¿Cómo nació su conciencia ecológica?

A veces, uno piensa que hay cosas con las que se nace y, aunque no sé en qué porcentaje, ésta es una de ellas. A pesar de ser hijo, nieto, biznieto y tataranieto de militares, que es una de las pocas garantías de que tus antecesores no han estado en contacto con el campo y la cultura rural, yo desde pequeño quería ser agricultor. Siendo adolescente me convertí en lector empedernido. Entre los 14 y los 15 años publiqué mis primeros textos. A los 17 quería ser poeta y a los 19, naturalista. Todo se ha ido encadenando.

Y de ahí, al compromiso con la divulgación medioambiental…

Somos una exigua minoría los que compartimos una pasión indefinida por las palpitantes novedades de la naturaleza, por sus comportamientos, por la contemplación del paisaje... y de inmediato aparece el compromiso. Estás fascinado, te alimenta la curiosidad y la ética. Desde los 20 años estoy comprometido, a tiempo total, con la defensa del entorno. Probablemente porque también viví los pequeños destellos de la cultura hippie que hubo en España, las luchas estudiantiles, las preocupaciones del lado progresista de la sociedad. Todo eso desemboca de forma natural en un primer ecologismo. Me apunté a casi todas las batallas que hubo en 1968, pero también fui de los primeros que salió de la pelea sindical y de los partidos de izquierda para ser ecologista.

¿Cuáles son los problemas más graves que sufre el planeta?

Hay que distinguir. El principal es nuestro sistema económico, no hay duda. Todas las grandes enfermedades medioambientales son consecuencia directa de una forma de entender el papel del ser humano en este mundo. El segundo más grave es que, además de estar abducidos por un sistema económico, estamos absolutamente desabastecidos de una contemplación del mundo en plano de reciprocidad. Estamos desatendiendo la más elemental educación para la convivencia con el resto de lo viviente. Y de ahí nacen todas las enfermedades ambientales.

Que son, por orden de importancia…

Cuando se considera absolutamente lógico tener el modelo energético y de transporte que tenemos, como consecuencia viene el cambio climático. Se podría crear un paralelismo: cuanto más importante es un principio elemental, como es la atmósfera al aire, y tanto más dañado está, mayor es la enfermedad relacionada. En primer lugar, la atmósfera-aire; después, el agua; en tercer lugar: la tierra. Lo peor es la bulímica utilización de la energía que estamos haciendo. Es decir: se ingesta para inmediatamente expulsar y crear una enfermedad.

¿Estamos aún a tiempo de reconducir esta situación o hemos cruzado ya una línea sin retorno?

La gran diferencia entre el que tiene un pensamiento ecologista y el que no es que uno no piensa sólo en sus circunstancias inmediatas, sino en el conjunto del planeta. La Tierra podrá seguir adelante con menos especies, está perfectamente entrenada para renovarse. La cuestión es cómo estamos nosotros. Yo creo que ya hemos pasado todas las barreras.

Entonces, ¿hemos tocado fondo?

Sí, yo estoy convencido. Nuestro modelo debe dejar paso a una nueva forma de todo: de pensar, de comunicarse, de educarse, de funcionar económicamente. Hay que inventar una nueva civilización.

¿Es inviable la que tenemos?

Sí, es inviable ya.

¿Qué medidas urgentes tomaría?

Las que llevo adoptando desde hace más de 40 años: intentar, de forma totalmente pacífica y con argumentación tanto cultural y artística como científica, decir que otras formas de estar en el mundo son posibles. Y llevarlas a la práctica en mi vida particular. Tengo la suerte de que me han convertido en una especie de embajador o portavoz en los medios de comunicación. He sido muy afortunado porque he trabajado en prensa escrita, radio y televisión, en educación, en asesoría política y del mundo financiero y, todo eso, combinado con que en mi esfera privada soy agricultor, ganadero, produzco mi propia energía y planto árboles. Puedo decir que, tanto por un lado como por el otro, hago lo que me gustaría que hiciera más gente. Si en nuestro país hubiera, no te digo una mayoría, pero sí un 5% de gente haciendo lo que yo hago, estaríamos en una situación diametralmente opuesta.

¿Y qué falla?

Falla prácticamente todo. La falta de reconocimiento de que la cultura ecológica es equiparable a cualquier otra de las grandes apuestas de la historia del pensamiento humano, con la misma fuerza moral que todos los demás sistemas filosófico-éticos, y está especialmente bien amparada por realidades documentadas científicamente, que además son viables. Lo que es inviable es lo otro. Falla que esto se inculque en el sistema educativo, que aparezca con suficiente representación en los medios de comunicación y en la política.

¿Por qué el movimiento ecologista español tiene tan poco peso en la acción política?

Sí, porque en Alemania, por ejemplo, es completamente distinto. Y con esto no quiero decir que allí no se cometan tropelías. De hecho, ahora mismo, Alemania puede ser el principal responsable del hundimiento financiero, porque nos quieren controlar. En nuestro caso, el problema es que la sociedad española está bastante mal educada, en el sentido más amplio de la palabra. Es una sociedad muy poco dada a la cultura del esfuerzo, en una medida verdaderamente desenfrenada, como demuestra la crisis. Abundan la chapuza, el pelotazo, el enriquecimiento sin escrúpulos. Nos falta una base sociocultural de reconocimiento del mundo que nos rodea, que sí existe en Inglaterra, Alemania o Francia. Aquí nos encanta despreciar. Si despreciamos al igual, ya ni te digo al diferente. Siempre hemos tenido muchas dificultades para que se entienda que tan arte y cultura es lo que hacemos nosotros como lo que hacía el pintor y artista gráfico Joaquín Sorolla.

Como especie, ¿somos los peores enemigos del planeta?

De eso no cabe la menor duda. A lo largo de la historia de la vida ha habido gravísimas situaciones y grandes extinciones. Pero lo que sucede ahora es que somos los responsables directos y, además, conscientes. Sabemos perfectamente qué está haciendo nuestro modelo económico, acompañado de un modelo de concepción del mundo. Sabemos que es responsable de la sexta gran extinción, de la alteración de las condiciones básicas de la atmósfera y de los océanos, de la destrucción de los paisajes... Afortunadamente, esto ya no lo discute nadie. Sólo hay que tener ojos en la cara.

¿Qué significa para usted la sostenibilidad, una palabra que está muy de moda?

Es una palabra a erradicar con absoluta contundencia. Sostenibilidad ya no significa nada. Es un vocablo usurpado, detraído de su verdadero contexto. Nos la han robado, igual que los fondos de pensiones y las preferentes. Es un caso idéntico. El 98% de los proyectos, acciones o políticas puestos al lado de la palabra sostenibilidad son para hacer todo lo contrario de lo que significa. En realidad, es uno de los grandes fiascos de la historia. La palabra sostenibilidad la usan Endesa, Iberdrola, Telefónica, los gobiernos más arrasadores, los especuladores más fulgurantes... Llevo ya años proponiendo la abolición de ese término, porque ya no define nada. Por supuesto hay otras palabras…

¿La más necesaria, ahora mismo?

Vivacidad. Necesitamos una economía vivaz. Hay que trabajar con la vida y no contra la vida. Y eso pasa en primer lugar por cambiar el modelo energético, después el de transporte, a continuación el sistema de aprovisionamiento alimentario y de materias primas, y después fomentar una educación para la convivencia y no la competitividad. Pero aquí parece que sólo importa hacer la producción más barata, cueste lo que cueste, para que unos que ya lo ganaban todo sigan ganando más. También he de decir que para cambiar esto también es necesario tener cierta sensibilidad, haberla acunado y haber intentado que fermente o crezca. Esto solo es superable con una autoridad voluntaria.

¿A qué se refiere?

Se trata de abogar por una vida mucho más sencilla, extraordinariamente más lenta, muchísimo más local, en la que lo importante no sean las formas de disfrutar teniendo que gastar dinero. El domingo pasado, en un programa de radio, cogí dos palos que encontré en la orilla del camino y fabriqué un juguete con el que generaciones y generaciones de niños se lo pasaron fenomenal durante horas y horas. No era la playstation ni un videojuego. Eran dos palos que no costaban ni un céntimo de euro. Pues a estas cosas me refiero.

Vayámonos al bosque. ¿Qué simboliza para usted ese espacio?

El bosque es la más feliz y más intensa ocurrencia de la historia de la vida, eso de entrada. Es el tema al que más libros, más películas y más poemas he dedicado. Yo planto árboles casi como una religión, para compensar lo mucho que me han publicado, y me gusta denominarme emboscado. El bosque es paradigma (aunque está palabra tampoco está usándose muy bien últimamente) de los sistemas de convivencia extraordinariamente eficientes, en el sentido de que se consigue mucho con muy poco, que es la definición correcta de eficiencia. Es el mejor ejemplo de una economía vivaz, porque el bosque es un consumidor que se consume a sí mismo. Es exactamente lo contrario de lo que es esta sociedad, que consume todo lo que tiene a su alrededor y le importa un bledo si se agota. Y también es un precioso modelo de hospitalidad y convivencia, un fabricante permanente de las cosas esenciales y un antídoto para las grandes enfermedades ambientales.

Si yo le digo árbol, ¿qué responde?

La más bella obra de arte de la historia de la vida.

¿Y agua?

La más original sustancia. La gran creadora. El agua ha formado la totalidad de las cosas que vemos, incluyéndonos a nosotros mismos.

Tierra.
Lo que nos ha dado nombre. Ser de la Tierra, ser terrantes, terrenos y terráqueos es algo fundamental. Para mí, que soy agricultor, la tierra es el elemento básico que le da estabilidad emocional al ser humano.

Además de agricultor, es usted silvicultor, pastor…

Ochenta y tantos oficios he desempeñado en mi vida. Además de todos los cinematográficos y editoriales, todos los oficios que se hacen con las manos, porque vivo completamente aislado en el campo. Para mí es tan normal ser fontanero como carpintero, ser herrero como electricista. No es ningún tipo de mérito, es que cuando eliges un tipo de vida, pues no llamas a otro para que te arregle las cosas, te las tienes que arreglar tú.

¿Cuantos árboles lleva plantados?
Ya más de 24.000. Llevo 23 años plantando 1.000 árboles al año, pero eso no es nada. Gracias a iniciativas mías, entidades como la CAM o Caja Madrid plantaron en su día hasta 2 millones y medio de árboles, porque las convencí para que apoyaran proyectos de reforestación.

¿Estamos condenados a sufrir incendios forestales año tras año?
Pues no deberíamos estarlo, porque es algo perfectamente evitable. Todo está en función de que haya una verdadera cultura de respeto al bosque, de que haya una suficiente actividad, de que se le dé una determinada prioridad administrativa o presupuestaria. Hay muchos sitios de España que no se han quemado nunca. También hay que tener en cuenta la acción directa o el beneficio directo que se pueda sacar de una determinada arboleda. No ayuda nada el abandono rural o el ingreso de la tecnología masiva para la gestión del bosque. Y después están los incendiarios, que tienen una veintena de motivos estudiados y sabidos para quemar el bosque; el pirómano, que es un enfermo mental, o el especulador, un delincuente de guante blanco.

Demasiada impunidad en las agresiones al medio ambiente…

Ese uno de los peores y más claros síntomas de que esto se ha acabado. La justicia está colapsada, y hace mucho tiempo, pero como el medio ambiente siempre ha sido la cola del más pequeño de los ratones de la administración, siempre el menor de los menores, pues ¿qué va a hacer la justicia? Seguir así, con contadas excepciones. Pero yo lo digo a menudo, para que se entienda: después del Código de Circulación, que se debe violar 20 o 25 millones de veces al día, el segundo ámbito legal más vulnerado es el del medio ambiente, que debe andar por 15 millones de delitos diarios…

¿Qué opinión le merece el periodismo ambiental que se hace en nuestro país?

Dentro de la gigantesca crisis que sufrimos en el sector, pues, después de los albañiles, somos los que mayor tasa de paro tenemos, y teniendo en cuenta que el periodismo ambiental era el menos considerado por los propios profesionales, ha habido un extraordinario avance en la calidad de la información, y se ha progresado mucho en el rigor y la fiabilidad. Sin embargo, han desaparecido casi todos los suplementos y revistas de medio ambiente y naturaleza y siguen desapareciendo programas de televisión y de radio. Si, cuando había mucho dinero, el periodismo ambiental ya era minoritario y difícil, ahora lo es aún más.