La pérdida de especies animales en nuestro planeta se acelera y es ya un fenómeno imparable e irreversible. Para algunos ecólogos, es incluso más grave que el cambio climático, ya que a éste aún se le podría dar marcha atrás, mientras que la riqueza biológica perdida nunca podrá ser recuperada.

Desde el siglo XVI, 322 especies de vertebrados terrestres han dejado de poblar la faz de la Tierra y el resto ha sufrido una caída media del 25% en el número de individuos. El balance es aún más doloroso entre los invertebrados: el 67% de especies examinadas sufre una reducción media del 45% de su población.

Para referirse a esta catástrofe, los científicos han acuñado el término defaunación. Del mismo modo que el planeta sufre la deforestación, la destrucción de sus bosques, asistimos a una constante y rápida desaparición de la fauna global, aseguran varios investigadores en una colección de ensayos publicados por la revista Science

Rodolfo Dirzo, biólogo de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) explica en uno de estos trabajos que los impactos humanos sobre la biodiversidad animal son una forma poco reconocida del “cambio ambiental global”. “La defaunación y la pérdida de poblaciones enteras de plantas son quizás la parte más dramática de este cambio global; los cambios en el clima pueden estabilizarse, pero nada hará volver a los animales y la flora que hoy se ven amenazados por la mano del hombre”, asegura este experto.

La 'defaunación' puede provocar un aumento de los conflictos sociales y el terrorismo

Aunque las especies más grandes y carismáticas, como los cetáceos, los tigres, los rinocerontes o los pandas, reciben mayor atención mediática, los autores subrayan que incluso la desaparición del escarabajo más pequeño puede alterar fundamentalmente los ecosistemas de los que dependen los seres humanos. Insectos, arañas, crustáceos, babosas y gusanos realizan un papel clave en la polinización, el control de plagas en los cultivos, la descomposición de la materia orgánica, el ciclo de nutrientes o la calidad de las aguas.

El problema no es solamente la extinción de especies enteras, sino que la desaparición de poblaciones locales o la reducción del número de individuos en cada población suponen también un grave atentado al equilibrio de los hábitats.

Aunque las extinciones tienen una gran importancia evolutiva, señala Dirzo, “el declive del número de individuos en las poblaciones locales y los cambios en la composición de especies de una comunidad suelen causar un mayor impacto en la función de los ecosistemas”.

Uno de los casos más extremos es de los elefantes, cuyas poblaciones decaen a tal velocidad que hacen casi segura su extinción en un plazo no demasiado prolongado. “El declive de estas especies afectará en cascada al funcionamiento de los ecosistemas y finalmente al bienestar del ser humano” sostienen Dirzo y sus colegas.

Según otro de los ensayos, cuyo autor es el ambientólogo de la universidad estadounidense de Berkeley Justin S. Brashares, la defaunación puede desestabilizar las regiones donde se produce y provocar un aumento de los conflictos sociales y el terrorismo.

“Donde la riqueza de especies se reduce, la explotación laboral y el crimen organizado pueden aumentar”, apunta. En Tailandia, por ejemplo, asegura Brashares, “se venden cada vez más hombres camboyanos y tailandeses a los barcos pesqueros; estos chicos permanecen en el mar durante varios años sin ninguna remuneración y están forzados a trabajar 18 o 20 horas diarias”.

En África, el descenso demográfico de muchos animales ha conducido a la explotación del trabajo infantil. “Las comunidades que durante miles de años han cubierto sus necesidades cazando en su vecindad, tienen que viajar ahora durante días para obtener su alimento”, afirman Brashares y sus colegas. La desnutrición, el abuso y el asesinato son moneda común en esas situaciones.

 

Estrategias de 'refaunación'

 

Los científicos hablan de Antropoceno para referirse a la actual etapa de la historia de la Tierra, marcada por los efectos de la actividad humana sobre el planeta, y que habría comenzado a principios del siglo XVI.

“En los últimos 500 años”, dicen los estudiosos de California (Estados Unidos), Río Claro (Brasil), Ciudad de México, Oxfordshire y Londres (Reino Unido) que han participado en el monográfico de Science, “los humanos han desencadenado una ola de extinción, amenaza y declive de las poblaciones locales de animales que puede ser comparable, tanto en velocidad como en magnitud, con las cinco previas extinciones masivas de la historia de la Tierra”.

Todas las anteriores fueron causadas por catástrofes planetarias como el vulcanismo masivo, el impacto de meteoritos y otros fenómenos naturales aún no aclarados por los investigadores. La gran diferencia es que la actual la estamos provocando nosotros mismos.

Piden políticas que vayan más allá de la mera restauración y la reintroducción

La más conocida de las destrucciones masivas –gracias sobre todo a películas como Parque Jurásico–, se produjo hace unos 65 millones de años, cuando un gran meteorito impactó sobre lo que hoy es la península del Yucatán, en la costa caribeña de México, y diezmó la vida sobre la Tierra. No sólo desaparecieron los grandes dominadores del planeta, los grandes dinosaurios, sino que cerca del 80% de las especies animales fueron exterminadas. Entre los supervivientes, los pequeños mamíferos se encontraron con un nuevo escenario que permitió su actual predominio.

¿Es posible dar marcha atrás? En otro artículo de Science, el zoólogo Philip Seddon, de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda), concluye que la tasa de pérdida de biodiversidad no se frena pese a los esfuerzos mundiales y apuesta por la reintroducción de ejemplares y en algunos casos el reemplazo ecológico, como en el caso de la tortuga gigante de isla Mauricio, que ha sido sustituida por otra especie exótica, la de Aldabra, para restaurar sus funciones en la dispersión de semillas.

Otra estrategia de refaunación es la colonización asistida, por la que se mueven especies fuera de su área de distribución natural, donde están amenazadas, para evitar su extinción. “Los ejemplos de esto incluyen desplazar a las aves nativas, como el kakapo, a las islas del litoral de Nueva Zelanda, para protegerlas de los depredadores exóticos en el hábitat continental, o el establecimiento de una colonia de diablos de Tasmania en Maria Island, territorio libre del cáncer facial que los aqueja”.

Los investigadores tampoco descartan la posibilidad de traer de vuelta una especie extinta mediante crianza selectiva o procesos de clonación, aunque advierten que todavía constituye un enigma qué especies deberían ser “resucitadas” y en qué hábitats deberían ser reintroducidas.

El director del Instituto Luc Hoffman del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en Suiza, Joshua Tewksbury, y la investigadora de la Universidad de Rice en Houston (Estados Unidos) señalan que para asegurar el futuro de los animales y, en definitiva, el de todos, es imprescindible reconocer su importancia y sus aportaciones a los sistemas socioeconómicos. Y, para ello, son precisas políticas que vayan más allá de la mera restauración y la reintroducción de especies.