Ninguna mujer debería temer por su vida al buscar una existencia más digna. Sin embargo, miles de mujeres migrantes cruzan fronteras con la esperanza de encontrar seguridad y acaban enfrentando nuevas formas de violencia, más silenciosas pero igual de devastadoras.

 

La violencia contra la mujer atraviesa fronteras

 

Cada 25 de noviembre recordamos que la violencia contra la mujer sigue siendo una pandemia invisibilizada en pleno siglo XXI. Según ONU Mujeres, esta violencia e inseguridad afecta de manera desproporcionada a mujeres y niñas, especialmente en contextos de migración, conflicto o crisis humanitarias.

Más allá de las cifras globales, se esconden realidades que permanecen fuera del foco mediático y político: las de las mujeres migrantes. Su experiencia está marcada por desplazamientos, rupturas, pérdidas de redes de apoyo y el choque contra sistemas que no fueron diseñados para ellas. En este punto de intersección entre género, migración y salud aparece una doble vulnerabilidad: ser mujer y migrante, lo que conlleva enfrentar formas de violencia estructural comúnmente normalizadas.

 

Violencias invisibles, vidas en movimiento

 

En Europa, el 31% de las mujeres mayores de 15 años ha sido víctima de violencia física o sexual alguna vez en su vida. El sistema a menudo carece de recursos y protocolos que respondan a sus necesidades, lo que deja a muchas mujeres desprotegidas. Esta situación se agrava para las mujeres migrantes, para quienes el sistema de salud reproduce barreras idiomáticas, administrativas y/o culturales. La violencia institucional adquiere rostro cuando una mujer teme acudir a un centro de salud por su estatus migratorio, cuando los protocolos no contemplan diversidad cultural o cuando el acompañamiento se diluye en la burocracia.

Las mujeres migrantes enfrentan un riesgo especialmente elevado de violencia de género a lo largo de todo el proceso migratorio, debido a rutas inseguras, discriminación, precariedad socioeconómica y barreras de acceso a servicios de apoyo

Estas violencias, silenciosas pero constantes, se suman a la precariedad laboral, la discriminación racial y el aislamiento social. La falta de redes familiares y el miedo a perder el sustento económico hacen que muchas mujeres permanezcan en situaciones de abuso, sin acceso a mecanismos de protección.

 

La violencia de género: una herida en la salud pública

 

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia de género constituye una emergencia de salud pública global que afecta a una de cada tres mujeres a lo largo de su vida. En contextos humanitarios, la cifra se eleva: una de cada cinco mujeres desplazadas sufre violencia sexual y más de la mitad de las personas migrantes que llegan a Europa han experimentado violencia de género, siendo la mayoría (69 %) mujeres.

Abordar la violencia contra las mujeres migrantes implica reforzar los sistemas de salud con perspectiva de género y diversidad cultural, capacitar a profesionales para que reconozcan más allá de lo visible, y generar espacios seguros donde se escuchen voces silenciadas

Estas cifras reflejan que las mujeres migrantes enfrentan un riesgo especialmente elevado de violencia de género a lo largo de todo el proceso migratorio, debido a rutas inseguras, discriminación, precariedad socioeconómica y barreras de acceso a servicios de apoyo. La discriminación interseccional por género, raza, etnia u otros factores aumenta aún más los riesgos y la gravedad de la violencia que sufren.

Lesiones, embarazos no deseados, enfermedades crónicas, depresión, ansiedad o estrés postraumático son solo algunas de las consecuencias. Si la salud es un derecho universal, no podemos seguir ignorando que los determinantes sociales, la violencia, la migración o el género la condicionan profundamente.

 

Abordar la violencia desde la intersección y la acción

 

Abordar la violencia contra las mujeres migrantes requiere miradas interseccionales y respuestas coordinadas. Significa reconocer que no todas las mujeres parten del mismo punto, ni viven las mismas formas de violencia. Implica reforzar los sistemas de salud con perspectiva de género y diversidad cultural, capacitar a profesionales para que reconozcan más allá de lo visible, y generar espacios seguros donde se escuchen voces silenciadas.

Desde WGH afirmamos que una sociedad más justa y saludable solo será posible si visibilizamos estas violencias y trabajamos conjuntamente para transformarlas. Visibilizar, escuchar y actuar. Porque sin salud, sin igualdad y sin protección para todas las mujeres, incluidas las migrantes, no puede haber justicia global.

 

En memoria y con esperanza

 

En este 25N, alzamos la voz por las que migraron buscando una vida mejor, por las que resisten en silencio y por las que ya no están. Que su fuerza nos movilice para construir, desde hoy, un mundo libre de violencias.