La revolución industrial y la masiva migración urbana de la mayoría de la humanidad han minado las seculares redes sociales de ayuda mutua y bienes comunes propios de las sociedades rurales y las familias extensas. Hoy en día vivimos en pisos cada vez más diminutos, en familias cada vez más nucleares y en fincas con vecinos que apenas conocemos.

Se trata de una solución con sus ventajas, pero también muchísimos inconvenientes que cada vez más gente tiene en cuenta: no encontrar a nadie que te eche una mano en un momento de apuro, necesidad de comprar individualmente aparatos o artículos a pesar de que se usen poco –la lavadora, por ejemplo– o imposibilidad de acceder a un espacio vital adecuado si no es a precios prohibitivos para muchos.

Un movimiento se plantea desde hace años cómo resolver algunas de estas cuestiones: el co-housing. Su receta se basa en vivir en casas compartidas o cooperativas. Nacido en el norte de Europa, precisamente de la mano del modelo cooperativista, hace tiempo que el ecologismo lo implantó en los Estados Unidos, pero en los últimos años está llegando a España, con proyectos, por el momento, sólo en Madrid y Barcelona.

El movimiento, surgido del cooperativismo, ha adquirido una dimensión ecológica

El modelo del co-housing es el de una sociedad cooperativa en la que cada socio dispone de su propia casa particular, pero al mismo tiempo se comparten una serie de espacios comunes, como pueden ser un jardín, un garaje, una piscina, un almacén, un huerto o un salón. La gestión y dirección de estos espacios de hace de forma democrática entre todos los residentes y se afrontan los gastos colectivamente.

Este último elemento es especialmente relevante, ya que es precisamente el que permite a los beneficiarios del co-housing disfrutar de una serie de servicios o infraestructuras que una familia estándar no podría ni soñar si quisiera costearlas por separado. Las viviendas cooperativas son, por regla general, mucho más baratas de adquirir y de mantener que otras privadas de un nivel similar.

Pero la apuesta del co-housing no se vincula solamente con la creación y gestión de una serie de bienes o servicios. También se trata de crear una comunidad, un conjunto de personas y familias que deciden compartir con sus vecinos algo más que una incómoda conversación sobre el tiempo en el ascensor.

Así, se tienen en cuenta las necesidades de cada cual –hijos o mayores al cargo, discapacidades, horarios laborales, etc.– para tratar de ayudarse unos a otros a hacerse la vida más cómoda sin depender de personal contratado, que a veces es inasumible económicamente y que, en la mayoría de las ocasiones, no puede aportar el calor humano de un amigo o un vecino de confianza.

El hecho de compartir una serie de espacios donde se pasa una buena parte de la vida cotidiana como el jardín o una sala de juegos infantil permite reforzar los lazos personales y solidarios que van a garantizar una mejor convivencia. La radicalidad democrática, además, favorece la corresponsabilidad y el aumento de la confianza mutua.

Respeto a la intimidad

Aun así, es obvio que la convivencia nunca es fácil, y cuantas más personas, más complicada. Por esto, desde EcoLab, una de las empresas pioneras en co-housing en España, aconsejan “escoger muy bien a los compañeros de este viaje antes de empezarlo” y “definir muy bien las responsabilidades que desea asumir cada uno”.

Las actividades que se pueden o no llevar a cabo, la estética y las diferentes tareas tienen que quedar lo más delimitadas posible para evitar futuros malentendidos. Y aunque una de las máximas filosofías de este estilo de vida son las actividades compartidas, también es esencial saber respetar la intimidad de los demás residentes.

No hay un modelo único para el co-housing. En algunos casos, la propietaria del inmueble es la cooperativa y los socios reciben la cesión del uso del inmueble, pagando una cuota que recuperarán cuando salgan de la misma, y un alquiler mensual que incluye la contribución en los gastos generales. En el modelo Andel, la cooperativa es la titular de todo el complejo y cede para uso indefinido las viviendas a sus socios.

En otros, el funcionamiento se parece más al de una urbanización clásica, con diferentes viviendas propiedad privada que abonan una cuota para el mantenimiento de los espacios comunes. Pero, sea el modelo que sea, es imprescindible que la comunidad tenga “una estructura clara y transparente”, insisten desde EcoLab.

Es recomendable el diseño compartido de las viviendas y los espacios comunes

También es importante que las viviendas sean construidas siguiendo criterios ecológicos, usando por ejemplo materiales locales y reciclables, potenciando la eficiencia energética y teniendo en cuenta la salud de sus habitantes. Para que el proyecto sea viable, resulta preciso que los futuros inquilinos se impliquen en el diseño de las casas y los espacios comunes. Diferentes corrientes arquitectónicas defienden que, aunque en un diseño compartido el proceso pueda ser más lento en un principio, sus resultados a largo plazo son mejores, más seguros, duraderos y baratos.

Cerca de la ciudad alemana de Hamburgo se ubica Sieben Linden, uno de los proyectos pioneros del co-housing a nivel internacional, situado en un entorno rural y muy parecido a una eco-aldea. Pero también funcionan otros ejemplos más insertados en la vida urbana contemporánea, como el Takoma Village en Washington (Estados Unidos), que se halla a las afueras de la capital, aunque tiene una estación de metro a sólo dos manzanas y una escuela pública a menos de un kilómetro.

Las 87 personas que conviven en Tacoma Village tienen a su disposición jardines equipados con bancos, mesas de picnic y zonas de juego, además de una casa común de 450 metros cuadrados con un gran salón para eventos sociales, comidas o reuniones, y habitaciones pequeñas que alojan despachos, cuarto de juego para los niños, habitaciones de invitados, sala de televisión y videojuegos, un gimnasio, etc.

En España aún no existen proyectos tan desarrollados, pero en Madrid están ya en funcionamiento dos complejos: Trabensol, especializado en personas mayores, por lo que viene a ser una residencia autogestionada en régimen de cooperativa, y Entrepatios.

En Barcelona, es el propio EcoLab el que está impulsando varias iniciativas en este sentido, como el Eco Urbi, un pequeño grupo de seis viviendas a 30 minutos de Barcelona, o Passivhaus, la reforma de una finca dentro mismo de la ciudad para conseguir la máxima eficiencia energética. Además, las propias oficinas de la consultoría están instaladas en un espacio de co-working compartido con diferentes empresas del sector verde.