El mundo está lleno de patógenos peligrosos para el ser humano, pero todavía no hemos entrado en contacto con la mayoría. Al invadir cada vez nuevos ecosistemas, lo hacemos esporádicamente, como cuando el consumo de carne de determinados simios de la selva centroafricana nos trajo la epidemia del Ébola, o como ahora, cuando, aunque no existe todavía la certeza, la ingesta de carne de pangolín ha abierto las puertas de nuestros organismos al COVID-19. El cambio climático, un peligro mucho más grave que el coronavirus, junto con la globalización y el turismo de masas pueden contribuir a extender a nuevos territorios enfermedades desconocidas en ellos. Y lo peor podría estar por venir.

El deshielo de zonas que han estado cubiertas por macizos casquetes congelados durante siglos o milenios, como el permafrost ártico, o zonas de Groenlandia y la misma Antártida, no solamente está sacando a la luz animales milenarios perfectamente conservados, como los mamuts, sino que está dejando salir al aire y ofrece la posibilidad de revivir a microorganismos que han estado todo ese tiempo en estado latente. Algunos son viejos conocidos, como la viruela o la 'gripe española'. De otros tal vez no sabremos nada. 

En la Edad Media, era común ver campos de ovejas muertas en Europa, aniquiladas por el ántrax renacido con el deshielo primaveral. Los franceses llamaron a estos campos champs maudits, o los "campos malditos". En agosto de 2016, en un remoto rincón de la tundra siberiana, en la península de Yamal, al norte del Círculo Polar Ártico, un niño de 12 años murió y al menos 72 personas (41 de ellas, niños) de poblaciones nómadas de la zona fueron hospitalizadas después de haber sido infectadas por ántrax.

En 2016, un niño siberiano murió por un ántrax sepultado durante 75 años

Los investigadores llegaron a la conclusión de que 75 años antes, renos infectados con la bacteria murieron en la zona y quedaron sepultados bajo la capa de permafrost. Allí permanecieron hasta que los descongeló una ola de calor en el verano de 2016.

Esto liberó el ántrax en el medio ambiente, en el agua y el suelo de la zona, y lo introdujo en la cadena trófica. Más de 2.000 renos se infectaron, lo que generó un cierto número de casos en humanos, afortunadamente pocos en un territorio muy escasamente poblado. Pero fue un primer aviso. "Los científicos están presenciando la transformación teórica en realidad: microbios infecciosos que emergen de una congelación profunda", escribió la revista Scientific American

A medida que la Tierra se calienta, más permafrost se derrite. Bajo circunstancias normales, las capas superficiales, de unos 50 centímetros de grosor, se funden cada verano y en invierno se vuelven a reponer con la nieve caída. Pero ahora el calentamiento global está sacando a la luz capas cada vez más antiguas de permafrost. El proceso se está acelerando: la temperatura en el Círculo Polar Ártico está aumentando aproximadamente tres veces más rápido que en el resto del mundo. Ello no solamente está haciendo que la banquisa, la capa de agua de mar helada, sea cada año menos extensa, lo que amenaza el futuro de los osos polares, sino que también funde la tierra helada por milenios en territorios como Siberia, Alaska o Canadá.

En la mayoría de los casos, estos microorganismos están muertos, pero alguno ha podido sobrevivir al no alterarse la cadena del frío durante el tiempo que ha permanecido enterrado. El biólogo evolutivo Jean-Michel Claverie, de la Universidad de Aix-Marseille (Francia) advierte de que "el permafrost es un muy buen conservante de microbios y virus, porque es extremadamente frío, no contiene oxígeno y permanece fuera del alcance de la luz".

 

'Gripe española' y viruela

 

Los científicos han encontrado fragmentos en buen estado de ARN (ácido ribonucleico) del virus de la llamada 'gripe española' (aunque su origen se demostró finalmente lejos de nuestro país) de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska. Esta pandemia arrasó el mundo y mató a más de 50 millones de personas. Los bacilos de la viruela, una enfermedad considerada erradicada, y la peste bubónica, causante de espantosas mortandades en el medievo y épocas posteriores, están probablemente enterrados en muchos puntos de Siberia.

Los investigadores rusos Boris Revich y Marina Podolnaya advirtieron en un estudio de 2011 que "como consecuencia del derretimiento del permafrost, los vectores de transmisión de infecciones mortales de los siglos XVIII y XIX pueden volver, especialmente cerca de los cementerios donde fueron enterradas las víctimas de estas infecciones". En la década de 1890 hubo una importante epidemia de viruela en Siberia y alguna ciudad perdió hasta el 40% de su población.

Los cadáveres fueron sepultados bajo la capa superior de permafrost en las riberas del río Kolyma. Y 120 años después, los desbordamientos del Kolyma han comenzado a erosionar las riberas, y el derretimiento del permafrost ha acelerado este proceso de erosión.

Un científico logró revivir dos virus 'gigantes' de 30.000 años de antigüedad

Durante una investigación sobre el terreno en 2014, un equipo dirigido por Claverie revivió dos virus que habían quedado atrapados en el permafrost siberiano durante 30.000 años. Pithovirus sibericum y Mollivirus sibericum son son "virus gigantes", porque a diferencia de la mayoría, pueden ser vistos bajo un microscopio regular. Fueron descubiertos a unos 30 metros bajo tierra en la tundra costera. Una vez revividos, se convirtieron casi automáticamente en infecciosos. Estos virus eran inocuos para los seres humanos, sólo infectaban a las amebas, pero muchos otros podrían no serlo.

En Alaska, Michael Zimmerman, paleopatólogo de la Universidad de Pensilvania que ha estado estudiando cuerpos momificados durante 30 años, ha visto infecciones en cuerpos recuperados del permafrost. Es el caso de una momia de las islas Aleutianas que parecía haber muerto de neumonía. Zimmerman buscó las bacterias en su organismo y allí estaban, congeladas en el tiempo. "Podíamos verlas bajo el microscopio, dentro de los pulmones", recuerda.

Además, debido a que el hielo marino del Ártico se está derritiendo, la costa norte de Siberia se ha vuelto más fácilmente accesible por mar. Como consecuencia de ello, la navegación por la zona, hasta ahora imposible, es cada día más viable, y la explotación de oro y minerales y la perforación de petróleo y gas natural se están volviendo rentables. Y Rusia, un país escasamente preocupado por el medio ambiente, está sedienta de ellos.

"Por el momento, estas regiones están desiertas y las capas profundas del permafrost no se ven afectadas. Pero podrían verse expuestas por la excavación minera y petrolífera. Si todavía hay allí virus viables, esto podría significar un desastre". Claverie opina incluso que los virus de los primeros seres humanos en poblar el Ártico podrían resurgir, y que podríamos resucitar a patógenos que afectaron a especies de humanos extintos como Neandertales y Denisovanos. El equipo de Claverie encontró algunas secuencias de ADN que parecen venir de virus, incluyendo el del herpes.

 

Una infección de 800 años en la pierna

 

El verano de 2017, el profesor Zac Peterson, que participaba en la excavación arqueológica de una cabaña de troncos de 800 años enterrada en el permafrost en el norte de Alaska, en la que hallaron restos perfectamente conservados de focas cazadas por sus ocupantes, apreció una mancha roja en la parte delantera de su pierna.

"Era del tamaño de una moneda de diez centavos. Estaba caliente y dolía al tocarla. Al cabo de unos días, había alcanzado el tamaño de una pelota de softball", recuerda. Y se muestra convencido de que sufrió una infección de la piel causada por patógenos de al menos ocho siglos de antigüedad resucitados al ser sacados del la tierra congelada.

Además del hielo, otros posibles reservorios de virus ancestrales pueden ser los cristales. En febrero de 2017, científicos de la NASA anunciaron que habían encontrado microbios de 10.000 a 50.000 años de antigüedad en la Cueva de los Cristales, descubierta accidentalmente en el interior de una mina plomo, zinc y plata en Naica, en el norte de México, que contiene  extraordinarias formaciones de selenita mineral, formadas durante cientos de miles de años.

En la Cueva de los Cristales mexicana hay microbios de 50.000 años

En la cueva de Lechuguilla, en Nuevo México (Estados Unidos), se hallaron bacterias a 300 metros bajo tierra que no habían estado en la superficie durante más de 4 millones de años. La cueva, a la que no llega la luz del Sol, está tan aislada que el agua de la superficie que entra en ella tarda 10.000 años en salir.

Y peor aún, muchos de estos patógenos, que algunos expertos llaman 'zombis', podrían ser inmunes a nuestros antibióticos. En un estudio de 2011, los científicos extrajeron ADN de bacterias encontradas en el permafrost de 30.000 años de antigüedad en la región de Beringia, entre Rusia y Canadá, y allí encontraron genes que mostraban resistencia a la beta-lactama, la tetraciclina y los antibióticos glicopéptidos.

Las posibilidades de que los hielos perennes ahora en proceso de descongelación oculten desagradables sorpresas para la salud humana es notable: “si el patógeno no ha estado en contacto con los seres humanos durante mucho tiempo, nuestro sistema inmunológico no estaría preparado para hacerle frente, de modo que sí, eso podría ser peligroso", advierte Jean-Michel Claverie.

Y no hace falta buscar virus o bacterias del pasado. A medida que la Tierra se calienta, los países del norte serán cada vez más susceptibles a brotes de enfermedades actualmente "meridionales" como la malaria, el cólera y el dengue, ya que estos patógenos prosperan a temperaturas más cálidas, y a que los mosquitos y otros vectores que los transmiten pueden viajar con facilidad gracias al intenso tráfico marítimo y aéreo que hoy enlaza todos los rincones del planeta. La experiencia del COVID-19 podría ser tan solo una antesala de lo que nos puede deparar el cambio climático combinado con la globalización.