Ecoembes es la empresa encargada de la gestión de los envases que van al contenedor amarillo en España. Cuenta con 12.055 clientes, empresas productoras de envases que son, legalmente desde la reforma de 1997, las propietarias de estos recipientes y las responsables de su gestión y eliminación.

Así, según las propias memorias que publica Ecoembes, estas compañías aportan más de 450 millones de euros anuales para que ellos se encarguen de recoger los envases y reciclarlos o destruirlos, puesto que una normativa europea prohibirá echar un solo envase más –especialmente de plástico– en un vertedero a partir de 2020.

En realidad, pero, los ayuntamientos y otras entidades locales cargan con buena parte del coste de esta recogida. Desde detalles como el uso gratuito del espacio público para la colocación de contenedores –amarillos para los envases, verdes para el vidrio–, hasta aportaciones que no cubren los sobrecostes de recogida selectiva, que acaban cargados en el bolsillo del ciudadano.

El tratamiento del plástico es la gran cuestión pendiente de los residuos urbanos

Según Ecoembes, el actual modelo de recogida y reciclaje “es el único sistema capaz de gestionar el 100% de los envases”. Las cifras que facilita esta empresa señalan como cada año se incrementan varios puntos el porcentaje de envases reciclados y éstos se han doblado en apenas una década. En 2012 habría llegado al 70,3% de los envases. Por materiales, el cartón se llevaría la palma con un 81,9%, seguido del metal con un 81,6% y finalmente el plástico con un 53,6%. El cristal está gestionado a parte por Ecovidrio.

Los problemas empiezan cuando se pregunta si la citada cifra de reciclado es sobre el total de envases producidos o sobre los que se han recogido en los contenedores amarillos. La publicidad de Ecoembes es muy imprecisa en este punto. De hecho, según Eurostad, en 2010 se reciclaron solamente el 25% de los envases de plástico españoles mientras Ecoembes asegura que fueron el doble.

El portavoz de la Fundació Catalana per a la prevenció de Residus i el Consum Responsable, Víctor Mitjans, afirma que “como mucho el 30% de los envases va al contenedor amarillo, el resto acaba en vertederos, en incineradoras o tirados en calles o playas”. Se trata de una estimación de 25 botellas de plástico anuales sin responsable claro.

Mientras el reciclaje del papel, vidrio, metal y restos orgánicos está más o menos bien resuelto, el tratamiento del plástico es la gran cuestión pendiente de los residuos urbanos. A nivel mundial sólo se recicla un 5% del plástico que se produce, entre otros motivos porque buena parte del mismo es difícilmente reciclable –al menos a un precio razonable– y a menudo imposible, por las normativas sanitarias, para hacer nuevos envases. El resto se incinera –con la contaminación que esto genera– o se abandona en vertederos, a menudo en países pobres que cobran por ellos a cambio de hipotecar sus tierras y acuíferos. Cuando no acaba en océanos como el Pacífico, donde las partículas del plástico forman una isla flotante.

En busca de soluciones

Los investigadores Robert Lilienfeld y William Rathje describieron en 1998 el reciclaje como “una aspirina que trata de aliviar una enorme resaca generada por el sobreconsumo”. En su ya clásico libro Use Less Stuff: Environmental Solutions for Who We Really Are [Utilice menos cosas: Soluciones Ambientales para Quienes Somos Realmente] ya advertían que si bien el reciclaje tiene sus funciones “nos ha dado una falsa sensación de seguridad, y permitió una enorme distracción de los objetivos de la reducción y la reutilización”.

Sólo una reducción drástica del número de envases que consumimos –y que en los últimos años ha aumentado exponencialmente por el auge del agua embotellada y los refrescos frente el consumo de agua del grifo– podrá resolver el dilema del plástico.

Las iniciativas para tratar de resolver el impacto de los envases, enmarcadas en la filosofía conocida como “residuo 0”, son cada vez más populares y extendidas. Por ejemplo, hace pocos días la ciudad de San Francisco (Estados Unidos) anunció la prohibición de venta de botellines de agua en dependencias públicas, antes ya había vetado el uso de bolsas de plástico de un solo uso. Una medida que ya han implantado una veintena de países africanos.

En Alemania, la tasa de recogida selectiva de envases llega al 98,5% con el modelo SDDR

Los países nórdicos y Alemania o estados de Canadá, Australia y EE UU han adoptado otro método para asegurarse que recogen y recuperan el máximo número de envases. Se trata del sistema conocido en nuestro país como depósito, devolución y retorno (SDDR). En este modelo, cuando el consumidor adquiere un producto paga un depósito –en Alemania 25 céntimos de euro– que le es devuelto si deposita el envase en un punto acreditado.

Este sistema supone una vuelta a los antiguos circuitos de envases retornables, pero modernizado, ya que ahora la devolución se hace en máquinas automatizadas. Sus ventajas son diversas, sobre todo una mayor recuperación de los envases que además llegan a las plantas de reciclaje en mejor estado y, por tanto, son más aprovechables. Favorece la reimplantación de envases retornables y abarata la limpieza de las ciudades, puesto que, con los envases a un precio tangible siempre se encuentra un voluntario para llevar la lata o la botella al supermercado y cobrar el depósito.

En este sentido, el hecho de que el ciudadano perciba un beneficio directo en caso de actuar correctamente facilita su concienciación medioambiental y no supone un coste extra ya que, en realidad, con el sistema actual ya se paga un sobrecoste por el tratamiento del envase, con la diferencia que éste no es nunca recuperable.

En Alemania, tras comprobar que el modelo de contenedores de colores tenía un techo insuperable, se aplicó el SDDR en 2003. Desde entonces se han incrementado los porcentajes de recuperación de envases hasta un 98,5%, incluidos los plásticos. La propia industria de la distribución alimentaria, que se resistió duramente a dicho sistema, hoy está encantada: gestiona una materia prima que puede llegar a los 400 euros por tonelada de plástico o al millar la de aluminio, a un coste bajísimo –exceptuando las inversiones iniciales en maquinaria– y además hay una mayor fidelización de la clientela, que tiene que entrar al establecimiento a echar la basura.