Mientras en la mayor parte del globo, incluso en el mundo desarrollado, se paga una miseria a los agricultores por kilo de fruta cosechada y, en paralelo, buena parte de la humanidad no tiene acceso a esta clase de alimentos frescos tan importantes para la salud, en Japón se abonan verdaderas fortunas por piezas frutícolas selectas, presentadas como verdaderas joyas en tiendas sólo al alcance de los privilegiados.

¿El récord? La friolera de 18.800 euros (2,5 millones de yenes) abonados por primera vez en 2008 y, de nuevo, en mayo del año pasado por dos piezas del venerado melón Yubari King, tal vez el alimento más caro del mundo. “Vale la pena pagar 2,5 millones de yenes”, afirmó Kamaichiro Namerikawa, el mayorista que pujó hace un año por las dos frutas, porque, opina, los melones de Yubari “reflejan la belleza de la región de Hokkaido”. 

Como se hace con los mejores atunes para el sushi o con otros muchos productos alimenticios, es tradición en Japón subastar cada año por primavera los primeros o los más perfectos ejemplares de las variedades agrícolas más cotizadas, que alcanzan en las pujas precios desorbitantes. En los últimos años se han pagado 3.000 euros por un racimo de uvas, 2.380 por una sandía negra Densuke (de las que apenas se cosechan unas 10.000 al año) o 2.300 por un par de mangos.

Las piezas, criadas con climatización, se masajean para lograr una redondez perfecta

Pero el resto de la producción, la que llega al consumidor de base, también registra precios de escándalo. En Japón, en los supermercados y tiendas especializadas, la fruta se vende por unidades. Y es de lo más normal que una manzana cueste de dos a cuatro euros, que un kilo de mangos supere los 50 euros o que un paquete con una veintena de cerezas alcance los 90. Del melón Yubari mejor ni hablar: raramente sale por menos de 50 euros la pieza. Pero las buenas van por los 250.

¿Cuál es la razón de que la fruta alcance semejante cotización? Al margen de que en el superpoblado archipiélago, de un elevado nivel de vida, el suelo, tanto para edificar como para cultivar, es un bien ciertamente escaso, y de que el clima en muchas zonas no es el más propicio para el cultivo, la explicación es que la fruta se ha convertido en un objeto de regalo y un símbolo de estatus. De la misma manera que en Europa Occidental las clases pudientes se regalan vinos caros, y que en España las personas influyentes reciben jamones de pata negra de contactos con posibles que quieren conseguir o agradecer algún favor, en el archipiélago asiático se regala fruta.

La costumbre dicta en Japón regalar algo a las personas a las que se considera que se les debe algo. Puede ser un pariente, el nakoudo (una especie de casamentero), el médico, un profesor, el jefe o un cliente. Se suele hacer dos veces al año, en julio, cuando se llama al regalo ochugen, y en diciembre, cuando se lo denomina oseibo. Y, con frecuencia, el presente socialmente más valorado es una pieza de fruta de formas perfectas, colores deslumbrantes, aroma embriagador y un sabor inigualable.

¿Fruterías o joyerías?

En este contexto, frutas selectas como las uvas Ruby Roman de Ishikawa (que pueden llegar a costar 20 euros el grano), las sandías negras Densuke o los melones Yubari King se llevan la palma de la cotización económica y social. Son los Rólex de la alimentación.

En tiendas como Sembikiya, fundada en 1834, que ya tiene una quincena de sucursales en Tokio, la fruta se presenta como el muestrario de una joyería, empaquetada con papel de regalo y vistosos lazos, o dispuesta en bellas cajas de madera. Cada melón Yubari Kingha sido masajeado para alcanzar su forma esférica y cultivado con calefactores en invierno y aire acondicionado en verano”, asegura la web de la tienda para justificar que la unidad salga por unos 120 euros de nada.

¿Y qué tiene dicho melón para alcanzar este valor de mercado? En parte, la escasez: se trata de una fruta cultivada únicamente por 150 agricultores autorizados en la región del mismo nombre al oeste de Hokkaido, la más septentrional de las grandes islas japonesas.

La variedad se obtuvo en los años 60 hibridando un melón Cantaloupe picante de origen norteamericano con un melón europeo de forma redondeada. La tierra volcánica, cubierta de una capa de cenizas, en la que se planta le añade unas características organolépticas especiales. La cantidad de riego, la temperatura del agua empleada y el grado de humedad alcanzado en los invernaderos son auténticos secretos de estado.

En los comercios nipones, una manzana (se venden por piezas) puede costar 4 euros

La carne, de color dorado, tiene un sabor a la vez dulce y picante. Pero para ser considerada un Yubari King como se debe, la pieza debe mostrar además una redondez perfecta y una piel fina surcada por una tupida trama de venas. El rabillo se corta en forma de T y, para comercializarla, cada unidad se envuelve en un lujoso papel y se coloca sobre una especie de pedestal de madera, además de ser etiquetada cuidadosamente. La comercialización de melones falsificados es perseguida por la justicia con el mismo empeño que las de los relojes o la ropa de marca.

De esta manera, las frutas de lujo japonesas se codean con otros productos nipones como el masajeado buey de Kobe o Wagyu, alimentado con maíz, cerveza y sake (150 euros los 400 gramos) o los hongos Matsutake (2.000 euros el kilo). Y, a nivel mundial, con exquisiteces de precios tan irreales como la trufa blanca de Alba (de 3.000 a 6.000 euros el kilo), el queso serbio Pule (hecho con la leche de una clase especial de burros, sale a 1.000 euros el kilo), el caviar Almas (la puesta de unos esturiones albinos del Caspio, más de 15.000 euros el kilo) o el café indonesio Kopi Luwak (cuyo grano ha sido defecado por una civeta, 900 euros el kilo). En España, se han pagado hasta 3.000 euros por kilo de azafrán de La Mancha, o 4.100 por una pata de jamón manchado de Jabugo

La patata Bonnote, cultivada en Noirmoutier, una isla de la costa atlántica francesa, es la más cara del planeta. Es fertilizada con algas y cosechada a mano, una a una, lo que las ha puesto en los 2.300 euros el kilo. Su producción, de 100 toneladas al año, se agota en una semana. En ese mismo plazo, mueren unas 175.000 personas de hambre en el mundo, según los cálculos del la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Más de 800 millones de seres humanos no llegan a ingerir a diario lo suficiente para que funcione correctamente su organismo. No les alcanza para melones, aunque no sean picantes, carne de buey, ni que el bóvido carezca de masajista, o huevos de peces, aunque no sufran de albinismo.