Desde al menos 24 horas antes, algunos aficionados ya rastrean el monte. Buscan a las bestas, a los caballos salvajes que emergen entre la neblina característica de esta zona de Galicia. Los tienen que localizar para concentrarlos y guiarlos por la mañana hasta el pueblo de Sabucedo (Pontevedra).

Allí les espera una muchedumbre enfebrecida. Por el camino, los equinos son azotados y redirigidos hasta que llegan al corral denominado curro, donde los aloitadores (luchadores, en gallego) los reducirán para marcarlos, cortarles las crines y administrarles un antiparasitario.

Es lo que se conoce como A Rapa Das Bestas (El rapado de las bestias), una tradición con orígenes en el siglo XVI que pone a principios de julio a esta localidad de algo más de un centenar de habitantes en el punto de mira. Igualmente se celebra cada verano en otras diversas poblaciones gallegas.

¿Se la puede considerar maltrato igual que al toro embolao o al de La Vega? ¿Es algo necesario para los equinos o no deja de ser un sufrimiento animal innecesario vinculado a otra de nuestras vergonzosas costumbres?

Los detractores de esta tradición denuncian el miedo y los golpes que sufren los equinos

Para sus defensores es una actividad beneficiosa para los caballos, que contribuye a su supervivencia y salud. Para algunas organizaciones animalistas, en cambio, es un ejemplo más de tortura gratuita basada en la concepción de la superioridad del ser humano sobre los demás seres vivos.

Según la información oficial facilitada por el ayuntamiento, esta "tradición secular declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional en 2007" es una "lucha noble entre hombres y animales sin emplear ningún utensilio material" donde impera el "máximo respeto" por unos ejemplares que acto seguido volverán a disfrutar de libertad. Después, algunos seguirán trotando en el monte y otros se destinarán al ocio o acabarán en el matadero para producir carne.

"Estás en contacto con la naturaleza y esperas todo el año a verlo porque es emocionante", sostiene Sara Monteagudo, una vecina de 72 años con la mayoría de sus familiares entre los participantes. "Es bueno para los caballos: es una forma de cuidarles", aduce. En el festejo sólo intervienen los aloitadores, que se encargan de llevar al pueblo a los caballos salvajes, raparlos, marcarlos y administrarles por vía oral un fármaco antiparasitario, y el público, que observa cómo lo hacen y jalea sus acciones.

 

Sin espacio para dar coces

 

Cada año bajan de la montaña unos 300 animales, que pasan en dos tandas (dos días) al mencionado curro (un espacio parecido a la mitad de una plaza de toros). Allí se hacinan, llegando a pelearse entre ellos, y sufren durante un par horas el griterío de la grada y los empujones de los rapadores, que los sujetan entre varios para llevar a cabo su misión.

Viéndolo se percibe el malestar de los animales, aunque no sea el terrible dolor de una estocada taurina o la agonía de una vaquilla muriendo desangrada o exhausta. "Para mí es un placer decir 'yo les junté y gracias a más como yo están aquí'", dice David Álvarez, un albañil de 33 años de un pueblo cercano.

"El estrés que sufren un día les favorece los otros 12 meses. Se hace con control y responsabilidad: así sabes que están bien de salud. Es una manera de cuidar su salud, porque se les pone un microchip y se les elimina un pelo que puede provocar infecciones. Además, se les desparasita", argumenta.

A su lado, José Francisco Parada está nervioso. Está a punto de entrar en el corral atestado de caballos con su hijo. Lleva participando desde los 10 años (ahora tiene 45) y defiende que es algo "que se hace por los animales".

Los defensores alegan que de esta manera se contribuye a proteger la salud del ganado

En esta ocasión, no obstante, el partido animalista Pacma ha anunciado desde su página web que estudia presentar una demanda legal por maltrato. Según expone esta formación, "los mozos del pueblo suben al monte y van acosando y acorralando a los caballos, obligándoles a descender al pueblo, donde son encerrados en un recinto llamado curro. Allí, los sujetan de la cola, las patas o las orejas. Los someten a la fuerza y los reducen para cortarles las crines".

El grupo político califica de "aberración" esta fiesta que, según la leyenda, nació tras una promesa de dos hermanas que pidieron ayuda a Dios para que acabara con la peste bubónica. Al cumplirse lo rogado, le regalaron lo prometido (dos caballos) al párroco, quien los soltó. Desde entonces se reprodujeron exponencialmente en libertad.

"Se celebra en 14 municipios gallegos y atenta directamente contra la integridad de los animales", prosigue el partido animalista. "Los caballos viven en libertad en la montaña, sin contacto directo con el hombre, por lo que sufren pánico cuando son acorralados y conducidos a un recinto en el que se agolpan centenares de ellos, donde son sujetados por los vecinos, provocándoles lesiones y golpes. Pacma está estudiando la legislación que afecta a la celebración de estos festejos para valorar emprender acciones legales", concluye.

Otra organización defensora de los animales, AnimaNaturalis, destaca que los potros se "cansan y se fatigan" durante el camino al pueblo y cómo "sin previo descanso" pasan al curro. "Allí­, caballos salvajes acostumbrados a trotar libremente disfrutando de la paz y la tranquilidad del monte se ven sometidos al hacinamiento y encarcelamiento. De este modo no tienen el espacio suficiente para defenderse dando coces y así no hieren a los nobles y valientes humanos", describe.

Tras la faena, los hombres "se enorgullecen de someter a animales feroces, pero como en otras tradiciones en España no hay igualdad de condiciones y se trata de un espectáculo más, cruel y despiadado".

Otras voces independientes califican A Rapa das Bestas como un "rito brutal" que da pie a "torturas, estrés, mutilaciones y maltrato físico". De momento, los vecinos se recuperan de la resaca de la última edición mientras siguen defendiendo su historia, y los detractores de la fiesta no han presentado todavía alegaciones firmes en contra. Así que todo parece indicar que dentro de un año, los aloitadores volverán a acorralar a los caballos en la plaza de Sabucedo.