Cada vez comemos menos cosas diferentes, y eso supone un grave riesgo para nuestra seguridad alimentaria. El número de cultivos de los que depende la supervivencia de la mayor parte de la humanidad no deja de disminuir desde hace 50 años. Las dietas se están homogeneizando en todo el mundo. Y, debido a esa falta de diversidad en la procedencia de nuestra comida, las malas cosechas pueden condenar al hambre a millones de personas.

El planeta depende de las buenas cosechas de trigo, arroz, patatas, azúcar o soja

Un estudio internacional publicado en la revista PNAS, de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense, ha analizado las tendencias en la alimentación en el último medio siglo, y alerta del hecho de que la mayoría de la humanidad comparte lo que los autores llaman una “dieta globalizada” que se basa en unos pocos cultivos: “Trigo, arroz, patatas y azúcar”, básicamente, todos ellos de una elevada “densidad energética” que no se ve complementada con la suficiente variedad de nutrientes.

Dentro del estrecho abanico de especies preponderantes, “también han ganado importancia cultivos que no eran importantes hace medio siglo, como la soja”, señala Colin Khoury, del Centro Internacional de Agricultura Tropical, un organismo internacional que realiza estudios sobre mejora de la eco-eficiencia de la agricultura con sede central en Cali (Colombia), aunque también dispone de dependencias en Nairobi (Kenia) y Hanoi (Vietnam) y en el que trabajan unos 200 científicos y profesionales.

El estudio constata que el trigo es ya un alimento fundamental en el 97% de los países que aportan estadísticas a la ONU. Y que la soja tiene un papel clave en la alimentación de tres cuartas partes de la humanidad. Por el contrario, cultivos tradicionalmente importantes en algunas regiones del planeta, como el mijo, el centeno, el ñame, la batata o la yuca, no dejan de perder peso específico desde hace décadas.

Diabetes y problemas cardíacos

Entre 1969 y 2009, según los resultados del trabajo, la soja ha incrementado en un 284% su aportación en calorías a la alimentación de la humanidad. El girasol, en un 246% por ciento. Y el aceite de palma, en un 173%. Por el contrario, la cassava ha perdido un 38%, las batatas un 45%, el mijo un 45% y el sorgo, un 52%.

Esta homogeneización de una dieta global hipercalórica podría estar contribuyendo a la expansión de dolencias como la diabetes y las enfermedades coronarias. Y, por encima de todo, hace que “la agricultura sea más vulnerable a las amenazas como la sequía, las plagas de insectos y enfermedades, que pueden llegar a ser graves en muchas partes del mundo como consecuencia del cambio climático”, advierte Luigi Guarino, de la Global Crop Diversity Trust, uno de los coautores del trabajo, para quien “el precio del fracaso de cualquiera de estos cultivos será muy alto”.

Precisamente, el Parlamento Europeo acaba de adoptar una resolución que reclama a los 27 países miembros de la UE la adopción de medidas para preservar la diversidad biológica y genética de los cultivos para favorecer que los agricultores puedan conseguir variedades “capaces de hacer frente a los cambios climáticos previstos y a la necesidad de aumentar los rendimientos”.

El calentamiento global puede multiplicar las sequías, las plagas o las enfermedades

La resolución de la Eurocámara expresa su preocupación por el hecho de que el sector de las semillas está dominado por "apenas un puñado de grandes empresas multinacionales que invierten sólo en un número limitado de variedades" y de que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, la diversidad de los cultivos a nivel mundial se redujo un 75% en el siglo XX, y un tercio de las variedades que sobreviven podría desaparecer a mediados del actual.

Para luchar contra esta amenaza nació el Banco Global de Semillas de Svalbard (archipiélago ártico noruego), la instalación de este tipo más grande del mundo, creada para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de una catástrofe mundial. Para ello, fue diseñado para resistir terremotos y explosiones nucleares.

Puede albergar 4,5 millones de muestras de variedades de simientes diferentes, con hasta 500 unidades de cada una, que se conservan a 18 grados bajo cero y a 120 metros en el interior de una montaña helada de arenisca. La FAO tiene registrados unos 1.400 bancos de semillas más, de mucho menor tamaño, de los que los principales se hallan en China, Rusia, Japón, India, Corea del Sur, Alemania y Canadá.