El pasado domingo, las comparsas participantes en el Carnaval de Vilanova i la Geltrú (Barcelona) tiraron por los suelos de la ciudad 127 toneladas de caramelos, cada uno de ellos envuelto en su plástico correspondiente, la mayoría en el transcurso de las 'guerras' entre agrupaciones que se desarrollan en la plaça de la Vila de la ciudad, y el resto lanzados a puñados por las calles por los comparseros durante los festivos recorridos por la ciudad que llevan a cabo acompañados por charangas de músicos a lo largo de la mañana del día grande de esta celebración.

Tras una de las más multitudinarias fiestas de su clase en Cataluña, y la única que no dejó de celebrarse, muchos años de forma camuflada, durante la dictadura franquista, que prohibió los carnavales de forma general, los caramelos, pisoteados por la multitud que luego se dispersa por la ciudad y por los vehículos que transitan por la misma, se convierten durante los días siguientes en una desagradable capa pegajosa mezclada con sus envoltorios que dificulta el caminar por las calles de esta localidad de unos 66.000 habitantes, la cuarta parte de los cuales forman parte de las comparsas, que agrupan a unas 17.000 personas.

Por cada kilo de dulces hay 33 gramos de plástico tintado y 25 de papel y parafina 

Las suelas del calzado de los peatones se adhieren al pavimento y quedan totalmente cubiertas por estos residuos, que se acaban trasladando a sus domicilios o a los establecimientos públicos que visitan. Además, los restos de los caramelos y sus envoltorios (uno exterior de plástico tintado y otro interior de papel y parafina, también derivado del petróleo) forman una masa que atasca los conductos del alcantarillado y los filtros de las depuradoras, según admite el concejal de Medio Ambiente, Xavier Serra.

Y cuando estas plantas de tratamiento de aguas dejan de dar abasto debido a la congestión de las tuberías, según reconoce el mismo concejal, buena parte de los plásticos acaba derivada a los emisarios que los vierten en el mar (la ciudad se halla en el litoral y es muy visitada por sus playas y por la gastronomía basada en las capturas de su puerto pesquero). Asimismo, durante las jornadas que siguen al Carnaval, son necesarios miles de litros de agua a presión para desprender la costra reseca de mugre y plástico de plazas, aceras y calzadas.

Según un estudio de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), que tiene una escuela de ingeniería en la ciudad, por cada kilo de caramelos empleados en la fiesta se tiran 33 gramos de plástico y 25 de papel y parafinas, es decir, que en total acaban en el suelo mezclados con el dulce aplastado y triturado unos 5.800 kilos de plástico no reciclable en cada edición. La estimación del estudio solo contempla los envoltorios de caramelos. No incluye el de los miles de vasos y otros envases de material no sostenible ni reciclable que acabarán alfombrando las vías públicas al final de la fiesta. 

Embadurnarse en merengue

Como cada año, además de las guerras de caramelos del domingo, la tarde del jueves anterior, el llamado Dijous Gras (Jueves Lardero), se celebraron otras dos actividades en las que intervienen los alimentos, pero tampoco para ser ingeridos: la denominada la gran empastifada (embadurnada) y la merengada. En la primera, cientos de personas con cubos llenos de merengue (dulce cuyos ingredientes son la clara de huevo y el azúcar) se reúnen en una plaza para tirarse por encima decenas de kilos de este material, y en la segunda algunas pastelerías proporcionan enormes pasteles del mismo para idéntica finalidad, en este caso dirigida predominantemente a los niños. Al protegerse los participantes con bolsas, el gasto de plástico también es considerable. 

La novedad de este año era lo que los organizadores han bautizado como ecocaramelo, cuyo envoltorio, en este caso uno solo en lugar de dos, ya no es de plástico derivado del petróleo sino de un bioplástico similar al de las bolsas compostables (biodegradable por la actividad bacteriológica en un proceso de unos tres meses), y que fue puesto a disposición de las comparsas en los supermercados colaboradores. Los participantes pagan el importe de los caramelos de su bolsillo, pero la organización del evento está parcialmente subvencionada por el Ayuntamiento, que este año destinó 15.000 euros a financiar la diferencia de precio del nuevo caramelo, más caro.

Otras fiestas que juegan con comida son la 'tomatina' de Bunyol y la 'enfarinada' de Ibi

Según datos de la misma organización, la Federació d’Associacions del Carnaval (FAC), de los 127.000 kilos tirados este año por las calles, unos 25.000 (apenas una quinta parte) lo fueron de estos supuestos ecocaramelos. Los organizadores lo han considerado “un gran éxito”. Para Marta Pagès, de la FAC, usarlos “es una cuestión de ciudad, de educación y de respeto por el entorno. La Comparsa, nuestra fiesta más querida, no puede estar reñida con el medio ambiente”. “El nuevo producto, dejará visualmente la misma alfombra de colores en el suelo pero generará un volumen de residuos mucho menor”, destacó Carles Rull, del grupo de consumo La Vinagreta, una de las entidades que impulsó el cambio, durante la presentación de la iniciativa.

El Ayuntamiento, que admite sin tapujos que la fiesta que promueve y financia causa “complicaciones en la gestión de la limpieza, problemas en el alcantarillado, dificultades para la depuradora, suciedad en la ciudad, plásticos al medio ambiente, vertido de microplàsticos al mar y toneladas de CO2 generadas en el proceso de producción de estos plásticos”, obviando en la enumeración el impacto ambiental derivado del desperdicio de alimentos en cuya producción se han generado muchas más emisiones, además de un gran consumo de agua, energía y otros recursos, se ha aprestado esta semana a señalar que su objetivo es que el año que viene la totalidad de los caramelos tirados presenten lo que considera la “alternativa sostenible” del envoltorio biodegradable.

No se trata de la única fiesta en la que se desperdician alimentos usándolos para lanzárselos unos participantes a otros en España, país que concenta la mayor parte de las más conocidas a nivel internacional. La más famosa es la tomatina de Bunyol (Valencia), el último miércoles de agosto, donde se tiran más de 150 toneladas de tomates. En 2016 recibió muchas críticas en las redes sociales procedentes de países africanos, y en 2017 el presidente de la Federación de Bancos de Alimentos (Fesbal), Nicolás Palacios, censuró el “despilfarro” que implica.

El calendario de estas celebraciones del desperdicio incluye también el 29 de junio en Haro (La Rioja), donde lo que se tira sobre los asistentes son miles de litros de vino. La fiesta de los Inocentes (28 de diciembre) se conmemora en Ibi (Alicante) con una batalla de verduras y harina. Aunque desde 2011 no se lleva a cabo, la Raimà de la localidad de Puebla del Duc (Valencia) consistía en una guerra con racimos de uva que llegó a emplear hasta 90 toneladas. En el Carnaval de Ivrea (Italia), lo que se usa como 'proyectil' son 500 toneladas de naranjas. En Coxheath (Reino Unido) son tartas de nata, y en Manitou Springs (Colorado, Estados Unidos) lanzan pasteles de fruta incluso con catapultas y tirachinas gigantes.