A la segunda fue la vencida, y el tramo final del Ebro, el río más caudaloso de España, y el que dio nombre a la Península Ibérica, es ya una nueva Reserva de la Biosfera, una de las 45 que sitúan a este país como el segundo del mundo con mayor número de áreas naturales reconocidas por la Unesco, sólo por detrás de Estados Unidos, que acumula 47.

El Consejo Internacional de Coordinación del Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MAB) de la agencia de la ONU extendió a finales de mayo esta figura de protección sobre un área de 367.729 hectáreas que incluyen la mayor parte de los 130 kilómetros que el Ebro recorre por Cataluña y, por supuesto, su delta de 320 kilómetros cuadrados, el tercero más extenso de todo el Mediterráneo.

En su resolución, la Unesco decidió distinguir a las Terres de l'Ebre (nombre oficial catalán de este territorio) por atesorar “numerosos ecosistemas, tanto interiores como costeros” y porque en la zona “se han desarrollado las energías alternativas (eólica, solar o hidráulica), prestando atención al respeto del medio ambiente y el paisaje”.

El año pasado, la Unesco había rechazado la candidatura porque la misma incluía el área de las dos centrales nucleares ubicadas a orillas del río en Ascó (Tarragona), que en esta ocasión ha sido excluída. Otras dos nucleares, en Vandellós ─una en funcionamiento y otra en su lento proceso de desmantelamiento─ también se hallan cerca del delta. Pero éste no es el único, ni el principal, problema medioambiental del Ebro.

Semanas antes de la declaración de la Unesco, se había iniciado en Flix ─a un centenar de kilómetros de la desembocadura─ una tarea de gigantes: un proceso de descontaminación sin precedentes en el mundo. El objetivo: retirar del lecho fluvial 1,2 millones de toneladas de residuos tóxicos y radioactivos, con un volumen de 900.000 metros cúbicos (llenarían hasta los topes el Camp Nou), vertidos durante más de un siglo por la que fue en su momento la mayor planta química española. A primeros de julio se había retirado ya un 10% del total.

La Unesco ha declarado Reserva de la Biosfera el tramo que incluye la zona afectada

Jamás se han eliminado a la vez sustancias tan dispares como las vertidas en Flix de un volumen de residuos tan grande. La única operación comparable sería la iniciada en la costa de New Bedford Harbor (Massachussets, EE UU), pero allí se retiran principalmente compuestos organoclorados y la tarea, que se desarrolla en el mar, se prolongará durante cuatro décadas. Aquí hay varios contaminantes mezclados y todo se hará en dos años.

La capa de sedimentos tóxicos de Flix, de 10 metros de grosor, se extiende por dos hectáreas de superficie frente a la vetusta fábrica, pegada al núcleo urbano de este municipio tarraconense de 3.900 habitantes que ha vivido principalmente de la actividad de la planta de Ercros (antes llamada Electroquímica y Erkimia), repetidamente sancionada por delitos medioambientales desde que existe legislación sobre los mismos.

Llegaron a trabajar en ella 2.000 personas. Hoy, apenas quedan dos centenares, la empresa quiere cerrarla y el pueblo teme por su futuro: “los lodos contaminados no han caído del cielo y quien los originó se quiere marchar”, denuncia el alcalde, Marc Mur. Los miembros del consistorio y numerosos vecinos protagonizaron a principios de año un encierro en el Ayuntamiento para presionar en las negociaciones de un expediente de regulación de empleo entre empresa y sindicatos. De momento, la instalación seguirá en marcha, aunque cada vez con menos personal y producción.

Apoyada en sus residuos

“Los residuos acumulados sostienen la fábrica. Si los retirásemos sin más, ésta se caería al río”, señala Marc Pujols, director del proyecto de descontaminación, que ejecuta la empresa pública Acuamed, encargada de las infraestructuras hidráulicas en la cuenca mediterránea. Para evitarlo, explica, se ha construído un muro de contención de 15 metros de altura que se hunde en el lecho rocoso, aguanta el peso del edificio y contiene la contaminación de los terrenos circundantes ─toda el área está plagada de compuestos tóxicos─ arrastrada hacia el cauce cuando llueve.

Antes de iniciar las tareas de dragado de los lodos, se rodeó la zona contaminada con un doble muro metálico de 1.300 metros de longitud y 20 de altura que se adentra profundamente en la roca y convierte la zona de trabajo en un compartimento estanco. Las dos filas de planchas están separadas por una franja de cinco metros en la que, a causa de la evaporación, el nivel del agua es 30 centímetros más bajo que en el río, lo que previene el riesgo de rebosamiento.

La barrera lleva dos años instalada. En este periodo se han registrado varias grandes avenidas sin que hubiera filtraciones. Tras las intensas lluvias de la primavera, el Ebro bajaba a finales de junio con un caudal de 1.500 metros cúbicos por segundo, “pero el muro está diseñado para aguantar hasta 3.000”, tranquiliza el director del proyecto.

Con los lodos tóxicos acumulados se podría llenar hasta los topes el Camp Nou

Y la barrera metálica no es la única medida de seguridad para evitar que el agua con sedimentos tóxicos en suspensión escape del perímetro. La manga que aspira los lodos está rodeada de cortinas que cuelgan desde unos flotadores hasta el fondo. Y cada día se analizan varias muestras de agua en el interior y en el exterior del doble muro.

La presa retuvo los fangos

En caso de detectarse contaminación en el río, se activaría de inmediato un protocolo de seguridad y los seis municipios que se abastecen directamente de agua corriente abajo dejarían de hacerlo. Aunque no serían los únicos afectados. En conjunto, por medio de conductos y canalizaciones, un millón de personas, 50.000 hectáreas de cultivos y diversos espacios naturales de inmenso valor beben de los embalses del Ebro en Cataluña.

La salubridad del suministro está garantizada: “tendría que producirse una verdadera catástrofe y, encima, que nosotros no detectásemos nada”, garantiza Pujols. Llegado el caso, también ayudaría la gran responsable de la acumulación de residuos en Flix, la presa construida en 1949 unos cientos de metros corriente abajo para crear el pantano que lleva el nombre del municipio.

Ésta evitó que los miles de toneladas de veneno que ahora se retiran acabaran en el valioso delta. Pero nadie sabrá nunca cuanta contaminación se había llevado ya la corriente hasta entonces. “Tal vez mucha más que la que tenemos que sacar ahora”, aventura Pujols.

Los lodos y, para mayor seguridad, dos metros de grosor de la capa de grava que hay debajo, son aspirados por la draga y bombeados a la orilla, donde Acuamed ha levantado un enorme complejo en el que trabajan 130 personas, un 10% de ellas empleados locales. El equipo incluye profesionales de perfiles tan variados como químicos, ingenieros, geólogos, topógrafos, arquitectos y biólogos.

Los fangos y gravas (un 20% del total succionado) se separan del agua por decantación y filtrado. El agua es enviada a una depuradora con capacidad para tratar 7.200 metros cúbicos al día. De las dos toneladas diarias de sólidos obtenidas se separan las gravas y arenas no contaminadas mediante procesos de vibración o centrifugado y se envían a un vertedero controlado. Y así queda ya separado el gran problema: los lodos contaminados.

La radioactividad procede de la fosforita, usada como aditivo para piensos 

Éstos se dejan deshidratar en la gran nave de 35.000 m2 y sus muestras se analizan durante dos días en el laboratorio, donde trabajan siete personas, para identificar las sustancias nocivas que contienen. Según los estratos, que corresponden a las diversas épocas de actividad de la fábrica, los elementos presentes son distintos.

Hay tres principales. Uno es el fosfato bicálcico, o fosforita, empleado como aditivo en la elaboración de piensos animales y vertido por Ercros al río desde los años 90. Desprende de forma natural la radioactividad detectada en parte de los lodos.

El segundo es el mercurio, utilizado en la planta para producir cloro por medio de una tecnología obsoleta ─la electrólisis a partir de la sal común─ prohibida en la UE a partir de 2018. La planta lo echaba también al río sin contemplaciones. El tercero son los compuestos organoclorados como el HCB, fruto de la producción de bifenilos policlorados como el insecticida DDT, fabricado en Flix hasta su prohibición mundial en los años 70.

Dos segundos a mil grados

Los lodos deshidratados son sometidos a descontaminación térmica. Un horno los pone a 325 grados, temperatura que no llega a hacer evaporar el mercurio (aunque hay filtros de carbón por si acaso). Posteriormente, se calientan durante dos segundos a 1.000 grados (más tiempo provocaría la emisión de furanos y dioxinas) para alterar la composición química de los contaminantes. Los radionucleidos del fosfato bicálcico como el uranio-238 y el torio-230 se quedan en el vapor de agua desprendido, que va a la depuradora.

“No nos encontramos ante sustancias excesivamente tóxicas. El problema que tienen es que son muy persistentes y muy solubles en las grasas, lo que hace que se acumulen en el hígado y vayan pasando a través de la cadena trófica”, señala el director del laboratorio, Josep Bargalló.

Después de este proceso, si los hay, sólo quedan en los lodos inertes el mercurio y los metales pesados. Y los fangos que los contienen se mezclan con cemento para inmovilizarlos y se envían al vertedero controlado.

Éste, situado a 7 km del río, está clasificado como de clase 2 “pero con características de clase 3, que son los de máxima seguridad”, puntualiza Pujols. Su suelo está aislado de los residuos por una capa de 2 metros de grosor, con 1,5 metros de arcilla dotada de tubos de drenaje sobre la que se extiende una alfombra de dos capas de polietileno de dos milímetros. Ironías de la vida, el polietileno incluye entre sus componentes algunos materiales fabricados en la planta de Ercros.

A lo largo de dos años se harán 87.600 viajes de camión entre el río y el vertedero

Sólo el acondicionamiento del vertedero controlado se ha llevado 40 de los 165 millones de euros del presupuesto del proyecto, de los que Ercros aporta apenas 10 millones y que se cubren en un 70% de fondos de cohesión de la Unión Europea, la cual exige que los trabajos se finalicen antes de 2015, una verdadera carrera contra el reloj.

Para poder lograrlo, cada cinco minutos, durante diez horas al día y a lo largo de los dos años, saldrá un camión cargado de residuos con destino al vertedero. Serán 120 camiones al día o, lo que es lo mismo, 87.600 viajes en total entre el centro del tratamiento y el destino final de los fangos.

Efectos catastróficos

Según denunció Greenpeace en 2011, los siluros (especia invasora introducida por los pescadores) y carpas que se capturan en el Ebro contienen grandes cantidades de mercurio y otros metales pesados en su organismo. Y éste no se degrada. “Es eterno”, remacha Pujols. Jordi Sunyer, epidemiólogo del Instituto Municipal de Investigación Médica de Barcelona, considera que “los peces del embalse de Flix no son aptos para la alimentación humana, y su consumo debería prohibirse”.

La descontaminación del Ebro llega dos décadas después de que Greenpeace activara las primeras alarmas al denunciar en un informe de 1993 que los lodos tóxicos y radioactivos de Flix constituían “una bomba de relojería”, y eso pese a que el volumen real de los mismos cuadruplicaría las primeras estimaciones de los ecologistas.

La empresa los seguía vertiendo sin el menor rubor, aunque la Ley de Aguas de 1985 ya lo prohibía. Se iniciaba una larga batalla de Ercros ─que pasó por manos como las del Javier de la Rosa y el grupo kuwaití KIO─ contra la Fiscalía de Medio Ambiente, de la que la empresa ha salido hasta ahora incomprensiblemente bien parada.

Tras las denuncias de los activistas, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) empezó a estudiar el estado de la cuestión. El químico del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA) del CSIC Joan O. Grimalt, para quien no hay “otro caso de esta envergadura en Europa”, advirtió en un estudio de los “efectos catastróficos” de una remoción de los lodos que los llevara corriente abajo.

Diferentes trabajos en los que participaron un centenar de científicos de una docena de instituciones fueron avalando estas conclusiones y estableciendo las verdaderas, y colosales, dimensiones del problema, y las primeras medidas para descontaminar el río se pusieron en marcha en 2006. La lentitud de la burocracia, la crisis y las discrepancias entre administraciones públicas hicieron que las tareas de limpieza se retrasaran hasta la pasada primavera. Pero ya están en marcha, y el Ebro está cada día un poco más limpio.