Las abejas, en contra de lo que se cree, no son un habitante exclusivo de las zonas de montaña. Aunque las imaginamos siempre en entornos campestres, su presencia es cada vez más bienvenida y deseada en las grandes urbes, donde se está desatando una auténtica revolución colmenera.

Hace ya unos cuantos años que estos pequeños insectos, vitales para el engranaje del ecosistema y para el futuro de la agricultura, que están sufriendo grandes mortandades –Greenpeace calcula que más del 50% de la población mundial ha desaparecido en las dos últimas décadas–, hacen oír sus zumbidos por las azoteas de Londres, París y Nueva York, entre otras metrópolis.

Y, aunque con retraso, y muy poco a poco, la pasión urbana por las abejas también está llegando a España. Son varias las iniciativas y los colectivos que están surgiendo en el país que apuestan porque las ciudades también aporten su granito de arena a través de acciones que contribuyan a su conservación.

Además de llevar a cabo una importante labor de divulgación y concienciación sobre el papel que las abejas juegan en el equilibrio del planeta –son los principales responsables de la polinización, un proceso natural que permite que se fecunden las plantas y den así frutos y semillas– los abanderados de este nuevo movimiento ponen el énfasis en la necesidad urgente de regular esta actividad.

Son vitales para el engranaje del ecosistema y el futuro de la agricultura

“La apicultura urbana es importante por tres motivos: primero, porque supone mejorar el medioambiente; segundo, porque podría generar una actividad económica y, por último, una red de colmenas vecinales podría servir para medir datos de polución, entre otras cosas”. Son los argumentos que esgrime, David Rodríguez, informático y creador de Miel de Barrio junto a María Vega, apicultora y divulgadora. Ambos promueven la cría de abejas melíferas en Madrid y aspiran a consolidar una comunidad de panales urbanos.

Desde el laboratorio de proyectos colaborativos Medialab Prado, imparten talleres en los que enseñan a diseñar y construir una colmena y también a monitorizarla y aprovechar su potencial como estación de medición de algunos indicadores de calidad medioambiental, como los niveles de dióxido de carbono, la temperatura, la humedad, o incluso la radioactividad.

El Real Decreto 209/2002, de 22 de febrero es la norma básica que rige el sector apícola y sus explotaciones y exige 400 metros de distancia entre las colmenas y los núcleos poblados, además de una adecuada señalización. Es una normativa pensada exclusivamente para las zonas rurales, de modo que algunos de sus preceptos son imposibles de cumplir en el contexto de la apicultura urbana.

Desde la web Apicultura Urbana, una campaña lanzada por la empresa Mel·lis, aseguran que están "trabajando y manteniendo conversaciones con diferentes administraciones y asociaciones para modificar o introducir excepciones a la normativa actual, o para la realización de convenios con ayuntamientos para permitir y controlar esta actividad del todo lícita y respetable en el seno de las ciudades”.

Pero el proceso es lento, y ante la falta de ordenanzas que se registra en muchos casos, lo más recomendable, según apunta el periodista y emprendedor Nicolás Boullosa, es explicar a los vecinos y personas cercanas las ventajas de las abejas y por qué es importante cuidarlas, además de recordarles que estos insectos sólo pican si se sienten amenazados.

Actividad gratificante

Hasta el año 2010 el Ayuntamiento de Nueva York imponía multas de 2.000 dólares (unos 1.580 euros) por criar abejas, hasta que el entonces alcalde Michael Bloomberg levantó el veto y se limitó a exigir unas mínimas condiciones sanitarias. Desde entonces, está práctica se ha extendido por toda la ciudad y, según la Asociación de Apicultores de Nueva York, se han instalado ya más de 400 colmenas.

El hotel más célebre de Manhattan, el Waldorf Astoria, cuenta con seis colmenas en la terraza de su planta 20, con vistas al edificio Chrysler. El chef del hotel, David Garcelon, impulsor de la idea, asegura que las abejas jamás han picado a sus clientes, entre los que se encuentran Barack Obama y su familia, quienes al parecer, son grandes aficionados al popular helado que prepara Garcelon con miel recién recogida de la terraza.

Siguiendo su ejemplo, Michelle Obama ha decidido emplazar dos colmenas en los jardines de la Casa Blanca. Y grandes urbes norteamericanas como San Francisco, Los Ángeles, Chicago y Atlanta cuentan ya con asociaciones de apicultores urbanos que promueven esta práctica.

En Europa, ciudades como Londres, París, Bruselas, Viena, Frankfurt, Múnich, Hamburgo o Berlín llevan tiempo apostando por la apicultura urbana. En la capital británica, las abejas campan a sus anchas en azoteas, parques, escuelas o jardines. Incluso hay colmenas en lugares tan simbólicos como el Palacio de Buckingham, la Tate Gallery o Regent's Park. Y en París, un programa de recuperación puesto en marcha hace más de cinco años por el Ayuntamiento ha supuesto la instalación de más de 300 colmenas.

Barcelona es la primera ciudad española que se ha mostrado dispuesta a regularizar la apicultura urbana. En diciembre de 2013, el gobierno municipal aceptó la petición del líder de UpB (Unitat per Barcelona), Jordi Portabella (ERC), de instalar colmenares en edificios emblemáticos de la capital catalana y estudiar cómo aumentar la población de abejas sin molestar a las personas, haciéndolas compatibles con las actividades de los ciudadanos.

El Ayuntamiento de Barcelona ha aceptado instalar colmenares en edificios emblemáticos

La decisión llegaba un año después de que se pusiera en marcha el proyecto Abejas Urbanas, en el marco del cual un equipo multidisciplinar de 30 personas, entre científicos, apicultores y artistas, construyó e instaló el primer prototipo de colmena urbana en el Castillo de los Tres Dragones del Parc de la Ciutadella, con el objetivo de analizar diversos parámetros ambientales y determinar el impacto de la contaminación.

Córdoba y la localidad de Culleredo (A Coruña), también han dado pasos en esa dirección, instalando cajas de abejas para medir el nivel de polución urbana.

Montar un apiario no es algo demasiado caro ni complejo, pero requiere de unos conocimientos, cierta disponibilidad de tiempo y una buena planificación. Se precisa también una inversión mínima, tanto en la colmena como en el material necesario para mantenerla.

Según Apicultura Urbana, unos 250 euros son suficientes para empezar. Además de la colmena –las hay de diversos modelos, pero las más adecuadas para un uso urbano y amateur son las horizontales– es imprescindible el enjambre de abejas, que se puede conseguir a través de un apicultor profesional.

También forman parte de este paquete básico un ahumador –para generar humo y adormecer y distraer a las abejas–, guantes para protegerse de las picaduras, una careta con reja, una palanca para levantar y sostener los cuadros donde van los panales y un cepillo.

Se estima que cuidar una colmena urbana puede llevar entre media y una hora semanal, salvo en invierno, cuando el intervalo de visitas puede espaciarse entre dos y tres semanas, ya que las abejas hibernan.

“La apicultura es una actividad gratificante, con muchos beneficios potenciales para los apicultores y para el medio ambiente, pero también requiere de responsabilidad y compromiso”, aseguran desde Apicultura Urbana.

“Creemos que es una manera maravillosa de llevar la naturaleza a la ciudad, ayudando a obtener una biodiversidad próspera con la polinización de parques, jardines y huertos, valores de cohesión, educación ambiental, relajación y sensación de bienestar, y también posibles nuevas oportunidades empresariales”, concluyen los responsables de esta web, que incluye un manual de buenas prácticas para el perfecto apicultor urbano.