En una de las vitrinas del Fondo Sabater Pi, que conserva en el campus Diagonal de la Universidad de Barcelona el legado del primatólogo y etólogo desaparecido hace ahora diez años, entre miles de libros, revistas, dibujos y documentos manuscritos, se amontonan lo que a simple vista parecen unas peladas ramitas de arbustos. De hecho, lo son, pero son mucho más.

Si los observamos con detenimiento, veremos que algunos de estos bastoncillos terminan en puntas afiladas, mientras otros tienen un extremo aplastado a golpes de piedra hasta que las fibras han acabado formando una especie de cepillo o escobilla. Son herramientas pensadas y fabricadas por chimpancés para poder acceder a uno de sus alimentos preferidos, las termitas, que viven protegidas dentro de sus sólidas fortalezas de barro secado al sol.

La constatación, mediante su estudio en plena selva ecuatorial africana, de que nuestros parientes más cercanos en el mundo animal (con el 99% del ADN idéntico al nuestro) eran capaces de producir tecnología e incluso culturas diferenciadas es sin duda la más destacada aportación de este investigador pionero que en los años 50 y 60 del pasado siglo publicó en algunas de las más reconocidas revistas científicas internacionales siendo capataz de una plantación de café en la actual Guinea Ecuatorial y con una formación cien por cien autodidacta.

Fue autodidacta, no pisó la universidad hasta los 50 años y acabó de catedrático

Todo que lo que llegó a saber sobre los grandes simios, y era mucho, lo había aprendido gracias a su inagotable curiosidad y su inmensa capacidad de observación sobre el terreno. Algunos autores ya habían apuntado décadas atrás la posibilidad de que los chimpancés usaran instrumentos. Pero nunca nadie había conseguido verlos fabricarlos y usarlos en su medio natural.

Porque aquellos otros investigadores no habían pisado la selva, o no lo habían hecho durante bastante tiempo, o con los ojos lo suficientemente abiertos. "El hecho de no haber podido observar nunca el uso y la fabricación de estas simples herramientas por los chimpancés no debe sorprendernos, ya que la observación en la superficie de la selva y a distancias superiores a 10 metros es extraordinariamente difícil", señalaba él en una monografía sobre el tema escrita en 1988.

Además, añadía, "en estas regiones africanas carecen de una verdadera ganadería, los indígenas sufren insuficiencia de proteínas animales y, en consecuencia, todos los animales salvajes pasan a ser alimentos potenciales y a ser cazados". Así que observar a los chimpancés era como buscar una aguja en un pajar: en la selva sólo ves lo que tienes a un paso, quedaban muy pocos y además huían despavoridos apenas detectaban la presencia del ser humano, su peor enemigo .

Para sus investigaciones, Sabater se convirtió en uno más de los habitantes de aquel ecosistema tan bello como hostil para nuestra especie, donde él se encontraba más a gusto que en ningún otro lugar y donde, aseguraba, nunca sintió "ningún miedo". "Estar solo en medio de un entorno selvático por donde posiblemente no había pasado nunca ningún hombre blanco, escuchando los ruidos de la noche, que son mucho más intensos, te da la sensación de estar en otra época, y eso es muy reconfortante y muy agradable", afirmaba, después de haber aprendido cómo sobrevivir en el bosque de los mayores expertos en la materia: los pigmeos bagyeli (los españoles entonces llamaban “bayeles").

Entre julio de 1966 y febrero de 1969, durante uno de sus estudios, subvencionado por el Delta Regional Primate Research Center de la Tulane University, la National Geographic Society y también el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, cuyas becas y ayudas le permitieron dedicarse ya exclusivamente a la ciencia (aprendió inglés por su cuenta, con revistas y escuchando la radio), Sabater Pi consiguió 39 contactos con los chimpancés, que sumaron "26 horas de observación visual directa y 41 horas de contacto auditivo con ellos, y otras 310 horas a la observación de sus rastros, nidos y herramientas y biotopos", en las montañas de Okorobikó (que muchos años después darían título en su autobiografía) y de Monte Alén, en la parte continental de la antigua colonia española (entonces llamada por los europeos Río Muni).

Huyendo de la miseria de la posguerra

Allí pudo ver por fin como nuestros primos evolutivos empleaban los bastones para conseguir los nutritivos insectos y sus jugosas larvas hurgando por los agujeros de acceso o ventilación de los termiteros, o barriendo los mismos hacia fuera, y recogió 46 piezas. El trabajo, que al identificar que las herramientas eran diferentes según los lugares certificaba la existencia de áreas culturales entre estos simios, se publicó en 1969 nada menos que en Nature. Años más tarde, trabajaría becado en Tanzania con Jane Goodall, la mayor eminencia mundial en la especie. "El trabajo del profesor Sabater Pi ha sido la gran inspiración para una generación de españoles comprometidos con el estudio y la conservación de los grandes simios", diría de él la etóloga más célebre del mundo.

Pero sería con los gorilas con los que Sabater establecería una relación muy especial. Su primer contacto con esta especie fue en los años 50, cuando, después de días de buscarlos sin éxito, unos guías locales le llevaron a encontrarse con un grupo familiar que comía plátanos de forma apacible. El encuentro duró un buen rato, y terminó de manera tan súbita como brusca: el macho alfa de espalda plateada los descubrió y, como hacen en estos casos, se lanzó contra ellos exhibiendo su abrumadora fuerza, pero sin hacerles ningún daño, mientras el resto de la manada se daba a la fuga.

Un animal de esta familia, Copito de Nieve, el único gorila albino conocido, que se convertiría durante décadas uno de los iconos turísticos de Barcelona, acabaría asociado para siempre con su figura y haría que, injustamente, fuera conocido en nuestro país únicamente como el hombre que lo llevó al Zoo de la ciudad, lo que él siempre insistió en considerar una simple anécdota en su larga trayectoria investigadora. La compra del animal a unos cazadores guineanos le convirtió en el primer español en merecer una portada en National Geographic. Rechazó una oferta de un millón de dólares por el mismo de la Expo de Montreal de 1967. "Y jamás lo lamenté", repetiría sin titubear el resto de su vida.

Sabater Pi hizo el primer estudio de campo a nivel mundial de los gorilas de costa en 1953, y lo publicó en una revista alemana. En los años 70, habiendo abandonado ya su amada Guinea, ahora ya independiente y bajo una cruel dictadura, estudiaría los gorilas de costa en otros lugares de África Central, y los mucho más escasos gorilas de montaña en la cordillera de los Virunga, entre Ruanda y Zaire (actual República Democrática del Congo) con Dian Fossey, el personaje llevado por Hollywood a las pantallas con la película Gorilas en la niebla.

Rechazó una oferta de un millón de dólares por el único gorila albino encontrado

Sabater Pi aportó también a la ciencia el descubrimiento de las raras, escasas y, por encima de todo, enormes ranas Goliat (Conraua goliath), las más grandes del planeta, que pueden llegar a medir 30 centímetros y pesar 3 kilos, y los primeros conocimientos sobre el esquivo y desconocido pájaro indicador de la miel (Melichneutes robustus). Todo había comenzado cuando, con 16 años, este joven barcelonés de familia acomodada arruinada por la guerra civil llegaba a la isla de Fernando Poo (hoy Bioko) para trabajar en la plantación de un familiar huyendo de las privaciones de la posguerra.

Nada más llegar, se interesó por las costumbres de los trabajadores autóctonos de la etnia fang y aprendió su lengua. Fruto de la confianza que consiguió ganarse de su parte fueron sus primeros estudios sobre su estructura clánica, su alfarería o las trampas que usaban para cazar, y su maravillosa colección de dibujos de tatuajes faciales. "Era muy consciente de que era un mundo que se acababa y que alguien tenía que documentar para que no se perdiera para siempre", explica su hijo, Josep Oriol Sabater, que es profesor de dibujo.

En 1958, el Ayuntamiento de Barcelona le contrataba para dirigir el nuevo Centro de Adaptación e Investigación de Ikunde, en Bata, principal ciudad de la Guinea continental, destinado a proveer de ejemplares el Zoo barcelonés, al Jardín Botánico y al Museo Etnológico. El trabajo de capturar animales para embarcarlos hacia Europa no le gustó nunca (y renegaría de él el resto de su vida), pero le permitió pasar mucho tiempo en la naturaleza y seguir haciendo descubrimientos.

La independencia de Guinea Ecuatorial en 1968 le obligó a dejar aquellas tierras para siempre. De nuevo en Barcelona, aprovechó para matricularse (casi con cincuenta años) en la universidad, donde acabaría siendo catedrático emérito del Departamento de Psiquiatría y Psicobiología Clínica y se convirtió en el introductor en el país de la etología, la ciencia que estudia el comportamiento de los animales. Nunca más quiso volver a su amada Guinea, convertida en un infierno dominado por la miseria y el miedo bajo las crueles dictaduras de Francisco Macías y Teodoro Obiang (que mató al primero y aún está en el poder). "Quiero conservar el recuerdo de aquella Guinea de mi época", argumentaba cuando le preguntaban por ello.