La ciencia lo tiene cada vez más claro: la hegemonía o el declive de grandes civilizaciones del pasado están asociados a episodios climáticos extremos, a desastres derivados de repentinas inundaciones, glaciaciones o sequías y a sus efectos sobre la producción de alimentos, el abastecimiento de agua y, como consecuencia de ello, la estabilidad social. Así lo demuestran numerosos estudios, muchos de ellos realizados con muestras de anillos de los troncos de los árboles.

El último de estos trabajos se publicará en junio en la revista Journal of Archaeological Science y ha sido realizado por investigadores de las Universidades de Cornell, Arizona, Chicago (las tres de Estados Unidos), Oxford (Reino Unido) y Viena (Austria). A partir del análisis de la madera de un ataúd y de los barcos funerarios enterrados cerca de la pirámide de Sesostris III, los investigadores han llegado a la conclusión que la caída de la milenaria civilización egipcia fue consecuencia de una grave sequía.

En el año 2200 antes de nuestra era se produjo un 'evento árido' importante 

La técnica utilizada por el equipo compara los isótopos de radiocarbono que se encuentran en los anillos de los árboles con los patrones conocidos de otros lugares en los que ya se han identificado en ellos cronologías históricas, como el roble europeo o el pino de América del Norte.

Esto permite datar perfectamente la madera –con un error de más o menos 10 años– pero, en este caso, ha revelado una pequeña anomalía que sugiere que en el año 2200 antes de nuestra era se produjo un “evento árido” importante a corto plazo.

Para el arqueólogo Stuart Manning, “esta anomalía se explicaría por un cambio climático que data exactamente de este período árido y que tendría importantes consecuencias políticas, ya que alteró los recursos alimentarios y otras infraestructuras”.

“El cambio climático no tiene por qué ser tan catastrófico como una Edad de Hielo para causar estragos. Estamos exactamente en la misma situación que los egipcios y los acadios. Si hay algo que de repente se escapara del modelo estándar de la producción de alimentos en grandes áreas, sería un desastre”, añade Manning.

La caída de Roma

El siglo III d.C. fue para el continente europeo una época de duras sequías, intensas precipitaciones y descensos bruscos de las temperaturas. Acusadas variaciones en la meteorología que se tradujeron en malas cosechas, crisis alimentarias y una creciente inestabilidad sociopolítica.

La decadencia de Roma no puede explicarse de forma completa sin estos fenómenos climáticos, aseguran desde el Instituto de Investigaciones Forestales de Suiza. Su más reciente estudio de arqueología climática en regiones del centro de Europa abarca los últimos 2.500 años y tiene como punto de partida casi 9.000 artefactos hechos con madera de roble, como mobiliario, edificaciones históricas, obras artísticas y herramientas.

Una ola de clima templado facilitó la creación y el ascenso del Imperio mongol

La huella que el clima dejó en estos árboles confirma, una vez más, que la desaparición del Imperio romano de occidente coincidió con el incremento de la inestabilidad climática entre los años 250 y 600.

Pero si la influencia del clima es capaz de tumbar civilizaciones, también lo es de auspiciarlas. Así, un grupo de estudiosos de los anillos de los árboles de la zona montañosa de Mongolia afirman que fue una ola de clima templado lo que facilitó el ascenso de Genghis Khan y su conquista de inmensos territorios hace 800 años.

Los turbulentos años anteriores a la creación del Imperio mongol se avivaron por una intensa sequía, mientras que en el período posterior, desde 1211 hasta 1225, las frías estepas de Asia Central vivieron una lluvia sostenida en el tiempo y un calor suave nunca visto en 1.000 años, de manera que la hierba creció de forma insólita y se multiplicó el número de caballos de guerra y otros animales que dieron a los mongoles su poder.

En poco más de una década, Genghis Khan unió a las tribus nómadas formando un estado militar que rápidamente invadió a sus vecinos y se expandió en todas direcciones. Sus hijos y nietos continuaron la conquista y pronto gobernaron la mayor parte de Corea, China, Rusia, Europa oriental, Asia sudoriental, Persia, India y Oriente Medio.

Lecciones ambientales del pasado

Deforestación, agotamiento de recursos naturales, incendios, sobreexplotación agraria, consumo excesivo…; son las causas y razones del declive de una de las culturas más brillantes y admiradas, la de los mayas. Su historia “es la mejor analogía de la sociedad actual”, declara Richard Hansen, arqueólogo en la Universidad Estatal de Idaho (Estados Unidos) y presidente de la Fundación para la Investigación Antropológica y Estudios Medioambientales (FARES, por sus siglas en inglés).

Los mayas tuvieron que abandonar sus tierras agotadas hacia otros lugares. La producción de cal para sus pirámides y la deforestación les obligaron a migrar. “Fue un consumo conspicuo de cal. Sólo para cubrir la pirámide de Tigre se deforestaron 1.630 hectáreas de bosque, necesarias para mantener los hornos a los 900º C necesarios para la conversión de la piedra caliza a cal”, señala Hansen.

Al deforestar el bosque, el barro se sedimentó en los subsuelos y arruinó la capacidad agrícola de la región. “Desnudaron sus bosques, pero no desaparecieron. Lo hizo el apogeo de su civilización”, afirma Hansen.

Otro poderoso reino que vivió seis largos siglos de esplendor y fue víctima de una crisis ambiental y una mala gestión del agua es el jemer, que se originó en el centro de la actual Camboya, aunque más tarde se extendió por Tailandia, Laos, Vietnam y parte de Birmania y Malasia, y cuya herencia más visible son los templos de Angkor, declarados Patrimonio de la Humanidad.

El caso de los rapa nui es uno de los más extremos de crisis social y medioambiental

Hasta no hace mucho se creía que su debacle se debió a la guerra con los expansionistas de Siam o a la superpoblación, pero un grupo de científicos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) aseguran que fue un largo período de escasez de lluvias, unido al mal mantenimiento de sus importantes infraestructuras hidráulicas, lo que precipitó su fin.

Entre los siglos XI y XIII los jemeres construyeron una sofisticada red hidráulica en la que almacenaban el agua sobrante de las lluvias monzónicas, que utilizaban para irrigar los campos. Desde finales del XIV hasta el XV, sin embargo, una prolongada sequía afectó la región.

“No podemos distinguir en qué proporción la falta de agua se debe al cambio en el clima y en cual a la mala gestión humana de este recurso, pero lo que parece claro es que ambos factores actuaron simultáneamente en el declive del reino de Angkor”, concluyen los investigadores.

Uno de los ejemplos más extremos de crisis social y medioambiental de la historia es el caso de los rapa nui, los antiguos pobladores de la Isla de Pascua. Durante décadas, la superpoblación y la sobreexplotación de los recursos, en un enclave tan limitado y frágil se consideraron los factores determinantes de su colapso ambiental.

Sin embargo, los estudios dirigidos en 2011 por la doctora Candace Lynn Gossen, de la Universidad de Portland (Estados Uniudos), ponen en duda que los pobladores polinesios cortaran indiscriminadamente las palmeras para ganar terreno para la agricultura y para transportar los moái, las monumentales esculturas de piedra que han hecho famosa su cultura.

Según la investigadora, habría que tener en cuenta los abruptos cambios climáticos ocurridos en aquella remota isla del Pacífico para explicar la extinción del polen y dejar de mirar a los rapa nui como los únicos responsables de la devastación de su entorno.