Los campos de arroz del delta del Ebro producen cada año alrededor de 90.000 toneladas de este cereal. Aun así, en los últimos años el cambio climático está poniendo en riesgo la producción de esta cosecha y haciendo que los arroceros tengan que encontrar nuevas maneras de enfrentarse a la elevada salinización del terreno. Según los últimos estudios, como consecuencia del cambio climático y de la subsidencia, el delta del Ebro se hunde una media de tres milímetros en el año, el que favorece que el mar avance e invada el subsuelo, y que se salinice todavía más la capa freática.

Sin embargo, el del delta no es un caso aislado. A medida que aumenta el nivel del mar en todo el planeta, las zonas costeras se inundan cada vez más de agua salada que penetra en los suelos y subsuelos. La lluvia puede ayudar a disipar estas sales, pero las olas de calor y las sequías, cada vez más frecuentes, fuerzan el aumento del uso de las capas freáticas para obtener agua dulce tanto para beber como para irrigar los campos, lo que saliniza todavía más el terreno.

El suelo agrícola es un recurso muy valioso y escaso en todo el mundo. Su degradación es un problema especialmente grave en países como el nuestro, de clima mediterráneo árido, en que la tierra tiene poca materia orgánica y unas texturas que provocan que tienda a erosionarse mucho. A la larga, la consecuencia es la pérdida de su productividad, un hecho que amenaza el sostenimiento económico de los agricultores y el mantenimiento del mundo rural. Además, debido al avance del cambio climático, se prevé que esta degradación se agudice.

La salinización de los suelos, que ya afecta a un 20% de las tierras cultivadas en todo el planeta, plantea nuevos desafíos para la agricultura y la gestión de migrantes climáticos. Sorprendentemente, hasta el momento esta cuestión no se tenía en cuenta en los métodos de evaluación y cuantificación de los aspectos ambientales a gran escala, como por ejemplo el análisis del ciclo de vida (ACV).

El análisis del ciclo de vida (ACV)

 

El ACV es una herramienta metodológica que sirve para medir el impacto ambiental de cualquier tipo de actividad humana ―ya sea cosechar una manzana, fabricar un coche o realizar un servicio como pintar una pared a casa― desde que se obtienen las materias primas, hasta su fin. Se basa en la recogida y el análisis de las entradas y salidas del sistema ―recursos naturales, emisiones, residuos y subproductos― para conseguir datos cuantitativos de sus impactos ambientales potenciales y así poder determinar estrategias para su minimización o reducción. El ACV es particularmente útil para comparar los impactos de dos productos competidores al mercado y entre versiones diferentes de un mismo producto para ver cuál tiene menos impactos (lo que se denomina ecodiseño).

«Hace tan solo 10 años, no se daba importancia a los suelos; ahora, en el contexto de cambio climático en que nos encontramos, esto ha cambiado», afirma Montse Nuñez, investigadora del programa Beatriu de Pinós en el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), que resalta que el último informe del Grupo intergubernamental sobre el cambio climático de las Naciones Unidas se focalizaba precisamente en suelos, un acento que también incorpora el próximo programa marco de la Unión Europea, Horizon Europe 2021-2027.

«Los suelos agrícolas bien gestionados pueden ser un reservorio de carbono muy importante y tener un efecto en cadena al medio ambiente porque comportan una mejora en la retención de nutrientes para las plantas; se reduce su necesidad de agua de riego, de pesticidas y de fertilizantes, y, a la vegada, garantizan la producción de alimentos a largo plazo, para las siguientes generaciones. Además, los suelos agrícolas gestionados respetuosamente con el entorno e integrados en el paisaje forestal son de gran importancia por el mantenimiento de la biodiversidad», añade la investigadora.

En este sentido, Nuñez ha desarrollado una metodología pionera en el mundo, publicada recientemente en la revista Environmental Science & Technology, que permite, precisamente, incluir el impacto de la salinización del suelo en el análisis del ciclo de vida de la producción de alimentos. «Por ejemplo, se trata de estudiar el ciclo de vida de producción de una manzana poniendo todo el foco en el suelo y analizando todo lo que pasa, desde el transporte del fertilizante a si ha habido que labrar la tierra o al transporte después de la fruta para su consumo, y cómo esta gestión contribuye a salinizar los suelos”, explica Nuñez.

Los impactos en los suelos y los acuíferos

 

Siguiendo con el caso de la manzana, Nuñez señala que «la metodología de ACV tiene en cuenta todas las variables en el proceso. Si cogemos como ejemplo la fabricación de confitura de manzana, estas variables irían desde la extracción del fósforo, potasio y otros minerales de suelos mineros para fabricar el vidrio del envase y el fertilizante mineral que se aplica a los manzanos, -―que, además de agotar recursos no renovables, comporta la compactación del suelo provocada por la maquinaria de extracción en aquella área―; a la gestión de estos árboles frutales en el campo y a los impactos en los suelos y los acuíferos provocados por las sales del agua de riego, el uso de maquinaria, los fertilizantes y pesticidas. También se tendrían en cuenta otros impactos al suelo que se pueden producir durante el procesamiento de las manzanas y la gestión de los residuos orgánicos que se generan, así como su transporte.

«Nuestra herramienta permite evaluar los daños ambientales, como por ejemplo los kilos de nitrógeno de fertilizantes que entran involuntariamente en los ecosistemas naturales y los cambios que producen, así como las especies afectadas o desaparecidas», señala Nuñez, que resalta de esta metodología, de libre acceso, que permite traducir a las mismas unidades de medida todos los impactos, de forma que se pueden comparar los efectos de diferentes actividades humanas. «Esto nos permitirá mejorar la gestión de los suelos y mitigar los efectos del cambio climático», concluye Nuñez.