Pesa apenas 1.600 kilos, lo mismo que un automóvil de gama media, y mide 64 metros de largo. La liviandad del fuselaje contrasta con unas alas larguísimas, de una envergadura similar a las de un Boeing 747. Cuatro motores eléctricos impulsan las hélices del Solar Impulse, el primer avión que aprovecha la energía fotovoltaica para desplazarse. La capta y la almacena a través de 12.000 células solares, que como una segunda piel, cubren las pronunciadas extremidades de este prodigio de la técnica.

Hace un año, el Solar Impulse se dejó ver por primera vez en Europa, logrando una de sus mayores proezas. Un día de mayo estableció el record mundial de larga distancia para un aeroplano propulsado por energía solar, al recorrer 1.116 kilómetros entre Suiza y España. Ahora, acaba de escribir una nueva página en la historia de la aviación tras cruzar América del Norte de costa a costa sin consumir una sola gota de combustible fósil ni emitir un gramo de CO2 y estableciendo una nueva plusmarca.

El aparato puede alcanzar los 70 km/h y volar tanto de día como de noche

Para los impulsores del proyecto, los pilotos y emprendedores suizos Bertrand Piccard y André Borschberg, “aunque aún tardaremos más de cinco años en volar en aviones solares, estamos en el mismo punto que los hermanos Wright en 1915”, después del primer vuelo a motor de los pioneros de la aviación. “Éste es un gran éxito para las energías renovables. Un paso adelante que prueba lo que se puede hacer. Y lo que más permanecerá en nuestra memoria es la increíble bienvenida que hemos tenido a lo largo del país en nuestra misión”.

Pasaban algunos minutos de la medianoche del sábado 7 de julio cuando el Solar Impulse aterrizaba en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. “Si no tuviera diez cámaras apuntándome, me largaría a llorar”, declaró Bertrand Piccard minutos después de descender de la cabina del avión.

Concluía así última etapa de una aventura épica que había comenzado a principios de mayo en Mountain View (California). Desde el corazón de Silicon Valley, el centro neurálgico de la innovación tecnológica estadounidense, la aeronave, que alcanza una velocidad media de 70 kilómetros por hora, puso rumbo a la costa este.

En su audaz periplo, de casi 5.000 kilómetros, la aeronave hizo escala en Phoenix (Arizona), Dallas (Texas), St. Louis (Missouri), Cincinnati (Ohio) y Washington DC, hasta divisar finalmente la Estatua de la Libertad.

Tensión en la última etapa

“¡Qué mejor manera de promover la inversión en investigación científica y energías limpias que volar en un aeroplano solar nacido en los Alpes Suizos desde Sierra Nevada hacia los Apalaches!”, proclamaba Piccard.

La última etapa, los 495 kilómetros que separan Washington de Nueva York, que tardaron en recorrer 18 horas y 23 minutos, tuvo su componente dramático cuando se descubrió que había una rasgadura de dos metros y medio de largo en la tela del ala inferior izquierda.

“Se suponía que iba a ser el tramo más corto y el más fácil, pero ha sido el más complicado”, señaló Piccard, quien ocupaba el asiento de piloto cuando detectó un problema de equilibrio en las alas. Las imágenes captadas por un helicóptero que acompañaba a la avioneta confirmaron la gravedad del daño.

"Esto nos obligó a considerar todas las posibilidades, incluida la de descender sobre el Atlántico", añadió Borschberg, cofundador y ejecutivo principal de la compañía Solar Impulse, "pero este tipo de problemas es inherente a toda empresa experimental y no nos impidió completar la misión a través de Estados Unidos”.

Las 12.000 células fotovoltaicas del prototipo captan la energía necesaria

“Volar de costa a costa siempre ha sido una desafío mítico, llena de retos para los pioneros de la aviación”, dijo Piccard. “Durante el viaje, tuvimos que encontrar soluciones para un montón de situaciones imprevistas, lo que nos obligó a desarrollar nuevas habilidades y estrategias. Todo el equipo fue puesto a prueba y en el proceso hemos empujado los límites de las tecnologías limpias y las energías renovables hasta niveles sin precedentes”.

La idea del Solar Impulse nació hace una década en Suiza, en las inquietas mentes de Bertrand Piccard y André Borschberg. El aparato se diseñó y se construyó en la Escuela Politécnica Federal de Lausana y poco a poco fueron llegando apoyos financieros. Su objetivo siempre fue demostrar la viabilidad de tecnologías que incluyen la generación y almacenamiento de energía solar y el desarrollo de materiales ultraligeros. Hasta el momento, el proyecto ha recibido cerca de 90 millones de euros a través de un consorcio de inversores europeos.

El primer prototipo de avión solar puede elevarse hasta 27.900 pies de altura (8.500 metros) y permanecer entre las nubes durante 26 horas seguidas. La electricidad que generan los paneles solares instalados en sus alas se almacena en unas baterías de litio que pesan más de 350 kilos y que le permiten volar durante el día y la noche.

Borschberg asegura que no tenía ninguna duda de que la tecnología solar resistiría la prueba porque “el equipo controla la cantidad de energía que el avión capta del sol y la que se necesita almacenar durante el vuelo”. “El único límite aquí es el piloto. Para cruzar océanos y hacer vuelos de larga distancia necesitamos mucho entrenamiento para que estén alerta y en buena forma durante varios días y noches”, destacó. El próximo desafío de los aventureros suizos será dar la vuelta al mundo durante 2015 en una versión mejorada del aeroplano.