En total de 391.581 hectáreas han ardido en España en lo que va de 2025, según estimaciones del Sistema de Información de Incendios Forestales de la Comisión Europea (EFFIS) de Copernicus, recogidas por Europa Press. La inmensa mayoría de estas hectáreas se han perdido en el mes de agosto, reflejando la virulencia sin precedentes de la actual temporada de incendios.
A finales de julio, la cifra de superficie quemada era de 41.903 hectáreas, mientras que el 7 de agosto ya había aumentado hasta 47.302. Desde ese momento, los incendios se han disparado, y en los últimos quince días se estima que unas 350.000 hectáreas han sido pasto de las llamas. Si se confirman estas cifras, 2025 podría convertirse en el año con mayor superficie arrasada del siglo XXI, según WWF y datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO). Para encontrar un año con cifras peores habría que remontarse a 1994, cuando ardieron 437.602 hectáreas.
La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Sara Aagesen, cifró a 18 de agosto en 138.000 hectáreas las calcinadas hasta el 10 de agosto, advirtiendo que los datos podrían empeorar al no incluir los incendios actualmente activos en buena parte del territorio nacional.
La situación en el extremo oeste, crítica
El extremo oeste de la Península se encuentra en situación dramática. La proliferación descontrolada de incendios mantiene buena parte de España en alerta máxima, con récords negativos de superficie quemada en años recientes. Hasta el momento, los incendios han causado tres muertes, decenas de heridos, miles de evacuados y más de 120.000 hectáreas calcinadas.
La zona más afectada se encuentra en el triángulo formado por las provincias de Ourense, León y Zamora. Aquí, varios siniestros han destruido extensas áreas de terreno. El incendio de Molezuelas, iniciado en Zamora y extendido hasta León, podría convertirse en el mayor registrado en la historia de España, con más de 38.000 hectáreas calcinadas. Otros focos importantes incluyen el fuego de Yeres, que ha afectado al Parque de Las Médulas, y siniestros en localidades ourensanas como Chandrexa de Queixa, A Mezquita y Oímbra.
El mapa de incendios activos actualmente está concentrado en el oeste. Al norte, Asturias y la Cordillera Cantábrica han registrado varios incendios de gravedad, afectando la zona limítrofe entre León, Asturias y Cantabria, e incluso áreas del Parque de los Picos de Europa.
Incendios en otras regiones
Salamanca también ha sido golpeada con fuerza, con incendios en El Payo, La Alberca y Cipérez, donde se ha registrado un frente superior a 20 kilómetros. Extremadura no ha quedado exenta de la crisis. El fuego más preocupante se encuentra en Jarilla, al norte de la provincia, provocando evacuaciones y confinamientos y amenazando con extenderse hacia el sur de Salamanca.
La provincia de Cáceres registra al menos tres incendios activos de consideración, mientras que en Badajoz el fuego más extenso se localiza en Llerena, aunque con una evolución más favorable. Allí también se mantienen otros dos siniestros importantes.
Consecuencias y medidas de prevención
El intenso calor del verano, unido a la vegetación seca tras las lluvias invernales, ha creado un cóctel perfecto para que los incendios se propaguen rápidamente. Las autoridades han desplegado miles de efectivos de bomberos, unidades forestales y voluntarios para controlar los siniestros, pero la extensión y simultaneidad de los fuegos ha dificultado la contención.
Las consecuencias ambientales y socioeconómicas son significativas. Además de la pérdida de biodiversidad y hábitats naturales, miles de personas han tenido que abandonar sus hogares, y se teme que la recuperación de algunas zonas forestales tarde décadas. Los expertos insisten en que la prevención, la gestión del territorio y la inversión en sistemas de alerta temprana son clave para reducir la magnitud de estos desastres en el futuro.
En resumen, España enfrenta un verano histórico en términos de incendios, con cifras que podrían marcar un récord negativo del siglo XXI. La situación más crítica se concentra en el oeste peninsular, pero la amenaza se extiende a otras regiones, reflejando la urgente necesidad de medidas de prevención y acción coordinada para proteger vidas, territorios y ecosistemas.
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