¿Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva generación de incendios forestales?

Hasta ahora los clasificábamos en cinco generaciones: una primera favorecida por el abandono rural y la continuidad de las masas forestales, una segunda caracterizada por una mayor rapidez en su propagación, una tercera de mayor intensidad, la cuarta que alcanzaba zonas urbanizadas que se hallan en el interior del bosque, y una quinta en la que la coincidencia en una misma zona de varios fuegos muy violentos les permitía superar grandes obstáculos. Lo que hemos visto en junio pasado en Portugal, y anteriormente en lugares como Canadá el año pasado o Chile en este, pertenece a una nueva categoría.

Las tormentas de fuego no son algo nuevo, pero sí lo son en estas latitudes. Y ahora se encuentran con las consecuencias del cambio climático, sequías de larga duración y prolongados periodos de calor extremo que modifican la fenología de las plantas. La vegetación se encuentra fuera de su rango climático: no vive ya en el clima en el que nació el bosque, sufre un tremendo estrés hídrico y por ello hay mucho más combustible muerto que vivo. La mala noticia es que esta situación ha llegado para quedarse, y que cada vez se desplazará más hacia el norte de Europa. La buena es que, después del fuego, los nuevos bosques tendrán menos masa vegetal y estarán mejor adaptados a las nuevas condiciones climáticas, aunque todo esto tardará unas cuantas décadas.

Por tanto la causa última es el calentamiento global...

Existen diversas causas sociales de fondo relacionadas con la gestión del paisaje, pero a las misma se añade un cambio climático que incrementa enormemente la aceleración y la intensidad de los fuegos.

¿Qué se puede hacer ante estos nuevos incendios?

La respuesta política aplicada hasta ahora era únicamente la extinción, pero es una opción caduca, que no solucionará el problema. Tenemos que conseguir paisajes más resilientes mediante un proceso que no debe ser defensivo, sino creativo. Hay que ayudar al ecosistema a que cambie. Si seguimos empeñados en salvar todos los bosques solamente conseguiremos tener incendios más grandes.

¿Y cómo se logran estos paisajes más adaptados a las nuevas condiciones?

Lo más importante es darse cuenta de que estamos ante una amenaza global, y afrontarla se hace todavía más complicado debido a problemas a pequeña escala. Debemos entender cómo funcionan los bosques con el cambio climático. Los bosques deben crecer y morir para evolucionar. Hacen falta espacios abiertos, y para ello es preciso promover una bioeconomía que explote sus recursos. En lugar de sobreprotegerlo, debemos vacunar al bosque. Está formado por una diversidad de estructuras y ecosistemas sometidos a perturbaciones naturales, y hay que permitir estas perturbaciones. Y una de ellas son los incendios de baja intensidad.

¿Aboga entonces por no combatir o incluso propiciar incendios de baja intensidad?

Esta es la gran conclusión a la que llegamos tras los devastadores incendios de Galicia en 2006. Dependiendo de los lugares y las circunstancias, podemos permitir o provocar pequeños incendios que evitarán en el futuro incendios mucho mayores. En Cataluña ya lo hemos aplicado, por medio de quemas prescritas y en la gestión de incendios. En la actualidad la toma de decisiones sobre estos temas se restringe al ámbito de los servicios de emergencia, y es necesario que en adelante se adopten a otros niveles, valorando el impacto sobre el ecosistema, pasando como decía de un proceso meramente defensivo a uno creativo.

Así que debemos tender a humanizar cada vez más el paisaje...

Un régimen natural de incendios ha existido siempre en nuestras latitudes. El problema es que el paisaje se humanizó mucho y posteriormente se ha deshumanizado bruscamente. Con toda la vegetación fuera de su rango climático, con largas sequías y el paisaje desestructurado, el impacto de los incendios será devastador. Llevamos 40 años apostando por la extinción a toda costa, y ahora vemos que esta ya no puede seguir siendo la respuesta. No es una cuestión de medios: con más recursos de los que tenemos no haremos más de lo que hacemos.

Por tanto, el problema de Portugal no ha sido, como se ha apuntado, la falta de medios humanos y materiales de extinción.

No, los portugueses disponen de medios, pero el problema de fondo ha sido la estructura del paisaje. La gran lección de Portugal es que ahora sabemos cómo evolucionan estas tormentas de fuego, que esta vez no se han producido en el interior de Canadá o en Siberia, sino en Europa Occidental y al lado del mar. Y pueden repetirse en el futuro en cualquier lugar del continente. La reacción del fuego fue imprevisible, ninguno de nuestros programas de simulación la hubiera podido predecir apenas unas horas antes.

Se refiere al fuego como una perturbación natural, pero la mayor parte de los incendios son causados por el hombre...

El mayor porcentaje de incendios, efectivamente, siguen siendo causados por la actividad humana, sea por negligencia o, principalmente, por accidentes, y en una pequeña fracción por acciones intencionadas. Y los accidentes se seguirán produciendo. El gran problema no es la causa, sino la capacidad de propagación del incendio. Cada vez tenemos menos incendios, pero más grandes y destructivos. Se trata de un proceso de selección negativa: cuantos más medios tengamos más grande tendrá que ser un incendio para superar nuestros dispositivos de extinción. De esta manera favorecemos la peor clase de incendios. No podemos dejar que un paisaje altamente humanizado evolucione por sí solo. La humanización eliminó su resistencia a los incendios.

¿Y cómo podemos ayudarlo a evolucionar?

Introduciendo selectivamente el fuego. Creando estructuras más abiertas. Permitiendo el regreso de especies más adaptadas al fuego, como el pino silvestre y el laricio, el roble o el alcornoque. Limpiando el sotobosque mediante el pastoreo. Para evitar vacunar a un hijo no sirve de nada tratar de aislarlo en una burbuja. Algún día tendrá que salir de ella y enfrentarse a los problemas desarrollando sus propias defensas. No hay soluciones mágicas, y no podemos arreglar en dos días el problema de un ecosistema del que formamos parte. Pero algo tenemos que hacer, porque tenemos mucha responsabilidad sobre lo que está pasando. Y en buena parte se debe a nuestro modelo de consumo: si consumiéramos más carne de proximidad, o compráramos muebles construidos con maderas de nuestra zona, ayudaríamos a preservar nuestros bosques.