No paramos de comprar y tirar. ¿Que deja de funcionar el televisor? Adquirimos otro porque nos sale más barato que arreglarlo. ¿Que ha salido un nuevo móvil con mejor cámara? El viejo se queda en un cajón y adquirimos la última versión para no quedar desfasados. Los descritos son hábitos cotidianos de la mayor parte de la población del mundo llamado desarrollado, unos actos que están esquilmando nuestro planeta. Pero, afortunadamente, cada vez más consumidores empiezan a remar a contracorriente.

Acortar la vida de los productos ha resultado la clave y el motor para que funcione el modelo económico actual, la sociedad de consumo. Lo demuestra el que mientras en un parque de bomberos de Livermore (Estados Unidos) una bombilla funciona sin parar desde hace más de 100 años, la mayoría de las que encontramos en las tiendas están restringidas a 1.000 horas por la decisión que en el pasado tomaron los productores. Porque, ¿dónde estaría si no el negocio?

Amigos de la Tierra ha lanzado la campaña Alargascencia para impulsar otro modelo

Éste se basa en la obsolescencia programada, un término que empleó por primera vez el diseñador industrial estadounidense Brooks Steven en 1954 para definir la determinación o programación deliberada del fin de la vida útil de un producto o servicio por el fabricante o empresario: impresoras que dejan de funcionar al llegar a un número determinado de páginas o lavadoras que se mueren a los 2.500 lavados exactos, ropa que simplemente ya no está de moda –las grandes cadenas sacan nuevas colecciones constantemente– u ordenadores arrinconados al quedarse obsoletos –al, por ejemplo, no poder actualizar los sistema operativos–.

Pero, otra forma de consumo alejada de las grandes multinacionales es posible. La Fundación Energía e Innovación Sostenible Sin Obsolescencia Programada ha creado el sello ISSOP, una certificación gratuita que identifica los artículos y servicios respetuosos con el medio ambiente y fabricados sin obsolescencia programada, empleando preferiblemente los productos locales y aplicando los criterios del comercio justo.

También para frenar esta locura consumista, la organización Amigos de la Tierra ha puesto en marcha la campaña Alargascencia, que ha editado un directorio de establecimientos que sirven para alargar la vida útil de los objetos arreglándolos, compartiéndolos, reparándolos, alquilándolos, intercambiándolos o comprando y vendiendo de segunda mano.

En la lista pueden hacerse búsquedas por categorías (mobiliario, aparatos eléctricos y electrónicos, textil, juguetes, ocio y deporte o herramientas), por tipo de servicio o por zona geográfica, y los resultados facilitan los datos de contacto de quienes los ofrecen. En sus páginas aparecen ejemplos como el de la biblioteca madrileña Víctor Espinós, en la que se prestan instrumentos musicales, o páginas de donación e intercambio de ropa de bebé como segundamanita.com.

Mejor para los consumidores

También puede conseguir estirar la vida de un producto uno mismo. En Internet se cuelgan tutoriales para repararlos. Y si se prefiere aprender en persona se puede acudir a un Repair Café, un lugar en el que se intercambian conocimientos. La iniciativa fue puesta en marcha por Mártine Postma en 2009 en Amsterdam (Países Bajos), y hoy ya existen un millar repartidos por todo el mundo. En España hay dos: uno en Madrid y otro en Zaragoza. “Los Repair Cafés ya son todo un movimiento a nivel mundial, dedicado a conservar los conocimientos de reparación en la sociedad y en pro de productos más fáciles de reparar”, explican sus impulsores.

Se trata de lugares en los que unos voluntarios se reúnen semanalmente o mensualmente para reparar toda clase de artículos: juguetes, ropa, muebles, aparatos eléctricos,… La idea es que la gente acuda con sus objetos rotos y los devuelva a la vida con la ayuda de los expertos. Además del objetivo más inmediato, Postma pretende que se recupere la cultura de la reparación, que habíamos dejado atrás.

En los Repair Cafés la gente arregla sus artículos rotos con la ayuda de expertos 

La misma idea también se impulsa desde algunas administraciones. En Barcelona, se desarrolla la campaña 'Millor que nou!' (¡Mejor que nuevo!) que ofrece asesoramiento para diferentes especialidades (bicicleta, bricolaje, carpintería, informática y aparatos electrónicos y textil) y talleres monográficos. 

En 2013 nació en Estados Unidos The Repair Association (La Asociación de Reparación), que agrupa a profesionales, aficionados a estas tareas y a consumidores que no quieren tirar los objetos estropeados y reclaman el derecho a arreglar desde teléfonos móviles hasta coches. Es el primer lobby de reparadores: trabaja para conseguir una ley a nivel nacional para que cada consumidor y pequeña empresa pueda tener acceso a la información y a las herramientas necesarias para arreglar sus productos, así como poder revenderlos.

“La libertad de conservar, innovar y mejorar nuestros productos es imprescindible. Estas libertades básicas son esenciales para el crecimiento económico de Estados Unidos y para impulsar la creatividad, y deberán ser conservadas durante el siglo XXI”, señala esta entidad, posicionándose así en contra de las multinacionales que hacen cada vez más complicado dar una segunda vida a los artículos. Argumentan que un mercado libre e independiente de reparación y reutilización es más eficiente, más competitivo y mejor para los consumidores; que crea puestos de trabajos locales –más de tres millones de estadounidenses viven de ello– y beneficia al medio ambiente.

Mientras las grandes empresas sacan tajada del recorte premeditado de la vida útil de los productos y ven crecer sus cuentas corrientes, la Tierra y el conjunto de sus inquilinos sufren los efectos negativos: el abuso de recursos naturales, el aumento del volumen de residuos y de la contaminación. Hemos creado un sistema de producción ilimitado en un planeta con recursos finitos, un modelo inviable al que la alternativa parece clara: abandonar el sistema lineal de consumo y adoptar uno circular, donde nada se destruya por capricho. Sólo cuando no pueda rendir más.