El 2016 no sólo pasará a la historia como el año en que se han roto más marcas de temperaturas máximas y se han registrado fenómenos meteorológicos más extremos, sino también como el año en que se ha superado un hito que los científicos no esperaban que se alcanzara hasta dentro de unos cuantos años: la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera ha llegado a las 400 partes por millón (ppm). Esta cifra se considera muy relevante no sólo por su gravedad intrínseca de cara al cambio climático, sino principalmente por su efecto psicológico debido a la inesperada anticipación de su llegada.

El triste récord de contaminación atmosférica se conocía pocos días antes de la entrada en vigor, precisamente hoy viernes, del histórico acuerdo de París para limitar a dos grados el aumento de la temperatura media del planeta a finales de siglo alcanzado hace un año en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de la capital francesa (conocida por sus siglas en inglés y su numeral como COP 21), después de que lo hayan ratificado, según estaba estipulado, más de 55 países (de los 197 firmantes) que sumaran más del 55% de las emisiones globales. Hoy ya son 94

Los científicos esperaban que esta concentración tardaría aún años en llegar

Y el acuerdo de París entra en vigor tres días antes del inicio de la COP 22 en Marrakech (Marruecos), que se inicia el próximo lunes y se prolongará hasta el 18 de noviembre, y en la que se tendrían que precisar las medidas que aplicará cada país firmante de cara a mitigar sus emisiones y lograr adaptarse a la nueva situación ambiental. Uno de los ejes de la reunión serán las ayudas económicas de los estados más ricos a los países en desarrollo para que elaboren programas contra el cambio climático, así como el apoyo a proyectos de energías renovables en África, la ayuda técnica a los países más vulnerables y la transferencia de tecnologías.

Mientras, en la atmósfera, todo sigue yendo a peor. En setiembre, el observatorio de Mauna Loa (islas Hawai, Estados Unidos), que mide la concentración de gases de efecto invernadero, anunció que se habían sobrepasado las 400 ppm y que era dudoso que se bajara de esta cifra. La importancia de esta cifra reside en la época del año: setiembre es el mes en el que las concentraciones de CO2 suelen estar en el mínimo, ya que finaliza el verano. A partir de ese momento, los vegetales empiezan a marchitarse y a perder hojas, así que bosques y campos dejan de absorber CO2 y empiezan a expulsar parte del acumulado, por lo que los datos deberían agravarse.

Este año los niveles han llegado a las 401 ppm, lo cual quiere decir que el mínimo no podrá ser en ningún caso inferior a los temidos 400. Como explicaba el director del programa Scripps del observatorio hawaiano, Ralph Keeling, en su artículo sobre este nuevo máximo, “en las últimas dos décadas, hubo cuatro años (2002, 2008, 2009 y 2012) en los que el valor mensual de octubre fue más bajo que el de septiembre. Pero en esos años, el descenso de un mes al siguiente fue de 0,45 ppm como mucho, lo cual no sería suficiente para empujar los valores de octubre por debajo de las 400 ppm este año”. Y añade: “En noviembre, estaremos desfilando hacia la mitad creciente del ciclo, empujando hacia nuevos máximos, e incluso quizás rompiendo la barrera de las 410 ppm”.

Nunca más por debajo

Debido a las emisiones antropogénicas (causadas por el ser humano), los niveles de CO2 en la atmósfera llevan creciendo imparablemente desde el inicio de la Revolución Industrial, en el siglo XVIII. Se estima que en aquel momento había 278 ppm, una cifra que representaba un equilibrio natural según la Organización Meteorológica Mundial. “Breves incursiones hacia valores más bajos son todavía posibles, pero ya parece seguro concluir que no veremos un valor mensual por debajo de las 400 ppm este año, o nunca más en un futuro indefinido”, concluye Keeling.

La mayoría de científicos están de acuerdo en que ni siquiera dejando de quemar totalmente combustibles fósiles hoy mismo podrían reducirse estas cifras debido al dióxido de carbono que ya está en la atmósfera. "La eliminación de en torno a un 80% de las emisiones de combustibles fósiles pararía el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, pero la concentración de CO2 no descendería hasta que se hicieran mayores reducciones, y aún así sería un proceso lento”, remarca James Butler, director de la División de Monitorización Global de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadounidense.

El acuerdo sobre cambio climático ha sido ratificado ya por 94 de los 197 firmantes

Está ya plenamente reconocido que los principales responsables del aumento de dióxido de carbono son la actividad industrial y agropecuaria, así como la quema de combustibles fósiles. De hecho, de 1990 a 2005, el calentamiento del planeta aumentó un 37%, es decir unos 0,9 grados centígrados. A día de hoy, los valores ya rozan los 1,5 grados, lo cual nos acerca peligrosamente al objetivo de 2 grados impuesto en la Cumbre de París y al cual se estima que se llegará con 450 ppm en la atmósfera. Si las emisiones no se controlan suficientemente, se podría estar hablando de 3 a 5 grados de aumento de la temperatura global en un futuro inmediato. Esto no sólo provocaría fenómenos climáticos extremos, sino que también elevaría el nivel del mar de forma peligrosa para muchas poblaciones y ecosistemas, y aniquilaría las barreras de coral, entre otros efectos.

Ha agravado las cosas el que desde 2015 se venga sufriendo un fenómeno de El Niño particularmente fuerte, cosa que ha provocado incendios (más emisiones de CO2) y sequías (menos vegetación para absorber el dióxido de carbono). Por esta razón, las concentraciones de dióxido de carbono aumentaron 3,05 ppm este año, la mayor subida desde que existen registros. Precisamente, este es el cuarto año consecutivo en el que la subida ha sido mayor de 2 ppm. En cambio, los primeros registros en Mauna Loa en los años cincuenta eran de sólo 0,75 ppm de incremento al año.

El observatorio de Cape Grim en Australia también ha registrado las 400 ppm, marcando un punto de no retorno en el hemisferio sur. El de Mauna Loa sufre más variaciones estacionales, pero los datos del australiano prácticamente no cambian durante el año. Por eso, una vez que ha pasado el límite de las 400 ppm, es difícil ya que el total baje. En febrero, Keeling realizó lecturas de CO2 en el aire de diferentes partes remotas del mundo, entre ellas, la Antártida, y descubrió que la mayoría rondaban también ya las 400 ppm.

La única solución real es la reducción de las emisiones y la adopción sin dilaciones ni rebajas de los acuerdos de París.  La organización ecologista 350 defiende 350 partes por millón como la cifra apropiada de concentración de CO2 en la atmósfera, ya que aseguran que la última vez que hubo los actuales niveles de CO2 en la tierra, los humanos aún no existían. El doctor James Hansen, antiguo climatólogo de la NASA, está de acuerdo con esta lectura y añade: “Si la humanidad desea preservar un planeta similar a donde se desarrolló la civilización y al que la vida terrestre está adaptada, la evidencia paleoclimatológica y el actual cambio climático sugieren que el CO2 debe ser reducido a como mucho 350 ppm”.