Con casi un tercio de la humanidad confinada (esta semana el Gobierno indio decretó la medida para sus 1.300 millones de ciudadanos) y la caída en picado de la actividad económica y de los transportes en la mayor parte del planeta debido a la pandemia del COVID-19, los efectos beneficiosos para el medio ambiente, como el descenso espectacular de la contaminación atmosférica y las emisiones de CO2, y para el resto de especies con las que compartimos la Tierra no se han hecho esperar.

Por supuesto que uno de los grandes favorecidos será el pangolín, cuya supervivencia se veía seriamente amenazada y que ahora dejará de ser objeto del deseo gastronómico en muchas poblaciones asiáticas. Pero también otras especies, como todas las que son objeto de caza o pesca, actividades mayoritariamente suspendidas por la crisis del coronavirus.

Sin embargo, hubo alguna llamativa excepción, La Junta de Castilla y León aprobó permitir la caza menor durante el estado de alarma decretado por el Gobierno, señalando solamente un límite de cuatro personas a la partidas. La Consejería de Fomento y Medio Ambiente publicó una aclaración a la instrucción 7/FYM/2018, que regula la “normalización de procedimientos de autorización de controles poblacionales de fauna silvestre cinegética (conejo, jabalí, ciervo y corzo)”.

Castilla y León permite la caza a hasta 4 personas durante el periodo de alarma 

“Se autorizarán modalidades practicadas por una sola persona (espera, a salto o a rabo) y modalidades de caza colectivas (incluida caza con hurón), restringiendo el número máximo de participantes a cuatro personas”, especificaba la aclaración, firmada por el director general de Patrimonio Natural y Política Forestal, José Angel Arranz, que justificaba la medida porque “la protección de las explotaciones agrarias frente a agentes nocivos es parte de la actividad profesional agraria”. Ante las lógicas protestas, incluida la de los agentes rurales de la comunidad, retiró la medida a las pocas horas. 

Por todo el mundo, el alejamiento de los humanos de los espacios naturales, e incluso el abandono por su parte de las calles de sus propios pueblos y ciudades, han dejado el terreno libre a numerosos animales. Si hasta ahora éramos nosotros los que invadíamos sus hábitats, ahora son ellos los que se toman una efímera revancha.

Algunos jabalíes han sido vistos paseando con toda tranquilidad por las vacías avenidas más céntricas de Barcelona, mientras en Madrid, los pavos reales del parque del Retiro han logrado saltar las vallas del recinto y exploran las calles más cercanas y se han avistado zorros en la Casa de Campo. Los expertos vaticinan que muchas otras especies se irán aventurando conforme pasen los días y especialmente si descubren fuentes de alimentación urbanas. Aves como urracas, mirlos o, en áreas costeras, gaviotas, ya se adentraban en las ciudades incluso estando nosotros atiborrando sus vías. Ahora les seguirán otras especies menos atrevidas.

En Chinchilla (Albacete), se han podido grabar cabras montesas deambulando por el pueblo y en Formelos de Montes (Pontevedra), un lobo vagabundeó por las calles hasta que fue asustado por un vecino a gritos. Pero el caso más espectacular es el del oso pardo que se adentró en la aldea asturiana de Ventanueva, en el concejo de Cangas de Narcea, una zona donde vive la mayor población ibérica de estos plantígrados. 

Nadar en los canales de Venecia

Lo mismo pasa en otros lugares del mundo, y en las redes sociales proliferan las fotos y vídeos de los sorprendidos paseantes que se han cruzado con estos inesperados nuevos vecinos. Hace unos días, empezaron a circular fotos de los canales de Venecia, en cuyas contaminadas aguas nunca podía apreciarse vida salvaje y ahora los peces nadan en ellas e incluso hay cisnes despazándose plácidamente por la superficie sustituyendo a las góndolas. También se han visto patos nadando nada menos que en la romana Fontana di Trevi, habitualmente asediada por los turistas.

En la isla italiana de Cerdeña se han podido avistar delfines cerca de las costas e incluso dentro de los puertos. “Sin el tráfico de los barcos y de los ferrys, los delfines han vuelto a aparecer”, escribía en Twitter un operario del puerto de la capital, Cagliari. 

El Ayuntamiento de Quito (capital de Ecuador) ha pedido a sus ciudadanos que circulen con precaución ya que se han registrado más avistamientos de lo normal de animales salvajes, como osos y zorros, en las calles y carreteras de la capital ecuatoriana debido a la escasa presencia de personas motivada por la cuarentena. También se han visto y filmado ciervos en una estación de metro de Nara (Japón), una localidad donde normalmente ya vagan por las calles y son un foco de atracción turística, recibiendo comida de las manos de los visitantes. 

Un oso se paseó por una aldea asturiana, y un lobo por una gallega

En San Felipe (Panamá), donde bares y restaurantes han cerrado y han desaparecido los turistas, Matt Larsen, director del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en el país centroamericano, reveló en Twitter que “anoche vi 3 mapaches (oso lavador) pescando y nadando en el océano frente a mi apartamento. No he visto esto en mis 6 años aquí. Parecían bastante envalentonados por la ausencia de nuestra especie”.

El naturalista Joaquín Araujo afirma que asistimos a una “recolonización de los espacios urbanos por especies silvestres”. “Al resultar confinados los humanos, se produce una liberación de esa fauna salvaje. Nosotros somos ahora los que estamos atemorizados y nos encerramos, lo que normalmente tienen que hacer ellos, y con nuestro miedo lo que hacemos es liberar a quienes nos tenían miedo”.

“La disminución de la actividad y presencia humanas permite que algunas especies de vertebrados, en especial mamíferos oportunistas, amplíen sus áreas de campeo”, asegura José Luis Viejo, catedrático de Zoología de la Universidad Autónoma de Madrid. “Los vertebrados, ante este paisaje urbano sosegado, amplían su territorio en busca de comida”, coincide Antoni Alarcón, director del Zoo de Barcelona.

Lo mismo ha sucedido en lugares abandonados forzosamente por los humanos, a veces por catástrofes causadas por nosotros mismos, como ejemplifican el renacimiento de la vida salvaje en la zona de Chernóbil, la preservación de la naturaleza en el territorio que estuvo ocupado por el Telón de Acero durante la Guerra Fría, o el curioso ejemplo de la ciudad balneario abandonada de Varosha (Chipre), cuyos habitantes en pocas horas huyeron tras la invasión turca de 1974, y donde árboles, plantas y animales se han hecho dueños del asfalto.