Cuando empezaron, hace sólo cuatro años, su proyecto podía parecer una bonita utopía irrealizable pero, hoy, sus resultados empiezan a ser visibles por toda la huerta valenciana en forma de preciosas vallas formadas por cañas entrelazadas y onduladas que sirven para separar los diferentes campos o proteger los márgenes de los caminos. Son el fruto del trabajo en bioconstrucción de la cooperativa Terra i Canya (Tierra y Caña, en valenciano).

Paterna es un municipio de casi 70.000 habitantes situado a menos de 10 kilómetros al oeste de Valencia. Típica ciudad industrial del área metropolitana, ha sufrido como pocos los embates de la actual crisis. La huerta que aún rodea la ciudad apenas ocupa a un 1% de su población activa y hace tiempo que prácticamente se desmanteló su famosa y en otro tiempo importante industria cerámica. La construcción, importantísima durante la época de la burbuja inmobiliaria, ya casi no genera empleo, y los centros comerciales pensados para el consumo de la capital son los principales generadores de puestos de trabajo.

Una iniciativa fabrica vallas e invernaderos con una caña invasora como materia prima

En este contexto nació en 2009 la cooperativa Terra i Canya como un proyecto de autoocupación impulsado por la asamblea de parados de Paterna, una asociación que no quería limitarse a la protesta y decidió pasar a la propuesta. Consiguieron la cesión de algunas tierras por parte del Ayuntamiento con la idea de plantar huertos ecológicos para vender directamente sus frutos, pero el proyecto pronto creció en otra dirección.

Hoy la principal fuente de ingresos y trabajo es el cultivo y transformación de la caña común (Arundo donax), una especie invasora de origen asiático que es muy habitual en las riberas de los ríos mediterráneos, denominada en castellano caña de Castilla, pero conocida en valenciano como de canya de Sant Joan.

Muy semejante al bambú, puede llegar a superar los 10 metros de altura y es muy resistente, flexible y ligera. En un territorio húmedo y cálido como el de la huerta valenciana crece naturalmente y casi sin esfuerzo, hasta el punto de que, además de otros impactos ambientales, son un peligro para las acequias, que consiguen atascar si no reciben el mantenimiento adecuado.

Cortando, pelando y entrelazando estas cañas, y creando sus propios diseños, los integrantes de la cooperativa se han especializado en la construcción de infraestructuras agrarias, tales como vallas, lindes o invernaderos. También han diseñado una línea de cajones reutilizables para la cosecha y transporte de los productos de la huerta.

La importancia del diseño

Actualmente, esta actividad ya ha superado a la clásica de producción alimentaria tanto en facturación como en creación de empleos. Su secreto es el éxito de sus productos entre parte de los agricultores locales, especialmente gracias al pujante fenómeno de los huertos recreativos o de ocio, a la facilidad y rapidez con la que crecen las cañas y a la mayor elaboración del producto final, que a la postre permite generar mayor valor añadido y, con ello, más trabajo.

A 700 kilómetros de distancia, en el norte de la península, Cantabria Permacultura, es una entidad dedicada a promover un cambio de estilo de vida menos agresivo para la naturaleza y el ser humano con iniciativas educativas, de energías renovables, gestión mediombiental o participación ciudadana, según cuenta uno de sus responsables, Oscar Argumosa. Pero una de sus especialidades es la bioconstrucción usando un material local que en Cantabria se encuentra en gran cantidad: la paja.

Las casas de paja no tienen nada que ver con las citadas en el cuento de los tres cerditos y el lobo. Su resistencia está más que garantizada. El proceso constructor se basa en sustituir los ladrillos por balas de paja y después revocar la pared con yeso o cal de la misma forma como se haría con una casa convencional. Y, de hecho, el resultado final no se diferencia mucho a simple vista.

Las casas de paja son igual de resistentes y mucho más eficientes energéticamente

Las ventajas de construir con paja –aparte de una posible reducción del coste, más por la facilidad de su edificación, que permite ahorrar en mano de obra, que por el precio de los materiales– se centran en las mejores prestaciones climáticas, que se traducen en una mayor eficiencia energética, y en utilizar un material biodegradable. Donde la paja supera claramente en competitividad al ladrillo es en las construcciones temporales, pensadas para durar un par de años como máximo.

Argumosa recuerda que la bioconstrucción tiene que ver más con el diseño que con los materiales. Así, influyen la orientación de la casa para aprovechar más las horas de sol, la colocación de las ventanas o respiraderos para mantener el calor o refrescar según el clima donde se construye, el aprovechamiento de elementos naturales como montañas cercanas, fuentes de agua, etc. Unos parámetros que con el brutal encarecimiento de las tarifas energéticas cada vez tiene más en cuenta la arquitectura convencional.

Además, el uso de materiales locales y reciclables o biodegradables pretende que la huella ecológica de una casa sea lo más pequeña posible. Así, la construcción con paja, un material presente en abundancia en buena parte del planeta, es una alternativa en auge a la hora de construir casas rurales. En España existe incluso una Red de Construcción con Paja para promover su difusión. A través de esta asociación se puede mantener contacto con constructores en paja no sólo de España, sino también de América, además de acceder a un amplio banco de recursos, resolver dudas e incluso registrarse en el censo de casas de paja.

En un momento como el actual, donde la construcción es el sector económico que concentra la mayor tasa de paro, la bioconstrucción –no sólo de obra nueva, sino también en la reforma– se afianza como una alternativa para la reinvención de buena parte de los profesionales, que pueden centrar sus conocimientos en resolver la necesidad humana de un hogar consumiendo los mínimos materiales y energías posibles.