¿Cuáles son las principales conclusiones del documento?

 

 

Fundamentalmente, se confirma que la humanidad está viviendo por encima de la capacidad del planeta. Y no solamente es insostenible el nivel de consumo, sino también la forma de producción. El índice Planeta Vivo, con el que medimos la biodiversidad mundial, se ha reducido un 30% en 40 años. La capacidad de la Tierra de asumir nuestros errores es muy limitada. Los recientes informes del Club de Roma, una entidad nada sospechosa de secundar ciertas ideas, y de la ONU casan con el nuestro como un guante. Estamos ante una abrumadora acumulación de datos.

 

¿Qué ecosistemas son los más amenazados?

 

 

En el informe analizamos el estado de 2.600 especies de vertebrados en 9.000 poblaciones de todo el mundo, de todos los ecosistemas. En algunos casos la situación es crítica. El caso de los mares resulta extremadamente grave, están llegando a un punto de no retorno. Más del 50% de los stocks pesqueros han alcanzado un nivel de agotamiento sin posibilidad de recuperación para soportar la carga de la explotación comercial. Pero las que están peor son las comunidades de agua dulce. Ríos y zonas húmedas son los ecosistemas más dañados. Su declive es mucho mayor que el de los terrestres o marinos, debido al uso excesivo de agua para la agricultura y a la contaminación. Por biorregiones, las que han sufrido más son las tropicales, con un 60% de descenso de su riqueza natural desde 1970, sobre todo en los bosques tropicales asiáticos. En cambio, hay también algún aspecto positivo: en las zonas templadas se recuperan los ecosistemas. Allí donde desde hace 20 o 30 años se invierten recursos y esfuerzos en la gestión, la naturaleza renace.

 

Es decir, se recupera en los países desarrollados y se destruye en los más pobres.

 

 

Sí, totalmente. A mayor capacidad de invertir en la gestión de recursos, más recuperación. Pero no nos podemos permitir ver como nuestros bosques o caladeros mejoran mientras exportamos nuestra sobrexplotación a otras regiones. En realidad, cuidamos nuestro propio jardín y trasladamos la presión a otros países.

 

¿Qué resultados deberían alcanzarse en la cumbre de Rio de Janeiro?
 

 

Planeta Vivo 2012 será nuestro documento de referencia en la reunión, a la que acudiremos con una delegación muy importante, con integrantes de gran peso y capacidad de presión política. Creemos que en Rio debe tomarse conciencia de la importancia de preservar el capital natural de la Tierra, creando más espacios protegidos, especialmente marinos; con la restauración de zonas degradadas, apostando por un objetivo de pérdida de biodiversidad cero. 

 

¿Cómo se puede lograr esa conciencia?

 

 

Valorando el capital natural en lugar del Producto Interior Bruto. Haciendo que la riqueza natural se refleje en la contabilidad nacional. De hecho, el índice Planeta Vivo es como un extracto bancario de la Tierra. Debemos reducir el consumo, consumir mejor y producir mejor. Se puede producir algodón, soja, palma de aceite en las regiones donde se cultivan pero de manera más eficaz, sin destruir el medio ambiente.

 

¿Creen que los Gobiernos serán sensibles a estas demandas?
 

 

Lo vemos muy mal, se va a la cumbre sin esa conciencia. Estamos a las puertas de una crisis ecológica sin precedentes y no existe esa sensación de urgencia por parte de los gobernantes. La mayoría van simplemente a cumplir el expediente. Algunas de las naciones que deberían jugar un papel más destacado acudirán con delegaciones de perfil bajo o ya han anunciado que no van a estar. Pese a ello, creemos que es una cita importante. No hay muchas ocasiones para debatir estos temas a estos niveles.

 

¿La crisis económica explica esa actitud de los Gobiernos?

 

 

En el caso de España es evidente. Bajo un mensaje políticamente correcto, los partidos están justificando cambios en la legislación con un discurso muy peligroso. Cualquier proyecto que pueda generar ingresos y empleo a corto plazo se acepta, como vemos en los casos de Eurovegas o la playa de Valdevaqueros. Y, lo que es peor, equipos de gestión ambiental que habían adquirido experiencia durante décadas se han desmantelado en dos o tres años, como en el caso de muchas consejerías autonómicas de medio ambiente, absorbidas por otros departamentos.

 

También nos preocupa la posición de la UE, que podría perder su papel pionero en políticas ambientales. Resulta dramático el panorama en los medios de comunicación y asistimos a una debacle de las organizaciones ecologistas. Las vemos desaparecer como gotas de lluvia en el desierto, en un momento en que se están alumbrando cosas que van a cambiar el mundo. Pero debemos ser optimistas y seguir luchando para que lleguen tiempos mejores.