La reciente decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de incluir las carnes procesadas industrialmente en la lista de productos potencialmente cancerígenos pone en cuestión el modelo de alimentación imperante desde hace décadas no solamente en el mundo desarrollado, sino también en los países en vías de desarrollo, donde el consumo de productos cárnicos se ha doblado desde los años 80 del siglo pasado, a un ritmo de entre un 5 y 6% de crecimiento anual. 

El informe de un panel de especialistas del organismo sanitario de la ONU encargado de dictaminar sobre la incidencia de nuestros hábitos de consumo en el desarrollo de enfermedades oncológicas ha situado este tipo de alimentos, que define como "cualquier tipo de carne que ha sido transformada con salazón, curado, fermentación, ahumado u otros procesos para mejorar el sabor y preservarla", en la lista de elementos "carcinógenos para los seres humanos", de la que también forman parte el tabaco, el alcohol, el plutonio o al aire polucionado de las ciudades o las áreas industriales.

El consumo de 50 gramos al día aumenta un 18% el riesgo de cáncer de colon

Más aún, a esta llamada de alerta respecto a las salsichas, las hamburguesas, el bacon o los embutidos, incluido el jamón de bellota, los expertos de la Agencia Internacional para la investigación del Cáncer (IARC, en sus siglas en inglés) han añadido la advertencia de que las carnes rojas en general, las procedentes de músculos de vacuno, de cerdo, de caballo, cordero o cabra, por citar las más consumidas a nivel mundial, y al margen de la forma en que se preparen, también son "probablemente carcinógenas".

El estudio en el que se basa la decisión, publicado de forma resumida en la revista The Lancet Oncology,  y basado en la revisión de cerca de 800 investigaciones científicas epidemiológicas llevadas a cabo durante los últimos 20 años con población en general de Europa, Estados Unidos y Japón, concluye que ha quedado demostrada una relación directa entre la ingesta de las carnes procesadas y una mayor incidencia de los cánceres colorrectal y de estómago.

Por el contrario, en el caso de las carnes rojas, las evidencias de que están relacionadas con los cánceres citados, así como con los de páncreas y de próstata, son todavía "limitadas", por lo que estos alimentos han sido situados en la lista del nivel inmediatamente inferior de nocividad.

De todas formas, los especialistas autores del informe para la OMS, 22 investigadores de una decena de países, admiten que el riesgo para los consumidores de enfermar es bajo: el consumo diario de 50 gramos de carne procesada aumentaría el riesgo de contraer cáncer colorrectal en un 18%, y para ello debería ser mantenido ese promedio durante bastantes años. "El riesgo es pequeño, pero aumenta con la cantidad consumida”, argumenta Kurt Straif, uno de los miembros del panel. El problema es principalmente para los sistemas de sanidad pública de los países de elevado consumo.

Según el último informe anual sobre alimentación, correspondiente a 2014, del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el consumo medio per cápita de carne (de todos los tipos) en España es de 51 kilos al año, lo que equivale a 139 gramos al día, un nivel elevado. El consumo de carne roja es de unos 50 gramos diarios, en este caso bajo respecto a los 70 diarios que recomienda la OMS. El consumo medio de carne y productos cárnicos en la Unión Europea es de 24 gramos al día.

 

Los luxemburgueses, los más carnívoros

 

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés) los luxemburgueses fueron en 2007 los mayores consumidores de carne del planeta, con 136,5 kilos anuales por persona, por encima incluso de los estadounidenses, que ingerían de media 125,4 kilos. Los australianos se hacían con la medalla de bronce con 121,2 kilos, y les seguían en el ranking Nueva Zelanda, España y la Polinesia Francesa.

En el puesto 177 y último de los países de los que se dispone de datos, se sitúan los indios, cuyas religiones mayoritarias les impiden comer carne de vaca (hindúes), de cerdo (musulmanes) o incluso matar a cualquier animal (algunos budistas y los jainistas) tienen un consumo medio de tan solo 3,2 kilos al año. 

El consumo de carne a nivel mundial no tiene sólo implicaciones para la salud humana. También las tiene medioambientales (cambio climático, degradación del suelo, contaminación de tierras y aguas por las deposiciones, los antibióticos o las hormonas que se suministran a los animales), vinculadas con la seguridad alimentaria (el ganado consume más tierra y agua por kilo de alimento aportado que la agricultura) e incluso éticas y morales (millones de seres vivos sufren un cautiverio y una muerte con frecuencia innecesariamente crueles).

El pecuario es el de crecimiento más rápido en el mundo entre los sectores alimentarios. Es el medio de subsistencia para 1.300 millones de personas y supone el 40% de la producción agrícola mundial. De seguir este ritmo, la producción mundial de carne se duplicará desde los 229 millones de toneladas de principios de siglo a unos 465 millones de toneladas en 2050, al tiempo que la producción lechera se incrementará en el mismo período desde los 580 a los 1.043 millones de toneladas, prevé la FAO.

El ganado de carne y leche supone ya el 20% del total de la biomasa animal terrestre

Más en detalle, en 2007 se produjeron en el mundo 99,53 millones de toneladas de carne de cerdo (un 294% más que en 1967); 65,61 millones de toneladas de vacuno, incluyendo búfalos (un 180% más); 88,2 millones de toneladas de carne de aves de corral (un 711% más) y 13,11 millones de toneladas de oveja y cabra (202% más que cuatro décadas atrás).

El ganado ocupa un tercio de las tierras fértiles del planeta, que cultivadas podrían producir una  mayor cantidad de alimentos por unidad de superficie, con un menor consumo de agua, algo a tener muy en cuenta mientras casi 800 millones de personas sigan afectadas por el hambre  en un mundo perfectamente capaz de alimentarlas. Además, otros muchos millones de hectáreas deben dedicarse al cultivo de forrajes para nutrir a la cabaña ganadera.

Pero la ganadería tiene otro efecto negativo más: cientos de millones de animales criados para el consumo humano emiten en sus ventosidades y flatulencias el metano, un gas de elevado efecto invernadero. Los animales para la producción de carne y leche suponen ya el 20% de toda la biomasa animal terrestre. Y una vaca genera entre 300 y 500 litros de gas metano diariamente. Además, su estiércol, como el del resto de reses, emite el todavía más dañino óxido nitroso.

El sector ganadero es el responsable del 9% del dióxido de carbono (CO2) procedente de las actividades humanas, pero es el origen de un porcentaje mucho más elevado de los gases de efecto invernadero más perjudiciales. La industria ganadera es la responsable del 37% de todo el metano producido por la actividad humana (23 veces más perjudicial en términos de cambio climático que el CO2), que como se ha dicho se origina en su mayor parte en el sistema digestivo de los rumiantes, del 64% del amoníaco, que contribuye de forma significativa a la lluvia ácida, y del 65% del óxido nitroso, que tiene 296 veces más Potencial de Calentamiento Global que el CO2. Si además la carne puede dañar nuestra salud, parece que es el momento de replantearse a fondo nuestro modelo alimentario.