¿Es usted más naturalista o poeta?

Es que es casi la misma cosa, aunque casi nadie lo acepta. Es bastante triste que los naturalistas no sepan que están cerca de una forma poética de vivir. El lenguaje de la naturaleza es poético, la propuesta estética de la naturaleza es artística y la poesía es lo que naturaleza te cuenta sin que lo sepas, aunque luego crees que lo has escrito tú. También es muy triste que la mayoría de los poetas no sepan que son naturalistas. Queda un punto intermedio que ocupo yo, por supuesto no solo.

¿Es un problema de consciencia?

Es un problema de vivencia. La mayoría de los naturalistas no tienen ni pajolera idea de lo que es la naturaleza, y la mayoría de los poetas no tienen ni idea de lo que es la poesía. No es que yo me arrogue ningún extraordinario talento ni omnisciencia, pero la vivencia de la naturaleza y la pasión por la poesía me han convencido de lo que estoy diciendo. Como tengo la fortuna de no creerme nada que no haya visto, comprobado o sentido por mí mismo, es lo que veo y siento, y lo cuento.

Para un comunicador, el objetivo es ser escuchado. ¿Ha cambiado nuestra atención a lo que usted cuenta?

Sí, absolutamente. Llevar en esto medio siglo hasta permitiría dibujar una gráfica del interés por el medio ambiente de los medios de comunicación y la sociedad. Y saldría un disparate de dientes de sierra. Hubo un momento en que la cosa parecía que iba muy bien en los 90, y luego se hundió. Ahora estamos en un momento de extraordinaria importancia, está creciendo mucho y movilizando a mucha más gente.

¿Con qué efectos?

La conciencia ambiental está lograda en lo básico. Todo el mundo se siente con ella. Pero es una conciencia no activa. Es decir, todo el mundo está muy preocupado, los comunicadores han contribuido decididamente a esto, pero esa rueda todavía no ha engranado con la siguiente: "Tengo conciencia ambiental y por tanto hago esto". Todavía se vive en una de las locuras intelectuales más grandes: no ser consecuentes con lo que piensas. Se puede resumir de una forma escabrosa: todo el mundo quiere a la naturaleza, al medio ambiente, quiere cuidar el planeta, pero nadie está dispuesto a renunciar a cosas para que eso suceda. Fíjate qué curioso es que a la mayoría de la gente le encanta la naturaleza, e incluso la ama, pero ¡qué poquitos nos acostamos con ella!

En alguna ocasión le he leído que la sostenibilidad sólo es una etiqueta.

Es la palabra más traicionada de la historia… Y la palabra "ecología" todavía más. El mercado es capaz de disfrazarse de cualquier cosa y jugar a una falsificación permanente de los elementos. El ultraliberalismo económico es capaz de engullir hasta a sus contrarios a base de decir que forma parte de la solución. Yo he sido asesor de varios ministros, y una vez tuve en mis manos algo así como la demostración absoluta de en qué mundo vivimos. Estaba en la mesa de Borrell, y se llamaba Plan para la Sostenibilidad de un pueblo alicantino: "Dinamitaremos el acantilado para hacer un paseo marítimo". ¡Ese era el plan de sostenibilidad! ¡Es tan fácil mentir! Así funcionan nuestros medios de comunicación, con un porcentaje tan grande de camuflajes, sustituciones, falsificaciones, mentiras…

En España no ha triunfado por ahora un partido verde a la manera centro o norte europea…

En absoluto. Incluso hemos retrocedido mucho con la escisión de Podemos.

Ahora hay un interés en incorporar la etiqueta verde a la marca electoral de algunos partidos. ¿Se lo cree?

No, en absoluto. Hay personas que sí proceden del sector histórico del ecologismo, pero en el momento en que tienes una parcela de poder o proyecto de ocupar poder, eso sustituye a la ideología. Yo, por haber vivido una etapa de mi vida en esos ámbitos del activismo político de partido, dije "voy a ser activista político de todo, pero sin querer poder", lo cual para muchos de mis amigos es una aberración. Porque en ese momento estaré traicionando a mis propias ideas. Es una tragedia lo que le pasa al ser humano cuando se arrima al poder, porque nada hay más perverso que él.

Pero el poder permite cambiar las cosas…

Yo opino que las cosas hay que cambiarlas sin tener poder. Hay que tener agallas, modestia, sencillez y serenidad para decir que se puede vivir de otra forma sin que me obliguen o unas determinadas normas económicas lo impongan de forma más o menos dictatorial. Ya sé que es una utopía.

¿Hay que renunciar entonces a que las instituciones con poder cambien algo?

No, no, no! Hay que exigirlo y presionar. A esa toma de conciencia general tendría que seguir una presión mayor sobre los poderes de este mundo para que cambie. De la misma forma que en una pequeñísima medida los hábitos de consumo están cambiando algunas tendencias de los mercados alimentarios: consumir menos carne, vegetarianos, veganos, exigir productos ecológicos, poco a poco modifica la producción y comercialización. Pero yo no necesito ser presidente del Gobierno para hacer eso. Dudo que alguien sea más poderoso que yo en el mundo, porque vivo sin poder. Ya sé que es una postura ingenua, intelectual, romántica y un artificio mental, pero hay que provocar al poder con eso. El mejor líder es el que no lo es.

También ha sido crítico con algunas ONG ¿La proliferación de organizaciones ha contribuido a una dejación de responsabilidades individuales?

Tu iniciativa particular no tiene por qué estar ligada a ninguna de actuación política concreta. Tiene que ser permanente y no sujeta a planes coyunturales. Hay que ser múltiple y diverso. Las campañas están muy bien, pero habría que estar en una campaña de campañas. Esto lo puede decir uno desde su libertad individual, en mi caso respaldada por mi práctica. Yo he estado en casi todas las juntas directivas de los grandes grupos, y he fundado y he sido presidente de algunas ONG, pero entiendo que lo que he hecho como individuo mejora bastante lo que hecho como miembro de ellas.

En una manifestación por la emergencia climática escuché a una niña preguntarle a su madre por qué no eran todos los días el día del clima. Me pareció que la pregunta condensa una cuestión de raíz: si sabemos cuál es el problema, ¿por qué no somos capaces de poner solución?

Hace falta incorporar a la conciencia directa y absolutamente intransferible que hay que vivir con la vida. ¿Cómo es posible que estemos destruyendo la transparencia de la atmósfera si respiramos 300 millones de veces al año? Respirar es el modelo perfecto de la vivencia de la naturaleza. Respiras el alma verde de los árboles, que está trabajando gratuitamente para ti, y hay una extraordinaria destreza del organismo que consigue que unas moléculas de aire lleguen a tus 31 billones de células.

Parece que vivir es estar conectado a un móvil, y no. Vivir es estar conectado a la respiración de los árboles, a la producción de oxígeno de las algas del mar y los ciclos naturales más fascinantes. Una vez que se interioriza y sobre todo se sentimentaliza, ese vínculo no te permite cargarte lo que amas. Lo que nos falta es amor a la vida. Está destruido por siglos de un modelo de conocimiento y relaciones que nos aparta de todo esto.

¿Y qué propone para revertirlo?

Hay que revitalizar la autoestima de las iniciativas individuales. No esperes a nadie, tú tienes que arreglar el mundo. El hecho de que hayamos elegido vivir como vivimos está tan imbricado a las apetencias que ahora no se pueden deshacer las ciudades. Lo que hay que hacer es que las ciudades respiren. Una suerte de invasión inversa. Las ciudades tienen un principio contradictorio: ocupan el 4% del planeta y joden al 100% del mismo. No hay un centímetro cuadrado del planeta sin contaminación atmosférica y sin plástico. Vas al Polo Norte, a la punta del Everest o a la fosa de las Marianas y ahí están. Ese 4% es el responsable del 90% del consumo. La naturaleza tiene que ser un invasor, hacer de quintacolumna dentro de las ciudades. Cada ciudad es un cáncer y hay que combatirlo con la medicina más importante: la vegetación, la vida, el árbol.

Muchos de quienes viven en las ciudades han perdido el contacto con la naturaleza. ¿Qué consecuencias tiene ese desarraigo?

La naturaleza se destruye porque no se la conoce, o se la desprecia. Lo primero que tiene que saber un ciudadano es que es un parásito, y tiene que remediar su condición. Una garrapata es un parásito, pero no es consciente y no tiene otro remedio que chupar la sangre. Pero nosotros deberíamos ser conscientes y si necesitamos chupar sangre hay que intentar que haya mucha más en el planeta. Si no sabes que eres una enfermedad difícilmente vas a conducir la civilización por otros caminos. Como todo está masificado en auténticos agujeros negros, toda ciudad lo intenta acaparar todo. Lo pide todo, agua, comida, aire, y devuelve residuos y contaminación.

¿Cómo reducimos la velocidad a la que vivimos?

Este tema es esencial. Hay que parar. Yo digo que el ser humano puede hacer millones de cosas, somos increíblemente diversos. Solo hay una cosa que podemos hacer mejor si es más rápida: si te duele algo, que deje de dolerte. Todo lo demás, mejor si es más lento. Y en cambio, esta sociedad adora a la diosa velocidad. ¿Por qué hay que hacer un edificio en un mes? Las catedrales se hicieron en trescientos años, entre otras cosas porque en la Edad Media la mitad de los días eran feriados. ¿Era peor? La velocidad es extraordinariamente perversa y destroza la mejor faceta del ser humano, que es la que tiene que ver con los sentimientos. No puedes sentir a toda velocidad, pero como hay una parte del cerebro que tiene ciertas adicciones a lo estrepitoso, lo feroz, lo violento, eso se ha cultivado, especialmente desde los productos culturales.

¿Para comprender esto hay que irse al campo?

Mi fuente principal de información y conocimiento, mi biblioteca, es estar en contacto con la naturaleza, y eso que soy adicto a la lectura, lo que también tiene importancia. Una boutade: en todos los programas educativos de todos los niveles debería haber una vivencia de la naturaleza del 30%, y que la gente leyera dos libros a la semana durante toda su vida.

Se necesita mucha capacidad de abstraerse de los estímulos para eso…

Es que la principal consecuencia de la comodidad y la velocidad es el ruido, que no deja escuchar. Y cuando no escuchas los otros lenguajes del mundo y la vida no te enteras. El problema es que la gente no quiere escuchar. No leer es una de las formas de no escuchar. Se quiere vivir aturdido.

Y ya no digamos el drama de la peculiarísima forma de comunicar que tenemos los seres humanos. Aquí todo el mundo está hablando, hay noticias por todos los lados, un tsunami de información… La gente oye una frase y ya está cambiando de canal de información. ¿Por qué somos insensibles a la demolición del mundo? Porque estamos acaparados por un falso entretenimiento. No sería posible la destrucción del mundo si viéramos y escucháramos su destrucción. Por eso la vivencia de la naturaleza es el primer paso de la terapia.

Vive en eso que ahora se llama la España vaciada. ¿Qué necesita para sobrevivir?

En mis perfiles biográficos la primera palabra que aparece es "campesino". Vivo en el campo, trabajo la tierra y tengo un rebaño de cabras. No se entiende la vida si no cultivas. Si no cultivas la tierra no eres una persona culta. Esto está en las antípodas de esta civilización que ha declarado que el cultivador es despreciable e ignorante. Vivo en la España más vaciada que quepa imaginar, a 15 kilómetros de mi vecino más cercano, domino 300 kilómetros cuadrados y no veo otra casa, carreteras o tendido eléctrico.

Esto no tiene arreglo si no restaura la dignidad del mundo rural. Con eso, va todo de más: un poblamiento acorde y una parte importante de la solución climática.

Hay que ser justos: casi nadie se acuerda del disparate de que la mayor parte de la gente del campo sean una suerte de mendigos ilustrados... hacen lo más importante para la sociedad, y ¿cómo es posible que reciban sólo el 7% del precio de venta del producto cuando se tendrían que llevar cerca del 50%?. La España vaciada se arreglaría con la más elemental justicia económica. Cuando se diera ese proceso de simple justicia, empezaría a no vaciarse.

Eso implicaría a ciertas renuncias como consumidores, que es la dificultad práctica…

Y algo más provocador. Esto desemboca en la antítesis del modelo económico, que en estos momentos se basa en la globalización comercial. Es insignificante el porcentaje de autosuficiencia. El planeta necesita que todos seamos autosuficientes. Debería ser obligación moral ser autosuficientes a cualquier nivel. El oficio más importante de este planeta debería ser el de apagador de luces. ¡ con una agricultura cercana empezaríamos a arreglar tal cantidad de cosas…! Ya sé que el mundo está en manos de la globalización comercial. Anteayer se rasgaban las vestiduras porque ha bajado el flujo comercial, y es todo lo contrario: ¡bendito sea que baje el flujo comercial! Cuando tienes una lectura en que lo principal es la vida y no las pesetas, pasa esto. Lo que ahora pasa más inadvertido es que la seguridad alimentaria no es tal. Estamos todos amenazados por la inseguridad alimentaria, y el cambio climático ahonda la peligrosidad.

¿Ve algo distinto en los nuevos movimientos por el clima?

Sí, mucho. Una de las cosas más hermosas y estimulantes que han pasado en mi vida fue hace unos días en la manifestación con los jóvenes. Hace 40 años, a una manifestación igual fuimos cien adultos, a la última fuimos 50.000, y de ellos 40.000 eran jóvenes.

¿Hay esperanza, entonces?

Sí.