El catamarán eólico volverá a la Antártida el próximo mes de noviembre. En una nueva expedición, la mariposa polar intentará superar el hito alcanzado el pasado 1 de enero, cuando se convirtió en el primer vehículo totalmente ecológico que conquistó el Polo Sur geográfico (latitud 90º S). Impulsado solamente por la fuerza del viento, el pasado invierno transportó a cuatro personas y una tonelada de carga sobre dos plataformas unidas en un viaje de 34 días durante el que se recorrieron 3.400 quilómetros.

En esta ocasión, un trineo perfeccionado recorrerá 7.000 quilómetros en tres meses en un viaje de circunvalación del continente helado. Estará compuesto por tres plataformas que llevarán a cuatro personas y dos toneladas de carga. Y durante algunos tramos, de forma experimental, viajarán sobre él seis pasajeros. Para más adelante, su inventor, el explorador polar madrileño Ramón Larramendi, piensa ya en un tren de cuatro trineos que se deslice por los hielos con una carga aún mayor, hasta las cuatro toneladas. "E incluso pienso que muchas más. Pero eso por ahora aún es ciencia ficción", reconoce.

La expedición Acciona Windpowered Antarctica fue la primera en alcanzar el punto más meridional del planeta sin emitir una sola partícula de efecto invernadero. El vehículo arrastrado por cometas transportó a Larramendi, el fotógrafo Javier Selva y los científicos Ignacio Oficialdegui y Juan Pablo Albar a través del altiplano antártico con temperaturas de hasta 35 grados bajo cero y demostró la posibilidad de una exploración de ese y otros mundos helados sin impacto ambiental sobre su frágil entorno.
 

El equipo recogió muestras de hielo y aire para diversos estudios sobre la historia del clima en la Tierra

 

Los expedicionarios partieron de Madrid el 3 de diciembre con destino a Ciudad del Cabo haciendo una escala tan poco polar como Dubai. Desde la ciudad sudafricana, donde completaron el avituallamiento, volaron el día 7 en un enorme avión de carga ruso que les dejó en la base de Novo (como se conoce a la base rusa para abreviar su largo nombre Novolazarevskaya), el aeropuerto más al sur del planeta, en la región antártica de la Reina Maud. Allí esperaban contar con dos días para preparar el equipo. El mal tiempo previsto les obligó a acelerar sus planes.

Otro avión les dejó al día siguiente en el punto de partida de su recorrido, en pleno altiplano, a unos 3.000 metros de altura. Poco después trataban de armar el trineo en medio de una furiosa tormenta. Así iniciaron un trayecto épico que les llevó en tres semanas al Polo Sur, junto al que se alza la base norteamericana Amundsen-Scott, lo más parecido que hay en la Tierra a una colonia humana en otro planeta. El viaje finalizó el 16 de enero junto al glaciar Unión, desde donde volaron a Chile.

Durante su trayecto, el equipo recogió muestras de hielo y aire para diversos estudios sobre la historia del clima en la Tierra, la presencia de contaminantes orgánicos en la Antártida –procedentes de actividades industriales en otras regiones del globo– y la posible existencia de formas de vida desconocidas en el hielo por encargo de la Universidad Autónoma de Madrid, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), su homólogo el Centro Nacional de Investigación (CNRS) francés y la Universidad Joseph Fourier de Grenoble (Francia).
 

Empezó a esbozar el proyecto de un catamarán tirado por cometas en lugar de por perros

"La expedición era a la vez un reto geográfico, técnico y científico", explica a EcoAvant.com  Ramón Larramendi, quien en sus 46 años ha participado ya en 17 grandes expediciones polares, la primera con apenas 19. A principios de los 90 atravesó el Ártico desde Groenlandia hasta Alaska en un viaje de tres años en trineo de perros, kayak, esquiando y a pie que marcaría su vida para siempre. Con 14.000 quilómetros, logró pulverizar el récord mundial de travesía polar con medios no mecanizados.

Fruto de su estrecha relación con los inuits –cuya lengua habla con soltura– y el estudio de sus técnicas, empezó a esbozar a finales de la pasada década el proyecto de un catamarán tirado por cometas en lugar de por perros –que están prohibidos desde hace años en las expediciones antárticas para evitar que arrastren contaminación bacteriana a un territorio virgen–. En sus palabras, buscaba "el mejor, más limpio y más rápido vehículo para la Antártida".

La idea de ponerle una pequeña vela auxiliar a un trineo para aprovechar un viento favorable no era nueva. Lo hacían los inuits y las usaron Scott o Amundsen en sus legendarias expediciones de 1912, que quiso homenajear la española un siglo después. Y tampoco era algo inédito el arrastrar a un esquiador con una cometa, pero sí rompía todos los esquemas el sueño de convertir el viento en la única fuerza motriz de un medio de transporte de personas y material fuertemente cargado.

En la parte trasera se alzaba una tienda de campaña permanente donde se descansaba

 

Constituida por varios raíles y travesaños unidos con cuerdas, a imitación del trineo inuit, la mariposa (que, recibe este nombre para marcar la diferencia respecto a las orugas de los tractores polares) es una plataforma flexible y articulada de cuatro metros de largo por tres de ancho que se va adaptando –deformándose y recobrando su forma original– a las irregularidades del terreno.
El vehículo empleado en la expedición que alcanzó el Polo Sur lo formaban dos trineos de este tipo colocados a modo de convoy. Mientras en el delantero viajaban los conductores y parte del cargamento, sobre el trasero se alzaba una tienda de campaña permanente donde descansaba, comía o trabajaba en marcha el resto del grupo. Con este sistema de relevos viajaron sin paradas durante 20 horas diarias (y algunos días, las 24 horas), realizando un promedio de 100 quilómetros por jornada.

La tracción la generaban una quincena de cometas de entre cinco y 80 metros cuadrados de superficie que, situadas a 500 metros de distancia del trineo, y entre 100 y 300 metros de altura, capturaban los vientos idóneos –los que soplan desde los seis a 60 quilómetros por hora– y permitían al convoy alcanzar hasta 40 quilómetros por hora de velocidad transportando una tonelada de carga.

Tras varias pruebas exitosas en Groenlandia (donde Larramendi tiene casa), el bautismo de hielo antártico del vehículo había tenido lugar en 2005. La Expedición Transantártica Española, apoyada también por Acciona, recorrió 4.500 quilómetros en 62 días entre Novo y la costa, pasando por el Polo Sur de la Inaccesibilidad, el punto más alejado del mar, a 1.700 quilómetros del litoral más cercano. Un trineo de un solo cuerpo llevó a Larramendi, Oficialdegui y Juanma Viu a tan remoto rincón sin medios mecánicos ni apoyo aéreo, convirtiéndoles seguramente en los primeros en hacerlo.

Transportar grandes cargas de forma limpia puede convertir el trineo eólico en el sistema idóneo

"Es un vehículo de una abrumadora sencillez. Esa es su fuerza. Es eficiente, fiable y sabes que nunca te va a dejar tirado. Si se rompe una cuerda, se arregla en 10 minutos. Viajar en él no es peligroso y, encima, sus emisiones son cero", nos cuenta Ramón Larramendi. Y por si fuera poco, su construcción resulta increíblemente barata: el último modelo costó apenas 12.000 euros, cuando el transporte en barco a la Antártida puede elevarse hasta los 30.000 diarios", resalta su inventor.

El único inconveniente es que "lógicamente, hay una cierta limitación de movimiento. No puedes navegar en 360 grados y, por supuesto, si no hay viento te paras. Pero en el interior de la Antártida siempre sopla mucho y, si conoces las pautas, y sabemos mucho sobre ellas, puedes desplazarte a donde quieras", observa el explorador.


La capacidad de transportar grandes cargas de forma limpia puede convertir el trineo eólico en el sistema idóneo para abastecer las únicas tres bases científicas estables que operan lejos de la costa: "la Amundsen-Scott necesita 200 toneladas de provisiones al año, que se envían por vía aérea y mediante una caravana anual de tractores-oruga", recuerda Larramendi.

Y podría facilitar enormemente la exploración del ignoto interior del continente, en cuyos hielos milenarios se almacenan la memoria meteorológica de nuestro planeta y las respuestas a muchas de nuestras preguntas sobre el calentamiento global. Larramendi recuerda que para esclarecer la historia del clima "hacen falta muchas más tomas en muchos más lugares" a los que ahora no se puede ir.

Los altos costes del transporte y la posibilidad de contaminar el medio han hecho escasear las expediciones por el interior de la Antártida. "La última, conjunta estadounidense y noruega, se hizo en 2007-2008 y costó millones de euros. Nosotros creemos que se podría llegar allí en nuestro trineo con un gasto infinitamente menor", sostiene el explorador.