El inesperado y devastador incendio que destruyó el pasado lunes la catedral parisina de Notre Dame no causó afortunadamente víctimas humanas. Y buena parte del valioso patrimonio artístico del edificio también pudo salvarse. Pero el incendio podría haber causado unas víctimas ignoradas por la mayor parte de la ciudadanía: las abejas que vivían en tres panales en el tejado, la zona donde se declararon y fue la más afectada por las llamas. 

En total, Notre Dame era el hogar de unas 150.000 abejas melíferas, unas 50.000 en cada una de las colmenas según calculan los expertos para esta época del año, instalaciones colocadas allí en 2013 en el marco de un proyecto de apicultura urbana por la empresa especializada Beeopic

Aunque ante la virulencia del fuego se daban prácticamente por perdidas las colmenas, las últimas imágenes obtenidas por drones parecen confirmar que los tres panales se hallan en su lugar y no se vieron directamente dañados por las llamas.

El calor del fuego, el humo o el agua de los bomberos pueden haberlas dañado

Sin embargo, todavía se desconoce el destino sufrido por los insectos, dado que con seguridad se vieron afectados por el enorme calor, el humo y los miles de litros de agua lanzados por los bomberos sobre la cubierta de la iglesia medieval, el monumento histórico más visitado de Europa y uno de los iconos de la capital francesa, la ciudad que recibe más turistas en el mundo.

Las colonias de abejas se hallaban en el tejado situado sobre la sacristía de la catedral, cerca de la plaza Juan XXIII de París, y las llamas se detuvieron a muy escasos metros de su ubicación, según pudieron confirmar la tarde noche del martes los responsables de la empresa apicultora. 

“Humo, calor, agua ... veremos si nuestras valientes abejas todavía están con nosotros tan pronto como tengamos acceso a la zona”,  se dijo por parte de la empresa desde las redes sociales. Los himenópteros que vivían en Notre Dame son de la variedad Hermano Adan (también llamadas Adam o abeja Buckfast), conseguida hace aproximadamente un siglo por hibridación de variedades de insectos resistentes a enfermedades como la acariosis. Cada una puede visitar hasta 700 flores al día en un perímetro de unos tres kilómetros alrededor de su colonia.

Especie en peligro

Los panales fueron instalados en el lugar por el apicultor Nicolas Géant, director de Beeopic, que ha colocado panales de forma gratuita en numerosos tejados de edificios de la ciudad y de otras capitales europeas, en sedes de empresas o instituciones o de particulares con el fin de favorecer tanto la conservación de la especie como la biodiversidad que hace posible la labor polinizadora de la misma, que permite la reproducción de especies vegetales y, como consecuencia, de los animales que las necesitan para vivir.

“En la ciudad, las temperaturas más cálidas, la diversidad de plantaciones, los métodos de cultivo sin fertilizantes y pesticidas, la proliferación de espacios verdes, las plantaciones en terrazas, los alféizares de las ventanas y los patios encantan a las abejas”, señala la página oficial de la catedral al referirse al proyecto de apicultura urbana al que contribuyó.

Se trata de un proyecto de apicultura urbana para proteger la biodiversidad 

Las abejas, imprescindibles para mantener la supervivencia de la mayor parte de especies vegetales, y de las que dependería por tanto hasta la misma supervivencia humana, están desapareciendo de forma alarmante en todo el mundo. 

Virus y otros patógenos, parásitos, ácaros, pesticidas, antibióticos, cultivos transgénicos, las técnicas de la apicultura industrial, pérdida de la biodiversidad, malnutrición, estrés e incluso el cambio climático o las radiaciones de los teléfonos móviles son algunas de las explicaciones que se barajan para explicar el llamado síndrome del colapso de las colonias (más conocido por sus siglas inglesas: CCD) que desde hace década y media viene mermando de forma significativa la población de los panales alrededor del mundo.

Hace justamente un año, La Unión Europea prohibió el uso al aire libre en su territorio de tres de los insecticidas más dañinos para estas formas de vida, los llamados neonicotinoides, una medida que llevaban largo tiempo reclamando tanto los grupos ecologistas como los apicultores, alarmados por la brutal caída de las poblaciones de abejas de miel.

Desde finales del año pasado, y gracias a una ampliación de una prohibición parcial aprobada en 2013 (que regía solo para cultivos muy atrayentes para las abejas, como el girasol, la colza y el maíz), los pesticidas imidacloprid y clotianidina, producidos por la multinacional Bayer, y el tiametoxam de Syngenta, no pueden ser empleados en los campos de los 28 estados miembros (en el Reino Unido, por lo menos hasta que abandone la unión), aunque sí se podrán seguir aplicando en el interior de invernaderos permanentes, donde se supone que los insectos tienen menor posibilidad de acceso.