Frente al Black Friday, el Buy Nothing Day (en inglés, el día de no comprar nada). Como reacción al consumismo desaforado e insostenible que hoy viernes inundará de compradores las tiendas y centros comerciales de medio mundo -del que se lo puede permitir-, diversos colectivos impulsan en más de 65 países del globo una campaña de sensibilización en la que solicitan a la ciudadanía que durante toda la jornada no adquiera nada nuevo-o, por lo menos, nada que no sea estrictamente imprescindible-.

El movimiento nació a principios de los años 90 en Canadá, impulsado por el artista y fotógrafo publicitario Ted Dave, convencido de que "lo bastante es suficiente", y enseguida recibió el apoyo entusiasta de la revista Adbusters, editada por la organización sin ánimo de lucro del mismo nombre, que trata de combatir la filosofía consumista y en la que colaboran destacados publicistas que emplean sus mismas estrategias mediáticas lanzando campañas de alto nivel de diseño gráfico. Uno de sus fundadores es Kalle Lasn, que se distinguió en la organización de la protesta Ocupa Wall Street iniciada en 2011 inspirada en el movimiento 15M español del mismo año.

Los estadounidenses se gastaron hace hoy tres años más de 50.000 millones de euros

La revista, que difunde 120.000 ejemplares, tiene como una de sus herramientas favoritas la contrapublicidad, la modificación de anuncios de grandes marcas para denunciar prácticas comerciales abusivas o modelos de consumo dañinos para la salud o el medio ambiente. Un equipo de juristas la defiende de las demandas de los medios convencionales. Su meta es "un mundo sin McDonald’s o Nike, un mundo donde la gente estresada no tenga un lugar donde tomar un bocado rápido, donde casi nadie conduzca un coche. Un mundo donde la televisión se haya extinguido".

La primera jornada destinada a que "la sociedad reflexione sobre el consumo excesivo" se convocó en el país más septentrional de América en setiembre de 1992, pero en 1997 se trasladó la fecha para hacerla coincidir con el Black Friday estadounidense, el día de mayor consumo del año en el país consumista por antonomasia, donde los grandes comercios se llenan de público atraído por las ofertas: en 2013, 141 millones de compradores estadounidenses se gastaron ese viernes en las tiendas unos 53.000 millones de euros, más otros 1.100 millones en compras a través de internet.

Campaña navideña

El Viernes Negro -así llamado por los problemas de congestión de tráfico que ocasionaba en la ciudad de Filadelfia- coincide con el último viernes de noviembre, el día siguiente del tradicional Día de Acción de Gracias, y actúa como el pistoletazo de salida de la campaña comercial navideña. Como en tantas otras ocasiones, esta costumbre norteamericana se ha acabado exportando a la mayor parte del resto del planeta, y en España se ha podido escuchar y leer con profusión durante las últimas semanas esta expresión anglosajona -sin traducir- anunciando rebajas en los medios de comunicación.

Aunque mucho menos secundado, el Día de No Comprar Nada ha alcanzado ya una cierta repercusión en países como Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Suecia, Alemania, Japón, Nueva Zelanda, los Países Bajos, Israel, Francia o Noruega. "Compra menos, vive más", proclama la web británica de la campaña. La lucha contra el consumo irreflexivo no se limita a una pasiva abstención de gastar durante 24 horas: en diferentes países, los activistas del BND invitan a los ciudadanos a secundar acciones como cortar con tijeras sus tarjetas de crédito frente a los grandes comercios, pasear por ellos haciendo congas tras un carro de supermercado o a deambular por los pasillos como zombies, que es lo que consideran a los consumidores que no viven más que para obedecer los mandatos de los anuncios. Además, se ha lanzado también una campaña llamada Buy Nothing Xmas (Navidades sin comprar nada).

Coincidiendo con el Viernes Negro, que sin duda lo es para el medio ambiente, Greenpeace ha presentado en Alemania un estudio que pone de manifiesto el enorme impacto de la creciente tendencia a consumir artículos textiles -los más adquiridos durante esta jornada, junto con los electrónicos- de manera desaforada: de media, los consumidores del mundo rico compran un 60% más de ropa, y la conservan la mitad de tiempo que hace 15 años.

Los consumidores compran un 60% más de ropa y les dura la mitad que hace 15 años

La producción de ropa a nivel mundial se duplicó entre 2000 y 2014, con ventas que aumentaron de casi un billón de euros en 2002 a 1,7 billones en 2015, con una previsión de que alcance los 2 billones en 2025. El aumento en el uso de fibras sintéticas, en particular del poliéster, que emite cerca de tres veces más CO2 en todo su ciclo de vida que el algodón, genera un serio problema de contaminación: este material derivado del petróleo, que se encuentra presente en el 60% de la ropa, tarda décadas en degradarse e inunda el medio marino con microfibras plásticas que entran en la cadena alimentaria.

Y frente a esta inundación de ropa barata, producida en su mayor parte por las grandes marcas en países en desarrollo con lamentables condiciones laborales, y que de rebote amenaza el cada vez más precario empleo en el mundo rico, no hay otra solución que la un cambio en las tendencias de consumo. El reciclaje no es una solución: sólo la Unión Europea genera cada año entre 1,5 y 2 millones de toneladas de ropa usada, en su mayor parte no aprovechable debido a su baja calidad. “Nuestra investigación indica que las redes de comercialización de ropa de segunda mano están al borde del colapso”, asegura Kirsten Brodde, responsable de la campaña Detox my Fashion de Greenpeace Alemania, que pretende persuadir a los fabricantes de que empleen menos productos tóxicos. "Las marcas de ropa necesitan repensar con urgencia su modelo de negocio de usar y tirar y producir ropa que sea duradera, reparable y apta para su reutilización", reclama.

La compra y uso de ropa generan un 3% del total de emisiones de gases de efecto invernadero (sumando las causadas por la producción, la logística y, ya durante su uso, el lavado, el secado y el planchado). Según investigaciones independientes, prolongar la vida útil de las prendas de ropa de uno a dos años reduciría las emisiones un 24%, ahorraría grandes cantidades de agua y reduciría el vertido al medio ambiente de sustancias peligrosas. Una parte del futuro del planeta pasa por nuestros armarios: alargar la vida de la ropa debe ponerse de moda.