No es habitual que el jardín botánico de una ciudad sea un espacio muy frecuentado por sus habitantes, más allá de los usos habituales de cualquier zona verde o de las visitas escolares. Estos recintos siguen teniendo importantes funciones en los terrenos de la investigación, la conservación y la divulgación, pero suelen ser instituciones por lo general alejadas de las preocupaciones diarias de la ciudadanía.

En este sentido, el Jardín Botánico Nacional de Cuba es atípico. Como queda algo alejado del centro urbano de La Habana, una ciudad donde los problemas de transporte convierten un rato de esparcimiento a pocos kilómetros de casa en una auténtica utopía, apenas puede ejercer como lugar de ocio de los habaneros.

Con una extensión aproximada de 600 hectáreas y una colección de más de 4.000 especies vegetales tiene, como cualquier institución de su género, una importante actividad académica y conservacionista. Su especialidad son las plantas endémicas de Cuba, de las que llega a tener más de 100.000 ejemplares.

El recinto se convirtió en un laboratorio dedicado a conseguir materiales alternativos

Porque la falta de medios le obliga a centrarse en las especies tropicales. No hay recursos para crear y mantener climas foráneos y las plantas de otros biomas no sobreviven al extremo calor y humedad de Cuba. Este es el caso, por ejemplo, del Jardín Japonés, obra del arquitecto paisajista nipón Yoshikuni Araki, que no tiene ninguna planta del país asiático, que han sido sustituidas por otras del Asia suroriental.

Dentro del jardín se encuentra El Bambú, uno de los pocos restaurantes vegetarianos y de cocina ecológica de la isla. Utilizando especies cultivadas en el propio botánico. El Bambú desarrolla una importante labor educativa y de divulgación de estas dietas, una valiosa aportación en un país extremadamente fértil pero donde la alimentación se centra monotemáticamente en el arroz, el frijol, el azúcar y la carne, cuando la hay.

Pero fue durante el llamado período especial –la dura reconversión económica que tuvo que afrontar Cuba en los años 90 tras la abrupta caída de la Unión Soviética– cuando las potencialidades prácticas del jardín botánico fueron explotadas al máximo. En aquel momento, las importaciones se paralizaron de golpe. Una gran cantidad de productos de primera necesidad desaparecieron de los mercados y la desnutrición e incluso el hambre se hicieron presentes.

Usando los conocimientos tradicionales cubanos y las capacidades científicas de los biólogos del Botánico, éste se convirtió en un inmenso laboratorio dedicado a conseguir materiales alternativos presentes en la isla que pudieran sustituir a los productos industriales antes importados. Nuevos alimentos, medicamentos, tintes, jabones, colas y material de construcción fueron inventados en gran parte gracias al esfuerzo de los científicos del Jardín Botánico habanero.

La relación de este jardín con su colección botánica ha quedado marcada para siempre por esta finalidad no prevista en 1967, cuando empezó a construirse con asesoramiento del biólogo de origen alemán Johannes Bisse y mano de obra de las brigadas más o menos voluntarias de biólogos recién licenciados.

Las plantas más relevantes

Entre las especies propias de utilidad inesperada que atesora destaca la mariposa (Hedychium coronarium). Emparentada con el jengibre, su flor blanca, amarilla o salmón es la flor nacional de Cuba, aunque existe también en otros países americanos (en Argentina se la llama caña de ámbar y en México, blanca mariposa), en Asia y Oceanía. Dice la leyenda que, durante la Guerra de la Independencia cubana, las mujeres utilizaban intrincados ramos de esta flor para transportar mensajes clandestinos.

Aunque su uso habitual es ornamental, su rizoma se ha empleado tradicionalmente para tratar dolores, heridas e infecciones, como antiinflamatorio y como remedio para el reumatismo y el asma. Actualmente se investiga la actividad antimicrobiana de sus aceites esenciales y su posible eficacia contra la diabetes.

Más recientemente se ha usado para el tratamiento de aguas residuales sembrándola en lechos de fibra de coco seco o de paja de arroz, ya que reducía el nitrógeno amoniacal. Su composición química; con un alto contenido de almidón y látex, permite prever su aprovechamiento para el desarrollo de adhesivos y alimentos.

La majestuosa palma real (Roystonea regia), que puede llegar a medir hasta 40 metros de altura, es una de las palmeras ornamentales más extendidas por el mundo, gracias a su fácil cultivo y su gran presencia. Es también el árbol nacional cubano y se reproduce en el escudo del país.

Antiguamente era el material de construcción de los bohíos o casas campesinas: su tronco formaba las paredes y sus hojas, el techo. Además, con las vainas foliares, racimos frutales o espatas florales se hacían cestas, escobas y muebles y se envolvían las hojas curadas del tabaco. Con su fruto, el palmiche, se alimentaba a los cerdos y se elaboraba jabón. Su raíz tiene también propiedades diuréticas y se usa para combatir las piedras de riñón.

La palma real, además, está estrechamente relacionada con los ritos de la santería, una de las religiones más importantes de Cuba; de origen africano. Considerada por ella árbol sagrado, es habitual que se coloquen ofrendas a sus pies.

Con los brotes tiernos de la 'Ceiba pentandra' se cocina el plato típico caribeño 'calalú'

El almácigo (Bursera simaruba), un árbol grande y de fácil reproducción, es una de las joyas de la flora cubana. Es fácilmente reconocible por las grandes tiras, muy finas y de color cobrizo, que se desprenden y quedan colgando del tronco y le hacen parecer un animal que muda la piel. Por eso en Cuba se le conoce popularmente como el indio desnudo.

Su valiosa madera permite esculpir o fabricar todo tipo de objetos y sus frutas y hojas sirven para alimentar el ganado. La resina es empleada para fabricar barnices y se dice que favorece las funciones gástricas y combate los resfriados.

Otra planta muy habitual en toda la isla, el guao (Comocladia dentata) crece sobre todo en terrenos pedregosos y en las sabanas, pero una variedad, el guao de costa, habita en áreas pantanosas. Aunque es solamente un arbusto, puede llegar a parecer un árbol de hasta 15 metros de altura.

El guao se caracteriza por segregar una savia lechosa altamente cáustica en contacto con la piel y mucosas. En algunos casos, tan sólo los vapores que emite la resina al reaccionar con el calor pueden producir quemaduras a las personas que pasan cerca de la planta. En Cuba se dice que hasta la sombra el guao es dañina.

Pero son estas cualidades las que permiten usar la savia como remedio contra las verrugas. Además, su madera, extremadamente resistente, se usa en construcción, traviesas de ferrocarriles y puentes.

La monumental ceiba (Ceiba pentandra), que puede llegar a medir 60 metros, con un tronco de dos metros de diámetro y una raíces de cinco metros de profundidad, es uno de los símbolos más sagrados de la espiritualidad cubana. El culto a la ceiba traspasa los límites raciales y religiosos hasta el punto de que raramente se talan: aunque el hecho de que su madera sea blanda y poco útil contribuye a su indulto.

Pero, en cambio sus frutos, que producen una fibra vegetal parecida al algodón, tienen múltiples usos, que incluyen los rellenos de colchones y almohadas y los cinturones salvavidas. Su semilla sirve de pienso y fertilizante, además de usarse para producir aceites comestibles. Y con los brotes tiernos se cocina el calalú, uno de los platos más típicos y extendidos del Caribe, del que se dice que, tomado con moderación, tiene efectos nada menos que abortivos.