Vivir en una casa más grande de lo necesario es un derroche absurdo: es más caro, da más trabajo y resulta ambientalmente insostenible. Pero ha constituido desde siempre una exhibición de poderío económico. Sea como respuesta a la crisis o por concienciación ecológica, el movimiento de las microcasas ha arrancado con fuerza y empieza a cuestionar un modelo que anteponía el prestigio social al sentido común.

Y lo ha hecho desde el país que podría parecer menos propicio para ello: los Estados Unidos, la nación donde las inmensas viviendas unifamiliares en las que se ambientan la mayoría de las series de televisión proyecta el estatus de su propietario. El tamaño medio de una casa norteamericana pasó de 1.780 pies cuadrados (165 metros cuadrados) en 1978 a 2.479 pies cuadrados (230,3 metros cuadrados) en 2007. Pero ahora, cada vez más gente vive en espacios hasta 20 veces menores.

En 1997, Sarah Susanka, arquitecta británica radicada en Estados Unidos, publicó la serie de libros The not so big house, con la que sentó las bases de una revolución en el sector de la vivienda bajo el lema “construir mejor, no más grande”.

El tamaño medio de una casa norteamericana pasó de 165 m² en 1978 a 230,3 m² en 2007

No hacen falta más de 40 metros cuadrados bien aprovechados gracias a tabiques o paneles móviles y muebles multifuncionales muy bien encajados, defiende la autora, que se inspiró en las kyosho jutaku, literalmente casas diminutas que ya se construían en Japón, dirigidas a los jóvenes con escaso poder adquisitivo en un país caracterizado por su gran densidad demográfica y los elevados precios de la vivienda.

La devastación causada por el huracán Katrina en 2005 favoreció proyectos en la zona afectada como el de las casas Katrina de Marianne Cusato, que apenas alcanzan los 30 metros cuadrados. Y la crisis financiera, con su triste estela de desahucios, dio el definitivo impulso a las tiny houses (casas pequeñas, o microcasas) en Estados Unidos, diminutas viviendas prefabricadas, y por ello fácilmente transportables.

Jay Shafer se convirtió en uno de los apóstoles de la vida sencilla en una casa pequeña y funcional. Tras abandonar una propiedad mucho más amplia, diseñó una vivienda para residir donde cada centímetro era aprovechado y en el que la ducha, el lavabo y el inodoro se apiñaban en un solo metro cuadrado.

Derek Diedricksen llevó la apuesta hasta el límite: ha creado pequeñas viviendas de entre 2 y 30 metros cuadrados, realizadas con materiales de desecho, que cuestan menos de 100 euros. “¿Por qué malgastar la mayor parte de tu vida pagando por una casa que apenas vas a poder disfrutar, ya que estarás en la oficina trabajando para poder permitírtela?”, pregunta. Diedricksen también ha diseñado mini-oficinas que salen por 50 euros, construidas con los cascotes de edificios demolidos.

Más baratas

El movimiento tiny houses se expandió como una mancha de aceite por todo el país: la ciudad de Austin (Texas) ha puesto en marcha el proyecto de construcción de una comunidad de 200 microcasas con los servicios de una pequeña ciudad.

La microcasa es mucho más barata: el 68% de los propietarios en Estados Unidos no han tenido que recurrir a una hipoteca para adquirir su vivienda, frente al 29,3% del resto de propietarios de viviendas convencionales del país. Y un 55% de los micropropietarios disponen de mayores ahorros que la media, que debe dedicar entre un tercio y la mitad de sus ingresos a pagar al banco por su casa.

Un 55% de los micropropietarios disponen de mayores ahorros que la media

Ello se debe a que mientras la microvivienda sale por una media de 23.000 dólares (17.100 euros), una casa tradicional de tamaño medio no cuesta menos de 272.000 (203.000 euros). La compra de la microcasa es a menudo fruto de la experiencia: dos de cada cinco compradores tienen más de 50 años. Y, aunque ganan por poco, hay más mujeres que hombres entre ellos.

Desde Estados Unidos, el movimiento se expandió a otros países. Incluso arquitectos de renombre como Renzo Piano, creador del rascacielos más alto de Europa, se han sumado al reto. Ha ideado una vivienda en la que la cama, la cocina, el aseo y un armario se embuten en seis metros cuadrados. La casa, transportable, es de madera y dispone de una placa solar y un depósito para recoger agua de lluvia y sale por 20.000 euros.

En España, la empresa CSYA, especializada en arquitectura bioclimática, se ha convertido en pionera y comercializa microviviendas de 10 a 100 metros cuadrados fabricadas con maderas de bosques cultivados de manera sostenible de árboles como el abeto y el pino de Valsaín. Las construcciones cumplen con los requisitos de la certificación alemana Passivhaus y superan la calificación energética A vigente en nuestro país.

Las microcasas, que no necesitan calefacción porque están tan bien aisladas que les basta el sol incluso en invierno, son, según sus creadores, idóneas para ampliar una vivienda convencional con un espacio de trabajo, estudio de grabación musical, habitación de huéspedes, cuarto de juego o espacio de relajación. Vivir a lo grande no tiene que implicar hacerlo en un espacio tan amplio como desaprovechado.