El altiplano andino situado en la zona fronteriza entre Chile y Bolivia registra los niveles más altos de radiación ultravioleta jamás detectados en la superficie terrestre, muy superiores a los considerados dañinos para la vida animal y vegetal. Las mediciones de una investigación científica alcanzaron un índice de 43, cuando a partir de 11, nivel calificado por los especialistas como “extremo”, la radiación se considera ya peligrosa.

La radiación ultravioleta más elevada de lo habitual en diferentes regiones del planeta es consecuencia de los daños sufridos por la capa de ozono de la atmósfera tras décadas de uso de gases como los clorofluorocarburos (CFC) en aparatos como frigoríficos, climatizadores o aerosoles. Desde 1989, el Protocolo de Montreal prohíbe su utilización y el éxito de este acuerdo internacional ha permitido una clara recuperación de la capa atmosférica protectora, que según las previsiones de los especialistas debería alcanzarse plenamente hacia 2030.

La altitud, los cielos claros y la delgadez del ozono en los trópicos son otras causas 

Hasta ahora se consideraba que la Antártida era la zona de la Tierra afectada por el mayor agujero en la capa de ozono. El descubrimiento realizado en el altiplano boliviano ha sorprendido a los investigadores. Nathalie A. Cabrol, principal responsable del estudio Récord de radiación solar ultravioleta en los Andes tropicales, publicado en la revista Frontiers in Environmental Science, destacó el hecho de que “estos niveles de radiación no se midieron en la Antártida, que está despoblada, sino a 2.414 kilómetros del ecuador, donde hay pueblos y gente”.

En el marco de una investigación llevada a cabo por científicos del Observatorio de Lindenberg del Servicio Meteorológico Alemán, de diversas universidades germanas y del Instituto SETI (acrónimo de búsqueda de inteligencia extraterrestre) del Centro Carl Sagan de la Agencia Espacial de Estados Unidos, se instalaron dos dosímetros en la cumbre del volcán Licancabur, a 5.916 metros de altitud, en la frontera entre Bolivia y Chile, y la laguna Blanca, situada en el altiplano boliviano, a 4.340 metros.

Entre 2003 y 2004, los dos aparatos sensores Eldonet (tecnología de la Red Europea de Vigilancia de la Radiación Solar) captaron durante 61 días un nivel de rayos ultravioleta (UVA) de índice 43,3; el más elevado nunca documentado sobre la superficie del planeta. “Si esto se convirtiera en algo más común, acontecimientos de esta magnitud podrían tener implicaciones sociales y ambientales”, señala el estudio.

Un nivel de UVA de índice 8 o 9, el que puede registrarse en una playa tropical a mediodía en pleno verano, ya es suficientemente intenso como para demandar la adopción de medidas de protección para la piel de los seres humanos con el fin de evitar el riesgo de quemaduras y de desarrollo de cánceres dermatológicos. Los rayos ultravioleta pueden dañar también el ADN, interferir en la fotosíntesis de las plantas y disminuir la fertilidad de huevos y larvas de los animales.

Un "ascensor gigante"

Otros factores que favorecen tan elevada radiación son “la gran altitud, la mayor delgadez natural de la capa de ozono en los trópicos y el cielo claro” de esta zona andina, una de las más elevadas de la Tierra y la más alta fuera de Asia, con más de 100 picos que superan los 6.000 metros y una altitud media de más de 4.000. “Recientes modelos sugieren que el ozono estratosférico va a decrecer ligeramente durante las próximas décadas, dando lugar a más potenciales anomalías con los UVA”, advierten los firmantes del trabajo científico.

La capa de ozono en el territorio estudiado pudo verse afectada también de forma extraordinaria por factores como las tormentas estacionales y los incendios sufridos en la región, que pudieron incrementar la presencia de aerosoles naturales en la estratosfera, y porque dos semanas antes de que se registraran los niveles más altos de radiación se produjo una fuerte llamarada en la superficie del Sol.

El SETI, para el que trabaja la astrobióloga Nathalie A. Cabrol, quien diseña estrategias de investigación para explorar Marte y Titán (el mayor satélite de Saturno y el segundo más grande del Sistema Solar), estudia las condiciones de vida en lagos andinos situados a más de 6.000 metros para verificar si se parecen a las de otros planetas o satélites y qué clase de seres se han adaptado a ellas. En el marco de estas investigaciones se detectaron las altísimas radiaciones UVA en la zona.

Cuatro nuevos gases de origen desconocido dañan la capa que nos protege de los UVA

Por otra parte, un equipo internacional dirigido por Markus Rex, del Centro Helmholtz para la Investigación Polar y Marina del Instituto Alfred Wegener, con sede en Bremerhaven (Alemania), anunció recientemente el descubrimiento de un inesperado "agujero atmosférico" de varios miles de kilómetros sobre el Pacífico tropical occidental que estaría contribuyendo al agotamiento del ozono en las regiones polares y podría tener una influencia significativa sobre el clima terrestre.

La composición de este agujero permite que muchos compuestos químicos de la superficie del planeta lleguen a la estratosfera sin filtrar, y ello favorece que aerosoles dañinos para el ozono destruyan el mismo en las zonas polares. Rex ha comparado este punto muerto natural en las defensas atmosféricas de la Tierra, llamadas por los científicos el escudo OH, como un “ascensor gigante” para las sustancias nocivas.

Y no se acaban aquí los nuevos peligros para la capa de ozono. Expertos británicos han detectado en burbujas de aire sin contaminar capturadas en diversos puntos del planeta, como Tasmania o Groenlandia, cuatro nuevos gases que contribuyen a la destrucción de la misma. Según un estudio publicado en la revista Nature Geoscience, sus concentraciones en la estratosfera todavía no son elevadas (unas 74.000 toneladas hasta 2012, cuando los CFC llegaron a alcanzar en los 80 el millón de toneladas cada año), pero el problema es que su origen es desconocido.

“No sabemos desde dónde se están emitiendo, y esto debería ser investigado”, advierte Johnannes Laube, de la Universidad de East Anglia, principal responsable del trabajo, para quien entre los posibles sospechosos se cuentan productos químicos para la producción de insecticidas o disolventes para la limpieza de componentes electrónicos.