2025 será sin duda memorable por distintos motivos, dependiendo de a quién preguntemos. Lamentablemente, muchos en España lo recordarán porque el pasado verano tuvieron que luchar contra el fuego para proteger sus pueblos. El año que despedimos se ha convertido en el peor en incendios forestales de las últimas tres décadas. Las llamas han calcinado cerca de 400 000 hectáreas, concentradas en el mes de agosto y con particular incidencia en Galicia, Castilla y León y Extremadura.
Además de graves perjuicios ecológicos y económicos, el fuego dejó un balance de cuatro muertos y numerosos municipios afectados, cuyos vecinos se vieron obligados a sofocar las llamas por falta de medios de extinción.
Son varias las causas que explican la intensidad de los incendios de este año. Por un lado, las naturales: las abundantes precipitaciones primaverales, el calor y la sequía de los meses estivales. Por otro, las estructurales: el abandono del campo, la falta de gestión forestal y de aprovechamiento de los montes. Y por último, los pirómanos, que en muchos casos aportan la chispa que desencadena la catástrofe.
Una vez extinguidas las llamas, y con las condiciones adecuadas, la naturaleza es capaz de regenerarse, aunque regresar a un ecosistema maduro necesita décadas y, en algunos casos, la intervención humana. Y mientras la vegetación reconquista el paisaje dominado por las cenizas, es hora de hacer balance y actuar.
Las acciones necesarias para evitar que se produzca una situación similar en el futuro pasan por invertir más en prevención y gestión del paisaje y del fuego, y por revitalizar el mundo rural, impulsando la ganadería de pastoreo. Todo ello sumado a las medidas dirigidas a mitigar el cambio climático, que agrava las olas de calor y las sequías y al que, paradójicamente, contribuyen a su vez los incendios al liberar enormes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera.
El cambio climático y los océanos
El calentamiento global es el responsable del incremento en fenómenos extremos, también denominados “latigazos hidroclimáticos”, como los incendios de este año, más virulentos en todo el mundo, pero también de grandes tormentas como la dana que afectó al este de la península ibérica a finales de 2024. El detonante es una atmósfera anormalmente cálida que acumula gran humedad, dejando, sin embargo, ecosistemas y paisajes sumamente secos.
El agua constituye uno de los componentes principales del sistema climático. De ahí que los cambios en los patrones de precipitación, en la acumulación de hielo y en las corrientes oceánicas actúen como un altavoz del cambio climático y sus efectos.
Groenlandia, la Antártida y el Ártico están experimentando episodios acelerados de fusión que suponen una pérdida de hielo que ya no se compensa por las nevadas y la congelación en los meses más fríos. Algo similar ocurre en las montañas de todo el planeta, donde se está reduciendo el manto de nieve y los glaciares desaparecen poco a poco.
Todo ello repercute al mismo tiempo a escala global, en los equilibrios climáticos de la Tierra y en el aumento del nivel del mar, que en países costeros amenaza puertos, viviendas, playas, humedales y acuíferos, y puede agravar los impactos de tsunamis y tormentas.
Las olas de calor ocurren también en el océano, y cada vez con más frecuencia debido al cambio climático. Estos fenómenos, que se dan en todo el mundo, desde Australia hasta España, provocan una gran mortandad de organismos marinos, altera sus patrones migratorios y reproductivos y puede contribuir a la colonización de ecosistemas por especies invasoras.
Asimismo, se está produciendo un aumento en la frecuencia e intensidad de un oleaje que erosiona la costa, sobre todo durante los temporales, provocando el retroceso de las playas y los acantilados.
Pese a todos estos efectos, y las consecuencias sociales y económicas del cambio climático, como la acentuación de la pobreza energética, la cumbre del clima de Naciones Unidas de este año (la COP30) no ha supuesto un gran cambio en cuanto a las acciones de los países para reducir sus emisiones y mitigar el calentamiento global. No obstante, algunos han tomado la iniciativa de comenzar una hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles.
Exceso y escasez de agua
En octubre se cumplió un año de la dana que afectó sobre todo a la Comunidad Valenciana, y analizamos las lecciones aprendidas y tareas pendientes para evitar una catástrofe similar en el futuro. Y también hablamos de su impacto en la salud mental de la sociedad española, pues los desastres naturales ligados al cambio climático pueden generar ecoansiedad, es decir, un estado de miedo crónico a la ocurrencia de desastres naturales.
El agua en exceso, como en una crecida, puede convertirse en un problema, pero también su escasez. Las regiones mediterráneas se enfrentan a un futuro más seco debido al calentamiento global. En otras palabras, tendremos que vivir con menos agua. El aumento de temperaturas provocará, además, que se pierda más agua en los embalses: cada año se evapora cerca del 10 % del volumen almacenado.
Es necesario, por tanto, gestionar este recurso escaso de forma óptima, por ejemplo, reduciendo el gasto hídrico. Una de los grandes involucrados en este sentido es el sistema alimentario, que supone alrededor del 70 % del consumo de agua dulce. Disminuir el desperdicio alimentario, aumentar la ingesta de productos marinos y controlar el riego (las malas prácticas generan desertificación) ayudaría bastante. Además, debemos potenciar nuevas fuentes, como la regeneración de aguas residuales y la desalación.
El persistente problema de los plásticos
En 2025 hemos seguido hablando de la contaminación por plásticos porque, de momento, sigue causando estragos sin que se estén aplicando soluciones totalmente eficaces. Cuando se acumulan en vertederos, las aves se encargan de transportarlos hasta los humedales donde descansan, donde tanto estos residuos como los aditivos que contienen generan contaminación química y causan perjuicios a los seres vivos y los ecosistemas.
La buena noticia, además de aumentar las tasas de reciclaje, es que se siguen buscando estrategias para acabar con el problema. Por ejemplo, convertir los plásticos no reciclables de los residuos electrónicos en productos valiosos, desarrollar polímeros alternativos biodegradables y convertir los microplásticos nada menos que en grafeno.
En el océano, estos residuos, que también pueden provenir de redes de pesca, han llegado incluso a la Antártida, donde son colonizados por comunidades microbianas que forman lo que se conoce como “plastisfera”. Estos hábitats artificiales contribuyen a la dispersion de patógenos, como Escherichia coli, y de bacterias portadoras de genes de resistencia a antibióticos.
Siguen preocupando también otras formas de contaminación química, como aquella presente en la ropa que utilizamos y la provocada por los fármacos vertidos al medio ambiente, como los antibióticos, que llegan a las aguas subterráneas y a nuestros grifos. Afortunadamente, también se están buscando soluciones, como el uso de bacterias capaces de eliminar estos productos de las aguas residuales.
Especies que desaparecen silenciosamente
Los plásticos, junto con el cambio climático, la pesca y el tráfico marítimo, suponen una amenaza para los grandes animales marinos, como tortugas, delfines, ballenas y focas. Si bien se ha planteado el objetivo de proteger el 30 % de los océanos, esta meta no es suficiente cuando consideramos el movimiento de estos animales, puesto que no cubriría muchas zonas críticas para su supervivencia.
También hay que considerar el impacto en las especies marinas a la hora de instalar energías renovables. La eólica genera ruidos, vibraciones, puede dar lugar a colisiones y puede alterar o destruir los hábitats. A menudo, zonas de alto potencial energético (con mucho viento y oleaje) coinciden con áreas de alto valor ecológico.
Animales como el salmón atlántico y las anguilas se encuentran gravemente amenazadas por la acción del hombre. Muchas especies desaparecen sin que nos demos cuenta, incluso (o especialmente), algunas comunes como el gorrión o la golondrina porque suelen recibir más recursos y atención otras emblemáticas como los osos y los lobos.
Pero no todo son malas noticias. O al menos estas no tienen por qué persistir. En medio ambiente abunda la información sobre los problemas ambientales, porque debemos ser conscientes de su existencia, aunque también de la posibilidad de encontrar remedios para, si no eliminarlos, sí mitigarlos. Quedémonos con esa idea para despedir 2025 y dar la bienvenida a un 2026 que no estará exento de retos, pero esperemos que tampoco de soluciones.![]()




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