La dieta mediterránea –basada en el consumo de cereales, legumbres, pescado, frutas y verduras, y con escasa presencia de lácteos y carnes rojas– reduce hasta en un 30% la incidencia de dolencias cardiovasculares graves como infartos e ictus, especialmente cuando se complementa con la ingesta regular de aceite de oliva virgen y frutos secos.

Y, de manera más específica, el riesgo de ictus –accidente vascular cerebral grave– se reduce hasta un 49% cuando a la dieta mediterránea básica se añaden 30 gramos diarios de frutos secos, la mitad de ellos nueces, que se distinguen de los demás por su particular riqueza en antioxidantes –de los más potentes del mundo vegetal– y por ser los únicos con aceites omega-3.

Éstas son las principales conclusiones del estudio Predimed, el mayor ensayo clínico de la historia de la investigación científica española y uno de los más ambiciosos del mundo en el campo de la nutrición. Su objetivo era identificar las ventajas comparativas de la dieta mediterránea respecto a una alimentación simplemente baja en grasas para establecer su importancia en una estrategia sanitaria de prevención de las enfermedades vasculares y coronarias.

Estas dolencias son la principal causa de muerte en el mundo en lo que llevamos de siglo. Pero mientras la incidencia de las lesiones cardíacas es del 4,6% de la población en los Estados Unidos, en Grecia se reduce a un 0,5%. Y la mortalidad a 10 años vista por culpa de estas enfermedades, del 45,5% en Finlandia, o del 42,4% entre los estadounidenses, afecta tan sólo a un 6,6% de la población helena. Para los especialistas, la dieta de unos y otros es la clave.

Por si ello fuera poco, la dieta mediterránea –definida como el patrón de alimentación tradicional imperante en los países donde crece el olivo a finales de la década de 1950 e inicios de los 60, y declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2010– se reveló en el estudio como un eficaz factor preventivo de enfermedades como la osteoporosis, la diabetes o el síndrome metabólico, además de resultar óptima, como resulta fácil de suponer, para evitar la obesidad.

Veinte millones de datos

A todas estas constataciones se llegó tras el seguimiento durante 10 años de la evolución de la alimentación y la salud de 7.447 personas de entre 55 y 80 años de edad en un enorme trabajo de campo que costó ocho millones de euros, aportados en su mayor parte por el Instituto de Salud Carlos III –dependiente del Ministerio de Economía y Competitividad–, y coordinado desde el Hospital Clínic de Barcelona por el doctor Ramón Estruch, especialista en el impacto en la salud del consumo de alcohol y la dieta mediterránea.

En el estudio, iniciado a finales de 2003, participaron 19 equipos de investigación de siete comunidades autónomas españolas –Andalucía, Baleares, Canarias, Cataluña, Navarra, País Vasco y Valencia– en los que trabajaron médicos clínicos –tanto de hospital como de atención primaria–, nutricionistas, epidemiólogos e investigadores básicos, y sus resultados se han publicado en febrero en la prestigiosa revista estadounidense New England Journal of Medicine, cabecera de referencia de la comunidad científica mundial.

En total, se recogieron 20 millones de datos de los sujetos estudiados en unos 200 centros de salud, reclutados entre personas sin síntomas pero con alto riesgo de sufrir dolencias vasculares, de los que se recabó información trimestralmente durante una media de cinco años por persona.

Los participantes fueron divididos aleatoriamente en tres grupos: los que, practicando la dieta mediterránea, consumían además un litro de aceite de oliva a la semana (2,543 sujetos); los que la complementaban con 30 gramos al día de nueces, avellanas o almendras (2.454 personas) y los que no seguían la dieta mediterránea, sino una alimentación baja en grasas basada en las recomendaciones preventivas de la Asociación Estadounidense del Corazón (2.450 individuos estudiados).

Durante toda una década se realizó un seguimiento minucioso de la evolución cardiovascular de los individuos de los tres grupos. A los sujetos de los dos basados en la dieta mediterránea se les suministraron el aceite de oliva virgen y los frutos secos. Y a los participantes de los tres colectivos, recetarios y listas de la compra adaptadas a cada estación del año.

La investigación analizó también los efectos para el organismo de un consumo moderado de bebidas alcohólicas, como el vino o la cerveza, tan estrechamente vinculadas con la alimentación mediterránea, que fueron autorizadas a los individuos de los dos primeros grupos. La conclusión es que el consumo moderado (de hasta un vaso al día) contribuye a reducir el peligro de sufrir afectaciones circulatorias.

Miguel Ángel Martínez-González, profesor de la Universidad de Navarra y otro de los coordinadores del estudio, destaca que "todo esto ya se sabía en teoría, pero es la primera vez en el mundo que se obtienen pruebas tan contundentes y basadas en un trabajo tan extenso de la protección de la dieta mediterránea frente a la enfermedad cardiovascular".

Emilio Ros, coordinador de la intervención nutricional de Predimed y jefe de la unidad de Lípidos del Hospital Clínic, valora que "los resultados son de gran trascendencia porque demuestran de modo convincente que una dieta alta en grasa vegetal es superior a una dieta baja en todo tipo de grasas para la prevención cardiovascular".

Martínez-González había dirigido otro estudio de la Universidad de Navarra, basado en el seguimiento de 10.000 voluntarios y cuyas conclusiones se publicaron en 2009, que constató que la dieta mediterránea reducía en un 40% el riesgo de depresión, gracias a que el aceite de oliva y las grasas omega-3 "pueden actuar sobre los mecanismos de acción de los neurotransmisores implicados en esta enfermedad, como la serotonina".

Para el científico, con el nuevo estudio completado ahora queda claro que "la salud coronaria no se garantiza con medicaciones caras o intervenciones de alta tecnología, sino con algo tan sencillo como seguir la dieta de nuestros abuelos, la dieta mediterránea clásica" debido a las sinergias que genera, puesto que "más importante en sus efectos que el papel de determinados alimentos particulares es la combinación de todos ellos".