¿Qué opinión le merece la propuesta de decreto sobre autoconsumo de electricidad redactada por el Gobierno?

En primer lugar, quisiera destacar que ya la misma denominación que emplea el Gobierno demuestra su incompetencia en la materia: confunden autoproducción con autoconsumo. ¡La energía no se consume! ¡Se emplea, se transforma, pero no se consume! Y, respecto al contenido, reclamo el derecho inalienable de todas las personas y colectivos a aprovechar la energía que se obtiene de los flujos biosféricos, como el sol, el agua o el viento. Lo único que deben hacer los políticos es reconocerlo y regularlo. Pero la clase política está al servicio de los oligopolios de la energía, y no hace más que oponerse a ese derecho. No es casualidad que todo lo que defienden las grandes compañías eléctricas se vea reflejado pocos días después en los decretos.

¿Qué salida les queda a los pequeños productores privados, amenazados incluso con multas millonarias?

Pues seguir el ejemplo de Gandhi cuando impulsó la campaña contra el monopolio británico de la sal, que puso en cuestión y finalmente acabó con el poder colonial en la India: ponernos miles de personas a producir electricidad... ¡a ver qué haría el Gobierno ante eso!. Es la única manera de poner fin al feudo eléctrico, porque las grandes compañías actúan en este sector como verdaderos señores feudales y los políticos, como sus lacayos.

En el actual contexto, ¿cree posible que miles de personas se lancen a generar electricidad con energías renovables?

Ya hay algunas propuestas que van en esa dirección, cooperativas como Som Energia, campañas como Cultiva tu propia energía... y ¡cosas más difíciles se han hecho!

Recientemente, la primera subasta para una compra colectiva de energía, convocada por la Organización de Consumidores y Usuarios, ha movilizado a medio millón de personas y ha sido ganada por una pequeña empresa, que además comercializa electricidad de fuentes renovables...

Eso está bien, pero yo creo que tenemos que ir más allá, e incidir no en el precio sino en el origen.

¿Cuáles son las principales trabas que impiden el despegue de las energías renovables en nuestro país?

La más importante es el monopolio de la distribución. Según la legislación actual, la generación está liberalizada, el transporte y la distribución están regulados y la comercialización es en teoría libre. A mí no me importa que la distribución esté regulada, pero que lo esté al servicio de la sociedad. Es una vergüenza que los cables que llegan a nuestras casas pertenezcan a empresas que participan en el mercado liberalizado. Deberían ser públicos, lo cual no quiere decir que tuvieran que nacionalizarse. Para ello hace falta una voluntad política como la que se expresó cuando se liberalizaron los mercados de la energía en 1997, trasponiendo una directiva europea, y se puso teórico fin a los monopolios. Desde entonces, cualquier persona tiene derecho a producir energía.

¿Y por qué no se da ahora esa voluntad política?

Porque hay una guerra abierta en contra de las energías renovables promovida por los oligopolios. A nivel nacional y a nivel europeo. Los avances tecnológicos de los últimos años han hecho bajar mucho los costes, y hoy ya sería posible competir con otras fuentes de energía en muy buenas condiciones. Sin embargo, tenemos una legislación restrictiva que no lo permite.

Pero esa legislación está inspirada en la de Alemania, un país que lidera el impulso de las renovables.

Nuestra legislación es una mala copia de la alemana, que introduce aspectos como la inyección en la red o los precios primados. Y se ha ido reformando con continuas improvisaciones, como hemos visto con los precios de las tarifas de las renovables. Y aún a pesar de esta pésima gestión política, la industria ha invertido mucho en ellas.

¿Por qué se ha convertido Alemania en el país puntero en este campo?

Alemania es un ejemplo en lo que se refiere al desarrollo legislativo del tema en el Parlamento. Y, pese al clima que tienen, algunos fines de semana de este otoño, la energía solar ha proporcionado el cincuenta por ciento de la energía utilizada en el país. ¡Millones de kilovatios! Esto preocupa mucho a las eléctricas. Otro ejemplo a seguir es el de Dinamarca.

Un país del frío norte de Europa generando más energía fotovoltaica que los mediterráneos...

Es increíble que Alemania nos supere en capacidad de producción. Con nuestro clima, podríamos ser la Arabia Saudí de la energía solar, pero nuestros dirigentes son miopes o incompetentes.

Otro país que ha adquirido protagonismo es China...

China se ha convertido en líder en instalación y producción de energía solar. Sus dirigentes se han dado cuenta de la oportunidad que representa, y con ello también tratan de mitigar sus graves problemas de contaminación del aire en las ciudades.

¿Qué espera de la cumbre del clima que se está celebrando en Varsovia?

No espero gran cosa. Estas grandes cumbres donde se buscan acuerdos multilaterales son una pérdida de tiempo. Sólo se aspira a lograr acuerdos de mínimos para que los suscriban el mayor número posible de firmantes. Para mí, es mejor que algunos países lideren el proceso y den un ejemplo a seguir a los demás. Con las renovables se tendría que hacer lo mismo. No hizo falta ningún gran acuerdo multilateral para impulsar el desarrollo de los microordenadores o de la telefonía móvil.

Las renovables podrían permitir a España acercarse a los límites de emisiones que le asignó el Protocolo de Kioto.

España no cumplirá nunca con Kioto. Lo único que hará es comprar derechos de emisión a otros países.

El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) vaticina un enorme aumento de la demanda en las próximas décadas, y constata que se podría hacer más en el campo de las fuentes limpias.

La AIE es un organismo de propaganda surgido tras la crisis del petróleo de los años 70. Y, en sus informes, siempre ha metido la pata con respecto a las energías renovables.

Aparte de abogar por las renovables, usted defiende que la clave para un futuro energéticamente viable es reducir esa demanda...

El sistema energético actual es muy derrochador. Una central térmica sólo convierte en electricidad el 30% de la energía, un coche sólo aprovecha para avanzar el 20%, las bombillas incandescentes pierden en forma de calor el 90%... Y nuestros edificios mal aislados térmicamente dejan escapar la mayor parte de la calefacción. Desperdiciamos la energía tanto en la fase de generación como en el uso final. Esto es lo primero que deberíamos solucionar.

¿De qué manera?

Una solución sería un plan de emergencia para la rehabilitación energética de edificios, que contribuiría a revitalizar el sector de la construcción, tan afectado por la crisis. La Unión Europea ya exige que los nuevos edificios sean más eficientes energéticamente. Con edificios mejor construidos haría falta menos energía, y sería más fácil suministrarla únicamente con fuentes renovables.