"Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida". La cita frecuentemente atribuida a Albert Einstein –en realidad fue acuñada por los apicultores belgas para defender a sus rebaños– pone de manifiesto la importancia de la crisis que afrontan Europa, América y Asia debido a la repentina desaparición de miles de colmenas por motivos aún desconocidos, un misterio que es urgente resolver, ya que este animal es el principal polinizador del 80% de las plantas, incluidas las que constituyen la base de nuestra alimentación.

La lista de sospechosos ha incluido a virus, parásitos, ácaros, antibióticos, cultivos transgénicos, los métodos de la apicultura industrial, la pérdida de la biodiversidad, la malnutrición, el estrés, el cambio climático e incluso las radiaciones de los teléfonos móviles.

Pero, recientemente, la Unión Europea estrechó el círculo y apuntó directamente a tres pesticidas: la clotianidina, el tiametoxam y el imidacloprid, comercializados por las multinacionales Bayer y Syngenta, y utilizados desde la década de los 90 como plaguicidas en los cultivos de girasol, colza, algodón y maíz.

Los tres productos han sido prohibidos de forma temporal en Europa. No se podrán utilizar durante dos años, tras los cuales se verificará si las poblaciones de abejas han notado los efectos de la medida. Las autoridades de Estados Unidos, en cambio, discrepan de esta medida y atribuyen la desaparición de las abejas a otros factores sin determinar.

El veneno de la 'Atrax robustus' es uno de los más mortíferos para
los primates

Ahora, investigadores de las universidades inglesas de Durham y Newcastle, con el apoyo de la Agencia británica de Investigación de Alimentos y Medio Ambiente (AIAMA), han desarrollado un biopesticida derivado de la toxina de una araña australiana y una planta herbácea, que aunque son altamente tóxicas para ciertas plagas son prácticamente inofensivas para las abejas.

La araña en cuestión es la Atrax robustus, también conocida como araña de Sidney o araña embudo, cuyo veneno es uno de los más mortíferos del mundo, al menos para los primates –es decir, para nosotros– ya que para muchos otros mamíferos resulta relativamente inocuo.

Este potente veneno se fusionaría en el pesticida con la proteína (lectina) del galanthus o campanilla de invierno, una pequeña bulbácea originaria de Europa y Asia.

La dirección de la investigación ha corrido a cargo de la doctora Elaine Fitches, biotecnóloga en la AIAMA que llevaba años investigando la lectina de la campanilla de invierno. Fitches había descubierto que esta proteína vegetal, después de ser ingerida por un invertebrado, pasaba de su sistema digestivo hacia el circulatorio. A través de éste, la proteína accede al sistema nervioso central y puede actuar contra el organismo.

Inmunes a los peptídicos

La segunda parte de la investigación consistió en buscar qué otros peptídicos o toxinas se podrían introducir a través de esta vía en el aparato circulatorio de los invertebrados, o hemolinfa, y la respuesta la encontraron en la venenosa araña embudo de Australia.

"Estos venenos contienen toda una mezcla de peptídicos que son muy efectivos contra invertebrados, que se adhieren a ciertos receptores en el sistema nervioso bloqueando la transmisión neuronal y, eventualmente, causando parálisis", explica la bióloga británica.

Contra todo pronóstico, las abejas resultaron ser inmunes a los peptídicos del veneno de esta araña, tanto en su estado adulto como en el de larvas. "Creemos que hay suficientes diferencias entre los receptores de los insectos que suponen plagas agrícolas y los de las abejas como para que la toxina de Hv1a/GNA –el compuesto resultado de la combinación del veneno del arácnido con la lectina del bulbo– no interactúe con su sistema nervioso, como sí lo hace con los de las especies más susceptibles", argumenta.

Las investigaciones incluyeron el suministro a ejemplares de abeja con dosis agudas y crónicas –mucho más elevadas de las que hubiesen encontrado en un ambiente natural– del nuevo biopesticida, que tuvieron efectos muy limitados sobre su mortalidad y ningún impacto significativo sobre el aprendizaje y la memoria, uno de los factores que más incidencia tienen en la extinción de colmenas, ya que parece que las obreras afectadas “olvidan” donde se encontraba el panal.

Su acción polinizadora genera 215.000 millones de euros anuales a escala global

Cada vez es más común que los pesticidas y plaguicidas tengan en cuenta los efectos que puedan tener a medio y largo plazo, más allá de las amenazas para los cultivos, sobre el resto de plantas y animales del ecosistema, así como para las aguas subterráneas o la salud de los seres humanos.

El desarrollo de nuevos pesticidas incluye –por obligaciones legales, pero también por intereses comerciales: los productos más eficientes se venden mejor– estudios y pruebas sobre su incidencia en la llamada “fauna útil”, como pueden ser las abejas o los gusanos de tierra.

No se trata de un interés puramente ambiental, sino más bien económico, ya que responde a la evaluación del valor económico de la actividad de numerosas especies de invertebrados. En el caso de las abejas, se ha calculado que su aportación como polinizadoras de cultivos genera 215.000 millones de euros anuales a escala global.

Aun así, esta actitud ya supone un avance respecto a anteriores generaciones de pesticidas que, simplemente, garantizaban la liquidación de cualquier bicho. "La tendencia es a reducir el riesgo para el medio ambiente y por eso se propone el cambio hacia el uso de sustancias más benignas. Nuestro biopesticida puede ser parte de esa solución", desea la doctora Fitches.