Llega el verano, y con él la incertidumbre entre los bañistas sobre si encontrarán o no medusas en sus playas favoritas. No es un temor injustificado. En las costas del Mediterráneo, la presencia de estas temidas y fascinantes formas de vida no sólo viene siendo habitual en los últimos años, sino que va notoriamente en aumento.

Así lo advierten diversos estudios, que señalan la acidificación del Mare Nostrum causada por el incremento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera como la principal causa de los afloramientos de estos invertebrados de cuerpo gelatinoso.

La acidificación de las aguas provocada por el C02 no perjudica a estos animales

Pero hay más razones, entre ellas el calentamiento del mar y la desaparición de algunos depredadores naturales de las medusas, como las tortugas marinas o el atún rojo. La sobreexplotación de los recursos pesqueros, la utilización de técnicas de captura como el palangre y la contaminación del mar, en el que vierten sus aguas ríos llenos de plásticos y suciedad, escorrentías naturales cargadas de nitratos y fosfatos de la agricultura y emisarios submarinos con elevados contenidos en fósforo y nitrógeno, también son parte del problema.

Mares y océanos constituyen grandes sumideros de carbono, vitales para mitigar el cambio climático. De hecho, se considera que la temperatura de la Tierra ha aumentado menos de lo previsto en la última década precisamente porque buena parte de los excedentes de CO2 –aproximadamente un 25%– han sido capturados por las masas de agua, que han actuado como una especie de colchón.

Pero el CO2 procedente de la atmósfera se disuelve una vez entra en contacto con el agua y se transforma en ácido. Desde los inicios de la revolución industrial, en las primeras décadas del siglo XIX, la acidez del agua del Mediterráneo ha aumentado un 60%. En los últimos 30 años lo ha hecho en un 10% y amenaza con escalar hasta un 150% en el año 2100, de acuerdo con la evolución actual de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los datos y las cifras los proporciona el programa europeo MedSea, que ha analizado el fenómeno durante los últimos cuatro años y alerta de los estragos que está causando en la biodiversidad marina. Según el estudio, en el que han participado 110 investigadores de 22 institutos de 12 países, la situación afecta ya a la base de la cadena trófica y podría provocar la disminución de la productividad pesquera y marisquera, tener un grave impacto sobre el turismo y llenar el mar de medusas, entre otras consecuencias.

Cambios demasiado rápidos

Al problema de la acidificación se añade el del calentamiento del agua, dos procesos que, según la coordinadora del estudio e investigadora del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental (ICTA) de la Universitat Autònoma de Barcelona Patricia Ziveri, “han sido rapidísimos en los últimos años”.

La temperatura del Mediterráneo ha aumentado 0,67 grados en el último cuarto de siglo y en 2050, advierte Ziveri, “si no se implementan medidas para reducir las emisiones de carbono”, lo hará entre 1 y 1,5 grados. “La Tierra siempre está cambiando, pero los cambios que ahora observamos son tan rápidos que no tienen parangón en los últimos milenios”, añade la científica.

“Ello impedirá que los ecosistemas puedan adaptarse, porque no a todos les sienta bien que todos los veranos se alcancen los 29 grados centígrados de temperatura en las aguas superficiales”, avisa.

La combinación del aumento de las concentraciones de ácido y del calentamiento del agua tiene un efecto directo sobre la producción de fitoplancton y zooplancton, microorganismos que constituyen el primer peldaño de la cadena alimentaria para peces, moluscos y en definitiva, el ser humano.

El calentamiento global y la desaparición de depredadores también las benefician

Muchas especies de peces verán amenazada su supervivencia. En cambio, las medusas saldrán beneficiadas de la situación, ya que además de perder a sus depredadores naturales, soportan mejor la acidificación y el calentamiento del agua. Según Ziveri, las pruebas en tanques de laboratorio muestran cómo ambos factores pueden favorecer la proliferación de algunas, aunque no todas, las especies de cnidarios.

El cambio global que se está observando en el Mediterráneo también se está traduciendo en migraciones de especies de sur a norte en busca de ambientes más frescos, mortalidades masivas en los veranos más tórridos y una aclimatación exitosa de especies foráneas propias de climas más cálidos.

Entre las que más frecuentan nuestras aguas en verano se encuentran la Pelagia noctiluca, o medusa luminiscente –pequeña, de color rosado y venenosa debido a sus células urticantes–, la Cotylorhiza tuberculata, conocida como huevo frito –de color castaño, entre 20 y 30 centímetros de diámetro y acción urticante escasa–, la Rhizostoma pulmo, la Aurelia aurita y la Chrysaora hysoscella. Mucho más rara de ver durante la campaña estival es la carabela portuguesa (Physalia physalis), una de las más peligrosas entre las que navegan a la deriva por el Mediterráneo.

Para el turismo, las plagas de medusas suponen un tremendo varapalo. A falta de definir las consecuencias socioeconómicas en toda la región mediterránea, el estudio de MedSea señala problemas locales: “Un brote de medusas en la costa de Israel podría reducir el número de viajeros entre un 3% y un 10,5%, lo que provocaría unas pérdidas de entre 2,4 y 4,6 millones de euros”, apunta el trabajo. En las islas Medes (Girona), la desaparición de las Gorgonias, una especie de alga, comportaría, según la investigación, pérdidas por valor de cuatro millones de euros.