Aprender a cocinar, o mejorar, o por lo menos descubrir cómo se desenvuelven entre los fogones los que sí saben, y disfrutar de los resultados; lucirse con la cena especial que se quiere organizar; convocar una reunión diferente con amigos o de empresa; hacer un regalo original a alguien que disfruta sobre los manteles.

Despertar en los niños el interés por la cocina e inculcarles al tiempo hábitos alimenticios saludables, son diversas y variadas las motivaciones que pueden llevar a la gente a apuntarse (o apuntar a otro) a un taller de gastronomía. Todas ellas las puede satisfacer La Manduca, el aula de gastronomía de Vilanova i la Geltrú (Barcelona).

La Manduca (cuyo nombre es una expresión coloquial para referirse a la comida), que abrió sus puertas en noviembre de 2014, es el proyecto personal de dos amigas, Carme Ramírez y Montse Santafe, apasionadas de la gastronomía y habituales asistentes a talleres de cocina, que un día decidieron que esta localidad marinera conocida por el pescado y los mariscos de su lonja debía disponer de un espacio de estas características que evitara a personas como ellas tener que desplazarse 45 kilómetros hasta Barcelona para seguir aprendiendo.

El aula acoge un promedio de dos actividades semanales, que se desarrollan en un espacio perfectamente acondicionado capaz para que una quincena de personas trabajen y disfruten cómodamente de un buen rato de ocio (porque, al final, se disfruta de lo cocinado junto a una buena copa de vino).

Se organizan talleres de cocina, cursos monográficos, catas, maridajes y degustaciones para particulares y empresas, que son impartidos por cocineros profesionales y con productos adquiridos en el bien dispuesto mercado municipal vilanovino.

 

Cocina de temporada

 

De preparación similar a la paella, sólo hay que cambiar el arroz por fideos / Foto: La Manduca

La lista es larga: los hay de cocina de temporada, de arroces, de tapas creativas, de pasta, de ceviches y carpaccios, de cocina con setas, de aperitivos, de platos navideños, de repostería, de pan y bollería, de culturas gastronómicas desde las más cercanas, como la catalana y la vasca, a las más exóticas, como la japonesa o la tailandesa.

"Puede venir a iniciarse alguien que nunca ha tocado una cacerola", explica Ramírez

Entre los profesionales que comparten sus conocimientos y experiencia con los asistentes a los talleres destacan Diego Ferreira, chef del bar de tapas vanguardistas Tickets que regenta en Barcelona Albert Adrià, y Jordi Torrents, un especialista en las compras y la gestión de la cocina que desarrolla su actividad profesional en el restaurante Gastronomik de Sant Just Desvern (Barcelona).

"Mucha gente se asusta ante la posibilidad de asistir a un taller de cocina. Piensan que hay que tener un cierto nivel. Y no es así. Puede venir a iniciarse alguien que nunca ha tocado una cacerola. Todo lo que enseñamos se puede hacer en casa, y no empleamos ningún aparato que la gente no pueda tener en su cocina. Lo más sofisticado habrá sido un sifón para elaborar una espuma", señala Carme Ramírez, quien destaca que, una vez superados sus temores, los asistentes a uno de sus cursos "suelen repetir". "Y recomendárselo a sus amistades: el boca-oreja funciona muy bien", se felicita.

 

Perfil de los participantes

 

El aula acoge un promedio de dos actividades semanales / Foto: La Manduca

El perfil de los participantes es de hombres (que, sorprendentemente, son una amplia mayoría) y mujeres de entre 35 y 45 años, con un nivel socioeconómico medio. "Vienen muchos hombres que ya se defienden en la cocina pero quieren perfeccionarse, y también otros más novatos que pretenden aprender al menos cuatro cosas", refiere.

Hay talleres que atraen más a los varones, como los de arroces, y otros que, sin pretenderlo, parecen predestinados para las mujeres, como los que ayudan a preparar los banquetes navideños.

Pero también hay niños. Cada vez más. "Y, como vimos que había una demanda por satisfacer, montamos talleres específicos para ellos. E incluso un curso de verano, para las vacaciones". Desde octubre a mayo, un grupo de pequeños aspirantes a cocineros de entre 8 y 12 años asiste semanalmente a un taller de hora y media donde disfrutan aprendiendo diferentes opciones culinarias relacionadas con un producto específico, como el huevo o los dulces.

Además de a cocinar, se les inculcan hábitos higiénicos y saludables y se les enseña cómo hacer cundir el tiempo. Y al final de casa sesión, se llevan la cena preparada a casa. A final de curso está prevista una cena para los padres preparada por sus retoños.

Por lo que se refiere al taller veraniego, que celebró su primera edición el año pasado con una duración de cinco semanas, dedicadas cada una de ellas a los productos y las culturas gastronómicas de un continente, los niños pasaron cuatro horas por jornada acudiendo al mercado a comprar lo que iban a preparar, probándolo y cocinándolo. "Aquí se viene a disfrutar y aprender", es el lema de La Manduca.