La escasez de precipitaciones de los últimos meses (un 25% inferiores a la media), la primera y prematura ola de calor del año y las preocupantes previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), que no auguran apenas lluvias para el periodo que se extiende hasta setiembre, hacen temer que la sequía puede adueñarse de buena parte de España durante este verano, disparando el riesgo de incendios forestales y poniendo en riesgo el suministro hídrico en algunas cuencas.

El cambio climático parece ir confirmando los peores vaticinios: en los últimos años está lloviendo cada vez menos. Las precipitaciones acumuladas en los ocho meses que llevamos de año hidrológico (que se inicia el 1 de octubre) son inferiores en un 15% a la media del período 1981-2010. Eso en el conjunto del territorio, pero en algunos lugares la situación es aún más grave: en las cuencas del Guadiana, el Duero, el Tajo, el Guadalquivir y las del Sur no se ha llegado a cubrir más que tres cuartas partes de dicha media.

España es el país de la Unión Europea con más presas, y el quinto de todo el mundo

Según la Aemet, “La escasez de precipitaciones en los últimos 12 meses permite hablar de sequía meteorológica, sobre todo en la mitad occidental y en el tercio norte, así como en algunas islas Canarias”. “Estamos en el tercer año hidrológico y natural más seco del siglo XXI”, constata Rubén del Campo, portavoz de la agencia meteorológica, que pronostica que este verano, además, será al menos 0,5 grados más caluroso que la media en la península y Baleares.

Esta semana, con datos del 24 de junio, los embalses españoles estaban a un 57,52% de su capacidad, habiendo perdido 563 hm3 respecto a la semana anterior (un 1%), cuando hace un año en estas mismas fechas estaban al 71,92%, siendo la media de la década del 70,85% para esta semana del verano, así que la situación empieza a ser preocupante.

Con este contexto, los embalses se seguirán vaciando, y en algunas zonas se pueden llegar a producir situaciones de restricción del suministro de agua, tanto para la agricultura (que se lleva la inmensa mayor parte del recurso almacenado) como para el consumo de boca. España, con 1.225 presas y embalses de diferentes tamaños, es el país de la Unión Europea con mayor número y superficie de ellos, y ocupa el quinto lugar del mundo, solamente por detrás de gigantes como Estados Unidos, China o la India.

Aunque, debido a la irregularidad del régimen de lluvias peninsular, ya los empezaron a erigir los romanos, en buena parte nuestras presas son uno de los legados de los que se vanagloriaba abiertamente el régimen dictatorial franquista (1939-1975), responsable de la construcción de más de la mitad de ellos

Y de hecho, se siguen construyendo. Es el caso del de Almudévar (Huesca), en el que el Gobierno va a invertir 102 millones de euros en un intento de impulsar la agricultura de regadío en el Alto Aragón, con una capacidad de 169,71 hectómetros cúbicos procedentes del río Gállego y de excedentes de embalses del Cinca. Los primeros trabajos topográficos y de acondicionamiento de accesos para la maquinaria se iniciaron a finales del año pasado. Los embalses en España, ¿son pocos o demasiados?

 

Fracasos hidráulicos

 

Ecologistas en Acción cree que en España sobran pantanos, y ha denunciado en sus informes la futilidad de al menos catorce de ellos. Estos que denomina “fracasos hidráulicos” los sitúa en Aragón, Andalucía, Catalunya, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Comunidad de Madrid y Comunidad Valenciana, y se concentran especialmente en las cuencas del Ebro y Tajo, justo donde el dictador comenzó su megalómano empeño de construcción de grandes obras hidráulicas.

Útiles o no, la organización ecologista recuerda que “los embalses producen siempre un gran impacto medioambiental, pues los valles sobre los que se construyen desaparecen para siempre. Suponen la completa transformación del régimen fluvial y bajo sus aguas quedan inundados bosques, pastizales, dehesas, etc. El impacto social que generan también es muy alto. Los embalses construidos en nuestro país han ‘engullido’ bajo sus aguas más de medio millar de pueblos y han supuesto el desplazamiento de, al menos, cincuenta mil personas”.

Respecto a los catorce más desafortunados según Ecologistas en Acción, las razones que los hacen inservibles son variadas: desde que el caudal del río es demasiado pequeño, como es el caso del de Lechugo (Teruel), a que el suelo sedimentario no es lo suficientemente estable, como el caso de Montearagón (Huesca), o incluso que la escasa cantidad de agua que logran almacenar es insuficiente para abastecer a sus destinatarios agrícoolas o urbanos como ocurre con el de Benínar (Almería), en el río Adra.

Las aguas han sumergido unos 500 pueblos y desplazado a 50.000 personas

“En España se han construido más pantanos de los necesarios. Sobre todo si tenemos en cuenta que el agua de estas presas se destina para beber y para regar los campos. Siendo más precisos, un 12% se emplea para el consumo humano y el resto se utiliza para el regadío”, explica Santiago Martín Baraja, uno de los responsables del estudio.

En otros casos, la elevada inversión y el impacto ambiental ni siquiera han servido para retener una mínima cantidad de líquido aprovechable. “El de Algar no tiene ni las compuertas puestas”, afirma Miguel Sanahuja, vecino de la zona de este pantano castellonense sobre el río Palancia. “El agua que se va al mar no se aprovecha y yo creo en la utilidad de los embalses, pero esta obra ha sido un fracaso desde el momento en que se empezó a construir hace más de quince años”.

El deficiente diseño de la infraestructura la hace incapaz de conservar agua, que tras atravesarla sigue su curso hacia el Mediterráneo. Una obra que hace ocho años el Gobierno se planteó soterrar, invirtiendo otros diez millones de euros, pero al final no lo llevó a cabo.

Ecologistas en Acción reclama que estas obras fallidas se vacíen para que de nuevo vuelva a brotar la vegetación y se vuelva a recuperar el paisaje inicial. “Esta es una práctica bastante habitual en Estados Unidos. Si se dan cuenta de que un pantano no está cumpliendo con la función que de él se esperaba, se deseca y poco a poco se recupera el ecosistema anterior”, aclara Martín Baraja.

No existe un censo oficial de los pueblos que los embalses han sumergido bajo sus aguas. Sin embargo, desde la confederación ecologista creen que la cifra podría rondar el medio millar, con algunos tan conocidos como Mequinenza (Zaragoza). Muchos han quedado como recursos turísticos rurales ya que en los momentos de sequía suelen aflorar sobre el nivel del agua y se convierten en una atracción para los visitantes.

Es el caso de Augustóbriga, un antiguo municipio romano situado en uno de los márgenes del Tajo, junto a la carretera que conecta Navalmoral de la Mata con Guadalupe. En la Edad Media cambió su nombre por el de Talavera la Vieja, pero en 1963, con la construcción del embalse de Valdecañas, el pueblo fue inundado. Como símbolo de esta transformación quedan las ruinas de un antiguo templo romano, el Pórtico de Curia de Talavera la Vieja, que los habitantes desmontaron y recolocaron en tierra seca. O el de la iglesia romànica de Sant Romà de Sau, cuyo campanario asoma en el embalse del mismo nombre en el río Ter a su paso por la provincia de Barcelona.

La hidroeléctrica es una de las fuentes verdes y teóricamente renovables, que debería contribuir a combatir el cambio climático y reducir nuestra factura energética. Durante la etapa del anterior Gobierno del PP de Mariano Rajoy se achacaban las fuertes subidas del recibo de la luz a la falta de lluvias e incluso de viento, que obligaban a consumir mayores volúmenes de caros e importados combustibles fósiles.

Pero el argumento se venía abajo al ver como la lluviosa primavera del año pasado no bajaban los importes de las facturas domésticas, o al comprobar como a finales del año pasado los pantanos estaban al 52.09 % de su capacidad, según fuentes oficiales del Gobierno, unos niveles similares a los de hace diez años, mientras la tarifa de la luz era hasta un 87% más cara que una década atrás, según ha denunciado reiteradamente la organización Facua-Consumidores en Acción.

A este circunstancia trata de encontrarle una explicación Jorge C Morales, autor del libro Adiós, petróleo: Historia de una civilización que sobrevivió a su dependencia del oro negro. Según Morales, “si tomamos en cuenta que el petróleo es la energía que arrastra a todas las demás, habremos entendido gran parte del problema”. Para producir electricidad, aunque no utilicemos directamente este combustible, si usamos el gas natural o el carbón vamos a necesitar quemarlos, y para ello se usa petróleo, por tanto, el precio del líquido fósil afecta igualmente al de estos otros dos recursos.

Así pues, la subida de estas materias primas influye en el precio de la luz, ¿pero, afecta tanto como para que tengamos estos elevados precios, entre los más altos del continente? Las reglas del juego del mercado que fijan el precio de la electricidad no varían desde hace veinte años. "Las marca el Gobierno desde el Boletín Oficial del Estado, y las mismas permiten a las eléctricas maximizar sus beneficios", señala el autor.

“Las empresas están produciendo mucha electricidad con agua, lo que es mucho más barato que quemar carbón y gas, y sin embargo, los precios del recibo son más caros porque el Gobierno lo permite. La verdad que no es fácil cambiarlo porque una parte de la normativa depende de la Unión Europea, y esto no se puede modificar de un día para otro”, explica Morales.