“Jamás había visto una tormenta como esta. Fuertes, muchas, pero como ésta, ninguna”, afirma sin dudarlo Josep Montañés, 91 años de vida en el mar, pescador retirado de Sant Carles de la Ràpita, mientras revisa en el muelle de este importante puerto pesquero el estado de los catúfols (cadufos), trampas para la pesca del pulpo, que la embarcación familiar ha podido recuperar. “Por lo menos se habrán perdido quince mil”, se lamenta.

Cuatro días antes, la tremenda tormenta 'Gloria', tras otras cuatro jornadas de vientos huracanados (de hasta 120 km/h), lluvias torrenciales (más de 400 litros por metro cuadrado) y un oleaje inusitado (que alcanzó los 14 metros de altura), había dejado una inmensa devastación en el Delta del Ebro, un territorio en riesgo de desaparición bajo las aguas aun incluso sin tempestades como estas, agigantadas y cada vez más frecuentes a causa de los efectos del cambio climático. Tal vez sea el rincón de Europa más amenazado por el calentamiento global. Sus 320 kilómetros cuadrados podrían quedar en poca décadas literalmente borrados del mapa.

Fotografías de satélite parecieron mostrar a finales de enero que el delta había sido cubierto por el Mediterráneo tras el paso de 'Gloria'. En realidad, el mar penetró 3 kilómetros tierra adentro, inundando (y salinizando) 3.300 hectáreas de arrozales y cegando con arena los canales de desagüe y las bombas que lo impulsan, dejando sus cosechas en serio peligro; el río también se desbordó cerca de la desembocadura, causando aún más daños; la furia del oleaje se llevó unos 6 kilómetros de playas y destrozó 35 bateas y mejilloneras en la bahía del Fangar, con 4 millones de kilos de moluscos perdidos (postes de madera de decenas de kilos de peso acabaron a decenas de metros del litoral); los embates marinos dañaron puertos y embarcaciones y el viento arrancó tejados y derribó árboles, postes eléctricos y señales de tráfico.

Los daños causados por la tormenta 'Gloria' alcanzan los 20 millones de euros

Días después del fin de la borrasca, pequeños veleros podían navegar aún sobre la angosta barra arenosa del Trabucador, donde una carretera une sus salinas con el resto del delta. Como si los devolviera irritado a los humanos, el Mediterráneo lanzó sobre la costa toneladas de residuos, entre los que se encontraron envases plásticos de productos que llevan cuatro décadas sin fabricarse. También aparecieron muertos en la costa cientos de enormes atunes rojos de las granjas de engorde situadas frente a L'Ametlla de Mar, las únicas del país.

Sin tener en cuenta el impacto sobre la biodiversidad del Parc Natural del Delta de l'Ebre, lleno de aves hibernantes en esta época del año, y que ocupa precisamente la franja litoral del territorio, la más afectada, el balance económico de los daños se ha cifrado en 20 millones de euros. “Hemos sufrido muchos contratiempos a lo largo de los años, pero una destrucción así no se había visto nunca”, asegura Gerardo Bonet, gerente de la Federación de Productores de Moluscos del Delta (Fepromodel).

El delta ha sido siempre un territorio dinámico, sometido a constantes cambios en su forma y extensión como consecuencia de las alteraciones en el flujo de sedimentos aportados por el río y la fuerza del mar. En la Edad Media apenas tenía la mitad de superficie que ahora. Pero la intervención humana ha modificado este balance de fuerzas en favor del Mediterráneo. En 300 años, el territorio ha retrocedido 5 kilómetros. La construcción de embalses en la cuenca del gran río en la segunda mitad del siglo pasado (especialmente los de Mequinenza y Riba-roja) supuso el punto de inflexión: la mitad de este retroceso se ha registrado desde entonces.

"El aumento de la regulación fluvial ha sido brutal en toda la región mediterránea, pero en la Confederación Hidrográfica del Ebro casi ningún valle pirenaico escapa a un control que, con más de 180 embalses, regula el caudal del río según su conveniencia", señala el profesor de Geología Marina de la Universitat de Barcelona José Luis Casamor. Antes de la construcción de las presas, al delta llegaban 20 millones de toneladas de sedimentos al año y ahora apenas llegan 50.000. Nuno Caiola, investigador del programa de Aguas Marinas y Continentales del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) resume con sencillez el resultado: "a menos sedimentos, más erosión".

 

A 50 centímetros sobre el nivel del mar

 

Además, "los deltas se hunden de manera natural" explica Luis Berga, catedrático jubilado de Ingeniería Hidráulica, Marítima y Ambiental de la Universitat Politècnica de Catalunya. El del Ebro lo hace unos 3 milímetros al año, cuando su parte más elevada sobresale solamente un metro sobre el nivel del mar, la mitad de la superficie deltaica está tan sólo a 50 centímetros por encima y un 45% está por debajo. A ello se suma ahora el aumento de dicho nivel del mar, que el siglo pasado se incrementó, de media, unos 20 centímetros

Como consecuencia de todo ello, en zonas como la isla de Buda, junto a la desembocadura del Ebro, la tierra firme retrocede hasta 17 metros al año, pero la media del territorio es de unos 10. El antiguo faro, que se desmoronó rodeado por el agua en 1961, está ahora a 20 metros de profundidad y 2,5 kilómetros mar adentro. Grupos ecologistas han colocado dos filas de banderas que hacen explícita la regresión. El gran temporal de 2017 hizo saltar todas las señales de alarma y estableció para el territorio, que sufrió un tremendo 'bocado' en su extensión, un antes y un después. Nadie esperaba sin embargo algo como lo sucedido en enero de este año, una 'tormenta perfecta', la mayor en más de un siglo, cuyo impacto ha dejado pequeño la de hace tres.

“El delta es uno de los lugares del litoral donde menos se ha actuado a pesar de que es la zona húmeda más importante de la Europa mediterránea. Nunca se ha realizado la acción pública necesaria para preservarlo”, lamenta Lluís Soler, alcalde de Deltebre, municipio que cubre la práctica totalidad de la mitad norte del territorio. “Estamos sufriendo ya todos los problemas que se nos vienen encima: regresión de la costa, falta de sedimentos, salinización de los acuíferos y todos los efectos asociados del cambio climático en el futuro si no se hace nada”, explica Guillermo Borés, propietario de la isla de Buda, cubierta por arrozales y lagunas integradas en el parque natural que, en su opinión “desaparecerán en 10 o 15 años” si no se adoptan medidas urgentes.

"No queremos ser los primeros refugiados climáticos de Europa", dicen en la zona

Hace diez días, la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que había visitado la zona poco antes de la borrasca, anunciaba ante el Congreso de los Diputados que el largamente esperado plan para la protección del delta, consensuado con los actores del territorio, agrupados en la Taula pel Consens (Mesa por el Consenso, que incorpora a los siete ayuntamientos del delta, la Generalitat, comunidades de regantes, organizaciones agrarias, productores de moluscos, cámaras de comercio y el parque natural, entre otros actores locales), estaría listo antes del verano. “No queremos ser los primeros refugiados climáticos de Europa”, asegura su coordinador, Xavier Curto. “Las actividades económicas tal como las conocemos están en peligro”, advierte Rafael Sánchez, experto en gestión del agua y conservación que la asesora técnicamente.

Pero, ¿qué es lo que se puede hacer para proteger el delta? La Taula tiene claras tres premisas: hay que mantener la fisonomía actual del territorio, recuperar las aportaciones de sedimentos y actuar conjugando eficazmente la acción urgente a corto plazo y la previsión a largo. El territorio ya tiene su plan, elaborado tras dos años de debates y discusiones técnicas en los que se enfrentaban los partidarios de soluciones 'duras' (como grandes diques, algunos submarinos) y 'blandas' (integradas en el litoral: dejar la defensa del mar en manos de grandes playas con recuperados sistemas dunares).

El plan, que solamente marca directrices, contempla la instalación de diques hinchables sumergibles frente a la costa, invisibles desde el litoral, que se activarían desde tierra cuando haya temporal para romper las olas y redirigir los sedimentos, algo que también se haría con dragas. También prevé renaturalizar las playas para mejorar su resistencia al mar, terminar el camino costero entre Sant Carles de la Ràpita y el Trabucador que debe proteger la barra arenosa de las inundaciones, del que en 15 años se han construido 2,6 de los 16 kilómetros previstos, y construir otro en la orilla norte del delta. “Si se quiere salvar el delta, son inversiones asumibles por el Estado, de algunas decenas de millones de euros al año”, dice Curto.

El gran problema es la recuperación del aporte de sedimentos. Sin eso, no habrá posibilidad de salvar el delta. Habría que extraerlos de los embalses, tras cuyas presas se acumulan, pero hasta ahora nadie ha aportado una solución viable para su transporte río abajo. Tampoco se tiene la seguridad de que el río tenga fuerza suficiente para arrastrarlos, y si se frenaran por el camino y se produjera una avenida, podrían ocasionarse inundaciones en los municipios ribereños. Además, en el pantano de Flix, los lodos están muy contaminados por la actividad industrial.

El biólogo Carles Ibáñez cree que aportar materiales de esta forma solamente retrasaría la acción del mar, y que construir diques submarinos sería igualmente ineficaz. “Sólo se reduciría la tasa de regresión: es imposible parar la fuerza del mar”. Él propone comprar arrozales en la costa norte del delta, la más afectada por los temporales de levante, con el fin de disponer de una gran franja natural que absorba su fuerza y su impacto, lo que permitiría ganar “30 ó 40 años de tranquilidad”, aunque añade pesimista: “pero el mar seguirá avanzando”.