La Sagrada Familia no solo es el monumento más conocido y visitado de Barcelona, un icono de la arquitectura modernista, la obra cumbre del genio de Antoni Gaudí –y probablemente la iglesia moderna que habrá tardado más tiempo en construirse–. Es también el hogar de una próspera familia de halcones peregrinos (Falco peregrinus), el ave más veloz del planeta (en sus vuelos en picado supera los 350 kilómetros por hora), instalada desde hace años en la torre de Sant Bartomeu, una de las grandes agujas de piedra de más de cien metros de altura que apuntan hacia el cielo desde las fachadas del templo.

El número de visitantes a la basílica no para de crecer, y alcanzó la cifra récord de 4,5 millones el año pasado (unos 34.000 menos que en 2016). En 2010 se habían alcanzado por primera vez los 3 millones. Según el Patronato de la Sagrada Familia, un 72% de los turistas que llegan a la ciudad la tienen en su agenda como una cita “imprescindible”. Pero semejante trasiego humano no parece perturbar en absoluto la vida en el nido de las rapaces situado en una torre cerrada al público y muy por encima del punto más elevado al que los turistas pueden acceder.

En la ciudad hay dos parejas reproductoras, y otras dos en municipios vecinos

Y, con la llegada de la primavera, ha llegado una nueva generación de halcones peregrinos al nido, instalado en este punto en 1999 en el marco de un proyecto de reintroducción del ave en la ciudad impulsado por el Ayuntamiento y coordinado por la empresa Thalassia Estudis Ambientals. Una de las parejas instaladas está sacando adelante a una prole de cuatro pollitos, la misma cantidad de nacimientos registrados en otro nido ubicado en el área metropolitana, en la Torre Realia de L'Hospitalet de Llobregat, en un año por tanto especialmente pródigo para la colonia urbana de estas rapaces.

Según la Asociación Galanthus, entidad que gestiona actualmente la iniciativa, la primera pareja formada gracias a la misma logró reproducirse en 2003 en una de las chimeneas de la central térmica del Besós, junto a la desembocadura de este río. Quince pollos fueron ubicados en nidos primer año de su implementación, uno de ellos un macho ubicado en la gran iglesia de Gaudí al que más tarde se le unió una hembra llegada espontáneamente del medio natural (los halcones se emparejan de por vida). Juntos tuvieron su primera descendencia en 2004. Entre 1999 y 2003 fueron liberados 47 ejemplares, y desde entonces unos cuantos de ellos han tenido descendencia en la ciudad. En 2011, el Ayuntamiento se desentendió del proyecto, que sigue sacando adelante Galanthus con sus escasos medios. 

Intento de expolio

Quedan dos parejas reproductoras en el término municipal, la del templo gaudiniano y otra que reside en un acantilado frente al mar de la montaña de Montjuïc, pues una tercera, instalada en la torre Macosa del nuevo barrio de Diagonal Mar, fue molestada durante los trabajos de rehabilitación del edificio y sufrió además un intento de expolio, lo que la empujó a abandonar este ya vulnerable refugio. Se la sigue viendo volar sobre la ciudad, pero no encuentran un lugar idóneo para volver a reproducirse. El emblemático nido de la Sagrada Familia también sufrió un robo jamás aclarado en 2010.

El objetivo del proyecto era doble: por una parte, favorecer el regreso del halcón a la ciudad donde siempre había vivido, y contribuir con ello a un incremento de la biodiversidad. Pero por otra, ayudar a controlar la enorme población de palomas callejeras (y con ello el impacto de sus excrementos sobre las valiosas decoraciones exteriores del edificio). Se calcula que una familia de halcones consume una media de una paloma al día, pero además su presencia resulta disuasoria para el resto de la colonia y el estrés que les causa dificulta su reproducción. También parecen encantarles las prolíficas cotorras argentinas que han invadido la ciudad en las últimas décadas, así como los estorninos y otras aves cuyas poblaciones han crecido en demasía debido a su adaptación a los entornos urbanos y la ausencia de depredadores en los mismos generando problemas de salubridad. 

Las aves, que se comen una paloma al día, ayudan a controlar la población de éstas

Siempre había habido halcones en Barcelona, pero la falta de sensibilidad ambiental y el crecimiento de la ciudad fueron acabando con ellos. La última pareja había sido abatida en 1973. También habitaba en una iglesia, en este caso en el enorme templo gótico de Santa Maria del Mar, en el centro histórico. De hecho, se las perseguía por lo mismo que ahora se las ayuda: porque atacaban a las palomas. 

En 2008 se inició un proyecto similar, con idénticos objetivos, en la vecina segunda mayor ciudad de Cataluña, L'Hospitalet de Llobregat, unida físicamente desde hace mucho a la capital (hay calles con una acera en cada municipio). Desde entonces han nacido en esta localidad 17 ejemplares, entre los que se incluyen los cuatro polluelos acabados de salir del cascarón en la caja-nido instalada en 2010 en la parte alta del rascacielos Torre Realia, de 24 plantas y 110 metros de altura, una de las torres que se alzan en el que se ha convertido en el nuevo centro financiero y ferial de la capital catalana.

En este habitáculo artificial viven desde hace años dos parejas de halcones que han logrado reproducirse cada año, la primera de ellas desde 2013, a la que se sumó una segunda más joven llegada por sus propios medios, que está sin anillar, pero este es el que de momento ha resultado más fructífero. Además de esta, en el municipio hay otras tres cajas nido: una en el también altísimo hotel Hesperia Tower, habitada por otra pareja de halcones; otra una torre de alta tensión cerca del río Llobregat, en la que se han instalado una pareja de cernícalos, y la restante en la iglesia de Santa Eulàlia de Mérida, que sigue todavía sin ocupar.

Además de los halcones salvajes, Barcelona trata de combatir el exceso de palomas y gaviotas mediante halcones domesticados. El año pasado, la empresa pública Barcelona Serveis Municipals sacó a concurso la licitación por algo más de 100.000 euros de un servicio de halconería para proteger del deterioro causado por estas aves en la cúpula del Palau Sant Jordi y el voladizo y el césped del Estadio Olímpico Lluís Companys, los escenarios principales de los Juegos de 1992, sobre los que la empresa ganadora está obligada a realizar un mínimo de 10 servicios mensuales (o sea, 120 al año). El anterior responsable del servicio empleó un águila por considerarla más eficaz e intimidatoria.

Desde hace 20 años, el aeropuerto de El Prat dispone de un servicio similar de halconeros para garantizar la seguridad de las aeronaves, que aleja con su presencia a la abundante avifauna de las reservas naturales del Delta del Llobregat que lo rodean, y también han recurrido esporádicamente a los halcones el estadio de Cornellà-El Prat, propiedad del RCD Español, o el viejo cementerio de Montjuïc.