Hace un año bañarse en el Mar Menor era todo un desafío. Su fondo fangoso y sus aguas verde oscuro no permitían ver el fondo, y su deteriorado aspecto se asemejaba más a un pantano que a una laguna salada. Resguardada por un cordón de arena que la protege casi por completo del Mediterráneo, al sudeste de España se encuentra esta laguna salada con miles de años de vida que la convierten en la de mayor extensión de Europa: el Mar Menor (Murcia).

El primer asentamiento humano conocido cerca de sus orillas pertenecía a un poblado Eneolítico de aproximadamente 3.000 años. A lo largo de la historia, la actividad humana ha impactado de forma recurrente sobre estas aguas. Por ejemplo, en la Edad Media los procesos de deforestación aumentaron las tasas de sedimentación y entre los siglos XVIII y XIX la construcción de canales, para comunicar la laguna costera con el Mediterráneo con objetivos pesqueros, cambió por completo su fauna.

"La actividad humana nunca ha incidido tanto en el Mar Menor como en las últimas cuatro décadas", asegura Pérez Ruzafa.
Aunque por lo general, el Mar Menor ha demostrado tener una gran capacidad de recuperación y de adaptación que le ha permitido sobrevivir, su ecosistema es frágil y hay golpes que son difíciles de superar.

A principios de 2016, la laguna costera sufrió un proceso de eutrofización masiva, lo que provocó la acumulación de residuos orgánicos en las aguas y la proliferación de fitoplancton. Este fenómeno volvió las aguas turbias y produjo una pérdida de biodiversidad que hizo saltar las alarmas. Todo apuntaba a que, en esta ocasión, el ecosistema marino estaba al borde del colapso total.

Su integridad ecológica sigue en peligro

Las actividades económicas de la zona (principalmente, turismo y pesca) se han visto amenazadas gravemente desde entonces. La concienciación de la población ha ido creciendo y en la actualidad científicos, asociaciones e instituciones públicas trabajan a contrarreloj para reparar el daño que persiste desde hace décadas.

“Siempre ha habido incidencia de la actividad humana en el Mar Menor, pero nunca como en los últimos 40 años. Esta laguna ha sido sometida a tanta presión que ha estado a punto de perder irremediablemente su integridad ecológica”, asegura Ángel Pérez Ruzafa, catedrático de Ecología en la Universidad de Murcia, que lleva años investigando los procesos de conservación de la laguna.

Se ha perdido el 85% de las praderas marinas

Entre los principales problemas que afronta la laguna, la entrada de nutrientes y la falta de vegetación marina continúan en el ojo del huracán. En especial preocupa este último. El 85% de las praderas marinas del Mar Menor han desaparecido como una consecuencia más de la drástica pérdida de transparencia de las aguas. “Eso no se recupera en un año ni en dos”, asegura Alcaraz.

Ruzafa, por su lado, tiene una visión algo más optimista. “La pérdida de las praderas ha sido un síntoma de la gravedad de la situación. Sin embargo, probablemente se ha sobredimensionado su importancia ecológica. La mayor parte de la pradera perdida estaba dominada por el alga Caulerpa prolifera, que invadió la laguna tras el dragado del canal de El Estacio.

Este alga crea praderas densas que limitan la circulación del agua en la interfase sedimento-columna de agua y aportan tanta materia orgánica que ya estaba sobrepasando el 30% en muchos sitios con la consiguiente anoxia (falta de oxígeno) y empobrecimiento faunístico. Esto ya produjo, en su día, una drástica caída en las capturas de mújol.

Ahora es importante hacer el seguimiento de cómo evolucionan los fondos, pero lo más probable es que tanto las praderas de Caulerpa, como las de la fanerógama Cymodocea nodosa, se recuperen con cierta rapidez. Ambas especies están adaptadas a colonizar ambientes que pueden sufrir cambios bruscos”, concluye el catedrático.