Una veintena de expertos internacionales en desertificación y ecología han presentado una serie de objetivos propuestos de cara al año 2050, con el objetivo de transformar el sistema alimentario y frenar así la creciente degradación del territorio, que lastra la consecución de los objetivos medioambientales.
Entre esos objetivos se encuentra el reducir el desperdicio alimentario en un 75%, recuperar el 50% de las tierras degradadas y adoptar una dieta con menos carne y más productos marinos.
Entre los firmantes del texto, una review que se ha publicado miércoles pasado en Nature (1) y que pretende concienciar a los responsables políticos de la urgencia de la lucha contra la desertificación, está el investigador del CSIC Jaime Martínez Valderrama, según ha informado la entidad en una nota.
"Cambiar el sistema alimentario reduciría la presión sobre los recursos naturales, lo que, a su vez, permitiría la recuperación de suelos y masas de agua afectados por procesos de desertificación. Esto no solo tiene efectos positivos sobre la degradación del territorio, sino que contribuye a mitigar el cambio climático y frena la pérdida de biodiversidad", ha explicado el investigador en la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), centro del CSIC en Almería, Martínez Valderrama.
De no disminuir el ritmo de la degradación del territorio, los autores han advertido de que no será posible alcanzar los objetivos establecidos en el marco de las convenciones de Río --el Convenio sobre la Diversidad Biológica, la Convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático y la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación; llamadas así porque surgen de la conferencia celebrada en Río de Janeiro en 1992--.
Entre los autores del texto se encuentran el jefe científico de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (Cnuld) y varios miembros de la Science Policy Interface (Interfaz Ciencia-Política) de dicha convención. Según ha detallado la entidad, los impulsores son miembros de la Universidad King Abdullah de Arabia Saudí --país que acogió la última Conferencia de las Partes de la Cnuld--.
El impacto de la alimentación
El 34% de la superficie terrestre no cubierta de hielo se destina a la producción de alimento, ya sea en forma de cultivos o forraje. El sistema alimentario global provoca el 21% de gases de efecto invernadero, el 80% de la deforestación y el 70% del consumo de agua dulce, además de ser la mayor causa de pérdida de biodiversidad terrestre
Asimismo, CSIC ha indicado que, actualmente, el 34% de la superficie terrestre no cubierta de hielo se destina a la producción de alimento, ya sea en forma de cultivos o forraje. Diversos estudios estiman que el sistema alimentario global provoca el 21% de gases de efecto invernadero, el 80% de la deforestación y el 70% del consumo de agua dulce, además de ser la mayor causa de pérdida de biodiversidad terrestre.
Prácticas agrícolas no sostenibles erosionan y salinizan el suelo
A esto hay que sumar que las prácticas agrícolas no sostenibles erosionan y salinizan el suelo --lo que produce desertificación--, agotan nutrientes y acuíferos y contaminan con agroquímicos ecosistemas terrestres y acuáticos.
Con las actuales tendencias de consumo, los expertos han calculado que, para 2050, el porcentaje de terreno dedicado a la producción de alimento podría elevarse hasta el 42% de la superficie disponible, lo que intensificará la presión sobre los ecosistemas y pondrá en riesgo servicios esenciales como la regulación hídrica, el secuestro de carbono y la conservación de hábitats, amenazando con ello el sustento de millones de personas.
Frente a este escenario, los objetivos propuestos por los científicos han supuesto una "importante y necesaria" reducción del impacto ambiental ligado a la producción alimentaria, ya que son más ambiciosos que los actuales. Así, se propone la reducción del 75% del desperdicio alimentario y la recuperación del 50% de las tierras degradas --forestales y agrarias--, tomando como base las cifras de 2020.
Los autores y autoras también ponen números a la dieta basada en productos marinos: el objetivo sería que pescado y marisco sostenible reemplacen al 70% del consumo de carne roja y ultraprocesados, y que un 10% del consumo vegetal sea a base de algas.
Por otro lado, los autores y autoras también ponen números a la dieta basada en productos marinos: el objetivo sería que pescado y marisco sostenible reemplacen al 70% del consumo de carne roja y ultraprocesados, y que un 10% del consumo vegetal sea a base de algas.
El artículo ha cuantificado el impacto positivo de que acarrearía la consecución de los objetivos propuestos. Lo hace usando indicadores de organizaciones internacionales, incluyendo la propia ONU, así como datos extraídos de estudios científicos recientes. El resultado es que adoptar estas recomendaciones permitiría reducir la superficie agraria en más de 40 millones de km2; además de mitigar las emisiones de CO2 en casi 400 gigatoneladas.

Una llamada a la acción
El texto también ha subrayado la necesidad de incorporar los sistemas alimentarios en los acuerdos intergubernamentales derivados de las diferentes convenciones; así como de reconocer el papel estratégico de la tierra para afrontar las crisis ambientales.
Por su parte, autores y autoras han afirmado que muchas de las soluciones científicas ya están sobre la mesa, pero que el desafío estriba en implementar medidas coordinadas a nivel global. De este modo, investigadoras e investigadores han propuesto acciones concretas encaminadas a la consecución de los objetivos medioambientales propuestos.
Abogan por incluir la reducción del desperdicio en los tratados comerciales internacionales e imponer impuestos a los ultraprocesados que, en los países ricos, generan hasta un tercio de las emisiones de efecto invernadero
Así, se han mostrado opciones para prevenir el desperdicio alimentario, especialmente en países desarrollados, en los que es habitual descartar alimentos porque su apariencia los hace menos apetecibles o porque su precio está por debajo de los costes de producción.
Además, científicas y científicos han propuesto redirigir los subsidios agrarios hacia pequeñas explotaciones y proyectos de agricultura sostenible, que suelen desperdiciar menos alimento en origen, e incluir la reducción del desperdicio en los tratados comerciales internacionales. También han abogado por imponer impuestos a los ultraprocesados que, en los países ricos, generan hasta un tercio de las emisiones de efecto invernadero.
Los costes medioambientales debieran reflejarse en los precios de los alimentos. En cuanto al aumento en el consumo de productos del mar, estos deben venir sobre todo de pesquerías sostenibles, granjas de algas y acuicultura regenerativa, para no trasladar a los ecosistemas marinos los problemas existentes en tierra firme
Por otro lado, los expertos han argumentado que los costes medioambientales debieran reflejarse en los precios de los alimentos, con un mecanismo de ajuste en frontera similar al que la Unión Europea planea introducir en ciertos bienes y materiales a partir de 2026. Para los autores, un mecanismo de este tipo, "implementado de forma global y consistente, recompensaría a aquellas empresas y explotaciones que respetan la tierra, fomentando la competitividad".
En cuanto al aumento en el consumo de productos del mar, estos deben venir sobre todo de pesquerías sostenibles, granjas de algas y acuicultura regenerativa, para no trasladar a los ecosistemas marinos los problemas existentes en tierra firme.
Finalmente, las autoras/es han recordado que las acciones deben adaptarse a los contextos cultural y socioeconómico, estar guiadas por principios de equidad y sostenibilidad, y tener en cuenta los intereses de las partes implicadas, algo especialmente importante en lo que atañe al diseño de políticas sobre el uso del suelo.
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