Se los daba por perdidos, pero afortunadamente siguen entre nosotros y aún estamos a tiempo de preservarlos: algunas especies animales catalogadas como extintas han vuelto a avistarse. Los científicos las han redescubierto en sus hábitats originarios o en otros a los que sorprendentemente se han adaptado. A veces, tras investigaciones minuciosas, y en otras, por pura casualidad. Son las llamadas “especies lázaro”, en alusión al personaje bíblico resucitado.

Es el caso del tarsero pigmeo (Tarsius pumilus), que se dio por extinguido a principios del siglo XX. Este pequeño primate ─mide entre 95 y 105 milímetros y pesa menos de 57 gramos─ merodea de noche por los bosques tropicales de las tierras bajas de la isla indonesia de Sulawesi (también llamada Célebes). Fue redescubierto en 2000 en el Parque Nacional Lore Lindu cuando un par de científicos mataron accidentalmente a uno mientras cazaban ratas.

En los últimos 80 años se han registrado unos 4.000 avistamientos del tigre de Tasmania

Tras el hallazgo, un grupo de investigadores dirigidos por la antropóloga Sharon Gursky-Doyen, de la Universidad de Texas A&M, salió en busca de estos seres de grandes orejas y ojos que les asemejan a un gremlin, capaces de girar sus cabezas 180 grados. Encontraron a dos machos y una hembra, a los que colocaron dispositivos de rastreo para seguir sus movimientos.

Actualmente, por falta de trabajos de campo, se desconoce el posible número de ejemplares vivos y su distribución, pero el tarsero pigmeo está incluido en la lista de Los 25 primates en mayor peligro del mundo y, junto con el resto de especies y subespecies del género Tarsius, muestran una tendencia a la baja, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

El topillo bávaro (Microtus bavaricus), una especie de roedor de los Alpes, fue dado por exterminado en 1962. Pero volvió a la vida a principios de este siglo, cuando el científico austríaco Friederike Spitzenberger encontró un ejemplar en el Tirol del Norte, cerca de la frontera austríaca con Alemania. Hoy en día, su población es objeto de estudio con el fin de cuantificar y situar sus poblaciones, pero, al estar muy fragmentada y amenazada por la pérdida de hábitat, la especie ha sido revaluada como en peligro crítico por la UICN.

El paíño de Nueva Zelanda (Oceanites maorianus), una pequeña ave marina de rápido vuelo, se dio por extinta en 1850. Pero, sorprendentemente, se empezaron a avistar de nuevo a partir de 2003 en los cielos del norte del archipiélago. Entre 2005 y 2009 fueron capturados algunos ejemplares para confirmar que efectivamente pertenecían a la misma especie de los últimos individuos vistos en el siglo XIX. Y así era. Los científicos han descubierto que este animal, que pasa la mayor parte de su tiempo en el mar ─sólo vuelve a tierra de noche para evitar a los depredadores─ se reproduce en el interior de la Little Barrier Island, donde ha sobrevivido a la presencia de especies invasoras como los gatos y las ratas del Pacífico, que fueron eliminados en 1980 y 2004, respectivamente.

Grandes esfuerzos de conservación

No muy lejos de allí, fueron precisamente las ratas introducidas por los humanos desde finales del siglo XVIII las que acabaron con el insecto palo de la isla de Lord Howe (Dryococelus australis). Desde la década de 1920 se le considera extinto en su hábitat más importante pero en 2001 se detectó una población de menos de 30 individuos en el islote deshabitado Pirámide de Ball, a 20 kilómetros al sureste de la isla de Lord Howe. Como llegó allí este insecto del tamaño de una mano humana es todo un misterio.

En 2003, un equipo de de investigación del Servicio de Parques Nacionales de Nueva Gales del Sur regresó a Pirámide de Ball para capturar a dos parejas reproductoras con el objetivo de criarlo en cautividad y reintroducir la especie en la isla de Lord Howe cuando se consiga erradicar (si se logra) a las ratas invasoras. Las autoridades australianas podrían dar luz verde a un polémico plan para acabar con ellas que, de ser aprobado, empezaría a aplicarse en enero próximo.

Hay más historias extraordinarias, como la de los celacantimorfos (Coelacanthimorpha) o celacantos, unos peces con aletas lobuladas que se creían extintos ya en la misma época que los dinosaurios. En 1938 se capturó un ejemplar vivo en la costa oriental de Sudáfrica y en 1998 se localizó otro en la isla de Sulawesi. Se estima que actualmente pueden quedar vivos unos 500. Por su parte, la planta Eriogonum truncatum, una pequeña rosa silvestre, se dio por desaparecida en 1936. Se redescubrió por pura casualidad en 2005. La especie sólo se ha visto en el Monte Diablo, en el condado de Contra Costa (California). Cientos de miles de semillas han sido propagadas para asegurarse de no perderla de nuevo.

La población de los orangutanes de Sumatra es el doble
de lo estimado

Y hay más posibles hallazgos, aunque no confirmados. Durante los últimos 80 años se han registrado unos 4.000 avistamientos del último lobo marsupial en Australia continental y Tasmania, también conocido como tilacín, lobo o tigre de Tasmania (Thylacinus cynocephalus), pero ninguno ha podido ser suficientemente acreditado. El último ejemplar, bautizado como Benjamín, murió en el zoológico australiano de Hobart a causa de una grave negligencia. En libertad, este carnívoro sufrió la caza intensiva, incentivada en su tiempo por recompensas que buscaban proteger al ganado de sus ataques.

De otras especies, los científicos descubren que sobreviven muchos más ejemplares de los que se pensaba. En marzo, un equipo internacional de investigadores, dirigidos por Hjalmar Kuehl, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, reveló que los orangutanes de Sumatra, una de las dos especies de estos grandes simios que quedan en el planeta (la otra es la de Borneo), sumarían una población de 14.613 ejemplares, el doble de lo estimado.

Los investigadores encontraron nidos de hojas de los que construye cada día este simio para descansar en lugares donde hasta ahora no se les había buscado. No obstante, a pesar de las buenas noticias, este animal sufre tantas amenazas, como la caza furtiva y la pérdida de bosques ─principalmente para el cultivo de palma de aceite─, que sigue en peligro crítico: si la deforestación continúa al ritmo actual en su hábitat, unos 4.500 individuos podrían desaparecer para el año 2030, alertan los expertos, quienes instan a las autoridades a tomar medidas para evitarlo.

A pesar de lo emocionante y alentador que puede suponer redescubrir a un animal o planta dado por perdido para siempre, esto no garantiza su futuro. En la mayoría de los casos, siguen en peligro, por lo que se requieren grandes esfuerzos para conservarlos si queremos que continúen sobre la faz de la Tierra. Recientemente, un grupo de 43 especialistas en vida silvestre de los cinco continentes suscribió una declaración en la que se exige el reconocimiento de las amenazas para la fauna, el cese de las prácticas nocivas, un compromiso mundial para la conservación y la asunción de la obligación moral de proteger al resto de animales del planeta. De lo contario, condenaremos a muerte a muchas más especies durante las próximas décadas.