A lo largo de hectáreas y hectáreas de terreno apenas se ven plantaciones. De vez en cuando se adivina un cultivo de hortalizas o un intento de producir pimiento, adaptado a este clima seco y cálido. La agricultura de Senegal se reduce a unas pocas opciones que luego pueden comprarse en mercados o puestos callejeros a un precio mínimo.

Sumario

 

Hay algo de sorgo, arroz o maíz en los departamentos más áridos. Al sur, con una vegetación más exuberante, se apilan las montañas de cacahuetes en el arcén de los caminos, pero al norte, donde el Sahel muestra su desierto pedregoso, las raíces luchan por penetrar la tierra.

 

Cuenca hidrográfica en francès del Río Senegal / Foto: Wikimedia Cuenca hidrográfica en francès del Río Senegal / Foto: Wikimedia

 

 

La 'typha' o totora, una mala hierba acuática

 

Solo hay unas hojas verdes que sobresalen al paisaje: la typha, totora o junco del río Senegal –que separa este país africano de Mauritania– abunda en las dos márgenes del flujo de agua, dando cobijo a peces de agua dulce, aves como la gaviota de Audouin y alguna colonia de pelícanos.

Un chico senegalés observa la totora que crece en la orilla del río / Foto: AGP Un chico senegalés observa la totora que crece en la orilla del río / Foto: AGP

Su presencia pasa desapercibida. Llega a ser incluso una molestia en el paso fronterizo más cercano a Saint Louis, la principal urbe de la región. Se considera, casi, una mala hierba acuática que entorpece la navegación o resta visibilidad al horizonte.

Pueden llegar hasta los dos metros, pero sólo se utilizan 65 centímetros, que sirven para crear lienzos, esterillas o protección para el tejado

MANYSE Y PATRICK MOULINIER,  Fundadores de Maka Diama

Sin embargo, para Manyse y Patrick Moulinier, dos jubilados franceses de 69 años que residen en esta ciudad de unos 280.000 habitantes, esos tallos de cilindros crujientes y esas hojas apaisadas son el material con el que se dinamiza la artesanía local.

“Pueden llegar hasta los dos metros, pero sólo se utilizan 65 centímetros, que sirven para crear lienzos, esterillas o protección para el tejado”, el matrimonio Moulinier a bordo de un coche, en dirección a lo que llaman “el taller”.

 

Celulosa y jabón artesanal

 

Pilas de jabón sobre el suelo en el taller de Maka Diama, situado en la frontera de Senegal y Mauritania / Foto: AGP Pilas de jabón sobre el suelo en el taller de Maka Diama, situado en la frontera de Senegal y Mauritania / Foto: AGP

Más que un taller como tal, lo que uno se encuentra es un local desierto, de suelo arenoso y escasa decoración, donde un grupo de mujeres machaca la pasta de esta planta en una palangana. De ese tallo verde se extrae una masa pálida que puede convertirse en una especie de celulosa o incluso darle aroma a un jabón artesanal.

La organización Maka Diama, con el mismo nombre que el bosque del que extraen la totora, lleva desde 2016 dotando de salidas a comunidades de la zona

“Llevamos desde 2016 hasta ahora y dotamos de herramientas y salidas a comunidades de la zona”, comentan los fundadores de una organización que han llamado Maka Diama, como el bosque del que extraen la totora una variedad de junco, a escasos metros de la frontera con Mauritania.

“Hacen jabón y cuadros para hoteles y venta directa”, arguyen. Uno de estos clientes es el Bou El Mogdad, un crucero histórico que conecta varias poblaciones ubicadas en la linde senegalesa de la frontera acuática.

Justo en esos momentos aguarda en la esclusa que permite el paso desde Saint Louis, con salida al océano Atlántico. Los guardias de ambos puestos saludan al patrón y permiten a los Moulinier acercarse a la garita. Allí les regalan una de esas pastillas de color pálido que extraen gracias a los juncos que se yerguen alrededor.

 

"Hecho a mano"

 

Un grupo de trabajadoras de Maka Diama en el taller / Foto: AGP Un grupo de trabajadoras de Maka Diama en el taller / Foto: AGP

De este elemento, el jabón, se observan pilas al raso en el local. Se amontonan para ser cubiertas por celofán. La realización es sencilla, defienden. Además, la experiencia facilita la velocidad con la que se elabora el mejunje. Las trabajadoras desvelan la fórmula a golpe de cucharada: echan en bidones de plástico una de sosa cáustica, un litro de agua, grasa y la esencia.

Las trabajadoras desvelan la fórmula a golpe de cucharada: echan en bidones de plástico una de sosa cáustica, un litro de agua, grasa y la esencia

“No es un producto ordinario”, defienden, “está hecho a mano, con 45 minutos de mezcla y un olor natural”. Dan fe los clientes de otro establecimiento clásico de la urbe mencionada, La Résidence, o de resorts y otras instalaciones de ocio en la zona.

“También se vende en el mercado, por entre 150 y 500 francos (de 0,23 a 0,70 euros)”, detalla Manyse, que calcula en un centenar la fabricación mensual. Más adelante, con las restricciones por la pandemia de coronavirus –que en Senegal ha provocado cerca de 74.000 contagios y 1855 muertes a 29 de septiembre de 2021– la responsable del proyecto admitirá que hubo unos meses de parálisis total. Sin embargo, entonces los suspiros procedían más por los recursos que por una epidemia global.

“El sitio no está del todo acondicionado. Trabajan con gas y a veces no se ponen la mascarilla”, protesta delante de Arame Diop, Nougon Diop, Fatou Boye, Aissitou Diop o Khady Ba, empleadas que oscilan entre los 37 y los 70 años que ríen ante la bronca de la jefa: al minuto, se dedican a agasajarla con caricias y muecas. El ambiente, incluso plagado de humedad, es lúdico.

 

Un futuro cómodo para la iniciativa

 

Planta cimentada de Miaka Dama, al norte de Senegal, donde la asociación va a levantar otro taller / Foto: AGP Planta cimentada de Miaka Dama, al norte de Senegal, donde la asociación va a levantar otro taller / Foto: AGP

Bastante más agradable que fuera, donde asesta un sol vertical sobre un recuadro de asfalto impoluto en medio de las trochas.

Es el que han habilitado para tender la pasta de totora y secarla: hacen lo mismo enfrente con unos ladrillos de barro. “Queríamos tener el doble de espacio y que hubiera un baño y fosa séptica”, argumenta Patrick desde una de las esquinas, con la camisa anegada de sudor y vislumbrando, con los ojos entornados, un futuro cómodo para la iniciativa.

Nos gustaría que haya formación en una especie de rancho próximo que tenemos mirado y que se aprendan usos de esta planta, que no se desperdicie

MANYSE MOULINIER, Cofundadora de Maka Diama

“Nos gustaría que haya formación en una especie de rancho próximo que tenemos mirado y que se aprendan usos de esta planta, que no se desperdicie”, advierte, tomando entre las manos un manojo de las que surgen con rotundidad del río Senegal.

En este caso, el ramillete obtenido es un cilindro limpio, de verde intenso. Sin embargo, la typha (según el nombre científico y usado en algunos idiomas, como el francés) proviene de la familia de la typhaceae, con entre ocho y 13 especies que varían ligeramente: algunas muestran flores en sus bordes o enarbolan cucuruchos de polen en la punta. Se las reconoce por poblar los márgenes de estanques o humedales y por sus cualidades ecológicas. 

 

Dibujos al óleo de escenas costumbristas

 

Patrick Moulinier, uno de los responsables de la asociación Maka Diama, muestra una de las creaciones en su despacho de Saint Louis / Foto: AGP Patrick Moulinier, uno de los responsables de la asociación Maka Diama, muestra una de las creaciones en su despacho de Saint Louis / Foto: AGP

Denominadas espadañas, eneas o bayuncos, impiden la deforestación y son un hábitat perfecto para aves o peces. En Senegal, no obstante, hay quien la considera un estorbo, y no duda en pasar la guadaña. “Dicen que se lleva mucha agua y que ralentiza la navegación, por su crecimiento en el subsuelo”, interviene Patrick, que cuenta cómo antes de la presa, levantada en 1999, no existía ese ecosistema: “El agua salobre anulaba su desarrollo”.

Lo ha cambiado ese tope que pone un límite al caudal y deja que el agua dulce se mantenga. Así se ha llenado el río Senegal, de unos 1.800 kilómetros de largo. Salvo en algunas partes de su cauce, que desciende hacia Malí y se bifurca antes de alcanzar Guinea Conakri.

No nos interesa el negocio. Solo queremos que se utilice una planta en declive, despreciada, y que, a la vez, pueda ayudar a personas

MANYSE Y PATRICK MOULINIER, Fundadores de Maka Diama

“Para un lienzo de DIN-A4 se necesitan unas 15 plantas”, cavila Melyse ya subida al coche, de vuelta a la urbe. Alejados de la inclemencia climática de Maka Diama, en la sombra que otrogan sus cuatro paredes, un pequeño establecimiento hace de desván.

En el adobe con que se ha levantado cuelgan algunas de estas pinturas. Son dibujos al óleo de escenas costumbristas, con el colorido propio de la artesanía del país.

“No nos interesa el negocio. Solo queremos que se utilice una planta en declive, despreciada, y que, a la vez, pueda ayudar a personas”, coinciden al unísono los fundadores. La totora, en esta pequeña escala senegalesa, ya puede presumir de gozar de un reconocimiento y una doble vida. De haber pasado de hierbajo a material con el que se anima lo cotidiano.