Turchin está plantando patatas. Cuando termina, se sienta en una banqueta de madera en su cocina, se seca el surdor  de la frente con la gorra y explica su situación mientras bebe un vaso de agua.

“Padezco daños neuronales que me hacen perder la memoria. A veces no me reconozco a mí mismo en el espejo. Es por culpa de la radiación. Mi mujer me abandonó por esto y se llevó a mis hijos. Y nadie me ayuda. El gobierno no me facilita trasladarme de aquí porque dice que lo que me pasa no tiene nada que ver con la radiactividad”, espeta Alexandr Turchin.

Me operaron de tiroides dos veces, dice. Tengo diabetes y dolor crónico de huesos. Las autoridades dicen que es por mi edad, que no tiene nada que ver con Chernóbil

ALLA  TOLIMACH, vecina de Stralichava, también cercana a la central de Chernóbil

Cerca de allí, en otra aldea semiabandonada llamada Stralichava, cuatro mujeres con pañuelos en la cabeza y bastones en la mano gastan la tarde sentadas en un banco. A su alrededor, un grupo de gallinas picotean el suelo ajenas al elevado nivel de radiación en el ambiente.

Alla Tolimach toma la palabra. Se queja de que el gobierno no les presta atención y explica: “Me operaron de tiroides dos veces, dice. Tengo diabetes y dolor crónico de huesos. Las autoridades dicen que es por mi edad, que no tiene nada que ver con Chernóbil”.

Alla es un caso muy común en el sur de Gomel. Son pocos los vecinos que no padecen de tiroides, tumores, dolores o problemas neuronales. Ninguno es reconocido de forma oficial como víctima de la radiación.

 

“La humanidad desaparecerá antes que la radiactividad”

 

Un aula en la escuela abandonada cercana a Buda Koshelenko. Zona afectada por la radiación del accidente de Chernobil.Esta escuela fue abandonada años después / Foto: Alfons Rodríguez Un aula en la escuela abandonada cercana a Buda Koshelenko. Zona afectada por la radiación del accidente de Chernobil. Esta escuela fue abandonada años después / Foto: Alfons Rodríguez

La radiación del accidente de Chernóbil tardará hasta 300.000 años en desaparecer. Según el gobierno bielorruso, el número de muertos debido a la explosión nuclear es de 50. Los estudios independientes aplastan esta cifra bajo muchos ceros. Uno de los más fiables es el dirigido por el experto medioambiental ruso Alexey Yablokov, titulado Consecuencias de la catástrofe de Chernóbil en la población y el entorno (5). Usando un modelo matemático, el estudio analiza las víctimas directas tras la explosión y también los muertos en los años posteriores debido a enfermedades y dolencias heredadas. El resultado final estima en 1,4 millones los afectados, de los que 800.000 han muerto por culpa de la radiactividad. Algo más que los 50 que admite Minsk.  

Lo más peligroso de la contaminación radiactiva es la herencia genética. Un vecino contaminado que se va a vivir a España o a Italia, tiene hijos ahí, y habrá llevado la contaminación radiactiva a esos países. Y esos hijos la trasladarán a sus nietos

ALEXEY NESTERENKO, Instituto de Radioprotección de Bielorrusia (BELRAD)

El director del Instituto de Radioprotección de Bielorrusia (BELRAD) –una institución independiente que estudia los efectos de la catástrofe–, Alexey Nesterenko, explica que “lo más peligroso de la contaminación radiactiva es la herencia genética. Un vecino contaminado que se va a vivir a España o a Italia, tiene hijos ahí, y habrá llevado la contaminación radiactiva a esos países. Y esos hijos la trasladarán a sus nietos".

Nestesenko va más allá: “Los efectos de la radiación de bajo nivel sobre la salud humana no se conocen todavía. Hay elementos radiactivos que tardarán miles de años en desintegrarse. Y cuando lo hagan, no sabemos cuáles serán las consecuencias. Personalmente, opino que la humanidad desaparecerá antes que la radiactividad”.

 

El embarazo, un legado radioactivo

 

Cementerio de Gubarevichi, un pueblo fronterizo con la zona de exclusión. Aquí yacen algunas de las víctimas de la catástrofe / Foto: Alfons Rodríguez Cementerio de Gubarevichi, un pueblo fronterizo con la zona de exclusión. Aquí yacen algunas de las víctimas de la catástrofe / Foto: Alfons Rodríguez

En Gomel, quedarse embarazada es una experiencia angustiosa. Las madres esperan con preocupación nueve meses para saber si sus bebés llegarán con algún legado radiactivo. En Buda-Koshelenko, un pueblo muy cercano a la zona de exclusión, vive Lyudmila Sukhval. Tiene 39 años y tres hijos. El mayor de ellos, Stas, tiene 9 años y una enorme cicatriz en su cabeza. Un tumor no deja de reproducirse pese a las varias operaciones que ya ha padecido. Tampoco él es considerado por el gobierno una víctima de Chérnobil.

Viví mis embarazos con mucha preocupación. Nos pasa a todas las mujeres de este pueblo. Rezamos durante nueve meses para que todo salga bien. Pero casi todos los niños aquí tienen problemas de salud

LYUDMILA SUKAHVAL,  vecina de Buda-Koshelenko

Sukhval relata: “Viví mis embarazos con mucha preocupación. Nos pasa a todas las mujeres de este pueblo. Rezamos durante nueve meses para que todo salga bien. Pero casi todos los niños aquí tienen problemas de salud”.

La propia Lyudmila Sukhval padece un cáncer de riñón, aunque prefiere no hablar de ello: “Chernóbil es el terror silencioso. Nos va atacando a todos lentamente”.  

Los datos muestran que la tasa de mortalidad y las visitas a los centros sanitarios se han disparado en Gomel desde 1986. Pero el gobierno insiste en que nada tiene que ver con Chernóbil.

 

Una nueva central a 500 kilómetros de Chernóbil

 

Algunas personas y viajeros a la zona afectada se han acostumbrado a llevar y usar un medidor de radiación para evitar zonas más expuestas / Foto: Alfons Rodríguez Algunas personas y viajeros a la zona afectada se han acostumbrado a llevar y usar un medidor de radiación para evitar zonas más expuestas / Foto: Alfons Rodríguez

Según los informes científicos (6) que se desprendieron de la Primera Conferencia Internacional sobre los Efectos del Accidente de Chernóbil celebrada en 1990, la lluvia radioactiva que alcanzó una distancia de 10 kilómetros alrededor de la central nuclear creó el conocido Bosque Rojo de coníferas –por el color que originó la radioactividad–. Una zona muerta en cuanto a fauna y flora que continúa siendo considerada como una de las áreas más contaminadas del planeta.

Todo y así, informes posteriores arrojan una relativa esperanza. Se vuelven a ver aves, lobos o castores, por ejemplo. Tal vez su adaptación es más rápida y el hecho de que la presencia humana se haya reducido casi del todo, influya en la reocupación del territorio por parte de la fauna.

Además, es sabido que plantas y animales soportan de maneras diferentes la radiación con respecto a los humanos y a pesar de las mutaciones que se han reportado, sobre todo en aves y vegetales, pueden ser especies que perduren, aunque no sean capaces de aumentar su población. En el caso de los hongos, se han detectado algunos ejemplares incluso junto a los restos del núcleo accidentado y se ha determinado que se alimentan de la propia radiación que se desprende del reactor explosionado.

En la actualidad, y desde hace algo más de una década, se construye una nueva central nuclear en territorio bielorruso, a unos 500 kilómetros de Chernóbil. Las obras deberían culminarse en 2025

En la actualidad, y desde hace algo más de una década, se construye una nueva central nuclear en territorio bielorruso, a unos 500 kilómetros de Chernóbil. El plan es antiguo –de la década de los 80, del pasado siglo– pero se suspendió tras la explosión de 1986. Las obras deberían culminarse en 2025 con la construcción de cuatro reactores, aunque ya funciona parcialmente desde hace algo más de un año. Las orejas al lobo se las ve la Unión Europea, pero sobre todo Lituania, cuya capital se halla tan solo a 50 kilómetros de la nueva central.

Las autoridades bielorrusas aseguran que no hay nada que temer y que las medidas de seguridad cumplen todos los requisitos y niveles establecidos internacionalmente. Además, declaran que es otra gran ventaja para el medio ambiente y la ecología. La energía nuclear no produce gases de efecto invernadero, vertidos ni contamina. Estiman que reducirán en unos 10 millones las emisiones anuales, entre dióxido de carbono (CO2) y el resto de emisiones. Poco han podido hacer los opositores contra la construcción. El régimen ya avisó de que oponerse al proyecto sería considerado un ataque a los intereses nacionales.

Referencias