“La era del calentamiento global ha terminado y la era de la ebullición global ha llegado”. Así sentenciaba Antonio Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, en la rueda de prensa ofrecida el pasado 27 de julio. Pero antes dijo: “Para la comunidad científica es inequívoco, a quien hay que culpar es a los seres humanos”.

Este señalamiento incluye, indiscriminadamente, a todas las personas. Una acusación probablemente desafortunada en un momento en que el mundo necesita de espacios mínimos de gobernabilidad para construir la paz. Como veremos a continuación, el mensaje más bien debería centrarse en las acciones necesarias para enfrentar este desafío global.

 

Las evidencias del cambio climático

 

En el año 2023, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha emitido su Sexto Informe de Evaluación, en donde se sintetiza que la acción antrópica, principalmente a través de la emisión de gases de efecto invernadero, ha contribuido al calentamiento global.

Aunque esta afirmación podría apoyar la idea de una culpabilidad universal en las acciones humanas, es relevante destacar la importancia de escoger cuidadosamente las palabras para comunicar el mensaje correcto. Para evitar generalizaciones erróneas, debemos centrarnos en acciones específicas.

En este contexto, el IPCC identifica la emisión de gases de efecto invernadero, especialmente dióxido de carbono (CO₂), como la acción clave relacionada con el aumento de temperatura. El CO₂ se genera principalmente en la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), en la producción de cemento y en menor medida por el cambio de uso de suelo (deforestación).

Entre las actividades que emiten CO₂ se incluyen la producción de electricidad, el transporte, la industria y el sector residencial y comercial. Si bien existen sumideros naturales de carbono como el suelo y los mares, una parte del CO₂ emitido se almacena en la atmósfera.

Balance del ciclo del dióxido de carbono. Global Carbon Project (2022), CC BY

Por países, el principal emisor de CO₂ en el mundo es China con 11,5 Gt por año (2021), seguido de Estados Unidos con 5 Gt y la Unión Europea con 2,8 Gt. Sin embargo, si se considera el valor per cápita, Estados Unidos aporta 14,9 toneladas por persona por año (2021), Rusia 12,1, Japón 8,6, China 8,0 y la Unión Europea 6,3. Estos valores son superiores a la media del resto del mundo, que es de 4,7, y al valor de países como India, donde es de 1,9 toneladas por persona (Figura 3).

Principales emisores de CO₂. Global Carbon Project (2022), CC BY
Emisión de CO₂ per cápita. Global Carbon Project (2022), CC BY

 

Debates en la comunidad científica

 

En la comunidad científica, todavía existe un sector que cuestiona el considerar al CO₂ como culpable del calentamiento global. Sus defensores argumentan que la correlación no implica causalidad, y se fundamentan en los registros geológicos a largo plazo. Si bien es saludable el cuestionamiento en la ciencia, también es necesario reconocer que el incremento actual de CO₂ no tiene precedentes en la historia de la civilización humana.

A pesar de estas divergencias, la preocupación radica en los posibles efectos y bucles de retroalimentación positiva que el aumento del CO₂ en la atmósfera podría ocasionar en el sistema climático global. Dado que aún no se comprenden completamente todos los aspectos y consecuencias de estos cambios, quizás sea prudente adoptar el principio precautelatorio de la gestión ambiental para mitigar el riesgo.

 

El negacionismo institucionalizado

 

El debate con respecto al cambio climático también plantea reflexionar sobre el negacionismo institucionalizado. Si ya conocemos que la Tierra experimenta un incremento de temperatura y de concentración de CO₂ en la atmósfera que puede perturbar su sistema climático, ¿no deberíamos trabajar en la reducción de los gases de efecto invernadero?

Esta interrogante nos lleva al meollo del asunto, ya que es aquí en donde encontramos obstáculos institucionales e intereses económicos que dificultan que el modelo de producción actual sea cuestionado. El lobbing ejercido por parte de las asociaciones industriales en contra de la política climática es una de las razones que ha ralentizado su implementación.

De hecho, en muchos países del Norte Global, las decisiones políticas están condicionadas por los sectores corporativo y financiero o directamente las toman personas con fuertes vínculos e intereses en esos sectores.

Adicionalmente, desde distintos ámbitos, incluida la Organización de las Naciones Unidas, se apela al desarrollo sostenible como una panacea, a pesar de que puede servir como una coartada para perpetuar el status quo. Tal como señala el filósofo Serge Latouche, ese concepto es la continuación del modelo de crecimiento económico, con una nueva retórica.

Deberíamos centrarnos, por tanto, en una solución concreta, la reducción de emisiones, y no desviar la atención hacia algo genérico como es decir que los “seres humanos” son los culpables del cambio climático.

 

Pasos en la dirección correcta

 

En este sentido, continuando con Latouche, la solución debe provenir, paradógicamente, del propio sistema capitalista. Y en esta dirección ya se están dando algunos pasos.

Algunas publicaciones recientes, entre ellas The Changing Wealth of Nations (2021) del Banco Mundial, The Economics of Biodiversity: The Dasgupta Review (2021) encargado por el Departamento del Tesoro Británico y The national strategy to develop statistics for environmental economic decisions (2023), emitido por el Gobierno de Estados Unidos, aspiran a incorporar los activos de la naturaleza en la contabilidad gubernamental.

Otra iniciativa que se ha planteado desde el Convenio de Diversidad Biológica es la estrategia 30x30, que busca conservar un mínimo del 30 % del planeta para el año 2030. La idea aquí es que la biodiversidad crea un bucle de retroalimentación positivo para mitigar la exposición al riesgo climático, sobre todo en los lugares más vulnerables a estos riesgos.

La implementación de estas iniciativas son un primer paso para valorar los bienes públicos y servicios ecosistémicos y considerar el costo de las externalidades que los afectan. También es el reconocimiento tácito de que la sostenibilidad de las actividades económicas depende de la biodiversidad.

Lo que está pendiente por parte de los gobiernos es continuar con las reformas para poner un límite absoluto a las emisiones de CO₂ o establecer mecanismos para la fijación de un precio al carbono (impuesto al carbono, certificados de emisiones, bonos de carbono, etc.) Sobre esto, la próxima COP28 de Dubai es la oportunidad para que los países del G20 se comprometan a establecer estas u otras medidas de política pública.

 

Mensajes claros

 

En conclusión, los líderes de opinión y más aún quienes ejercen un cargo de representación pública deben ser cuidadosos con el uso de sus palabras para lanzar mensajes claros. En la medida en que hablan en nombre de sus representadas, los géneros textuales que utilizan constituyen el corpus de conocimiento que alimenta la construcción del discurso de un colectivo.

Etiquetar a los “seres humanos” como culpables del cambio climático, tal como se ha expuesto, puede inducir al error por utilizar una generalización que puede distraer de la dimensión real del problema: la emisión de gases, de la que no todos los seres humanos son responsables por igual ni todos tienen la misma responsabilidad a la hora de reducirlos.The Conversation