Nos encontramos en plena sexta extinción masiva de especies, esta vez provocada por el ser humano. Sabemos de algunas más, razones de ello, como la presión sobre los hábitats o la caza recreativa, pero un reciente estudio ha descubierto una causa menos conocida, una práctica desarrollada durante milenios con un impacto sostenible sobre los ecosistemas pero que hoy amenaza con rematarlos: la caza para el consumo de su carne. Lo revela la primera evaluación global del impacto de este fenómeno, un informe que lleva por título Caza de carne salvaje y riesgo de extinción de los mamíferos del mundo publicado en la revista Royal Society Open Science el mes pasado.

La investigación pone de manifiesto que 301 especies de mamíferos están en peligro de extinción, lo que representa un 7% de la población de mamíferos terrestres. La caza los diezma principalmente en Asia, África y Sudamérica, en lo que los autores del informe llaman una “crisis global”. Aunque la principal finalidad sea el consumo humano, también se los mata para usar de partes de su cuerpo en la medicina tradicional, o para su utilización ornamental, y se capturan ejemplares vivos para el comercio de mascotas.

El riesgo de extinción de una especie es proporcional a sus dimensiones

La explosión demográfica en los países más pobres, la posibilidad de llegar cada vez a lugares más remotos gracias a nuevas carreteras y el tratamiento de este tipo de carnes como un lujo han impulsado esta práctica. El profesor David Macdonald, de la Universidad de Oxford (Reino Unido), uno de los autores del trabajo, considera que es importante diferenciar entre las personas que se comen estos animales por necesidad y las que lo hacen por ostentación o por la nostalgia de retomar costumbres de sus antepasados.

Las especies amenazadas incluyen tanto animales grandes como pequeños: la lista incluye 126 primates, como el mandril; 65 ungulados de dedos pares, como el camello asiático; 27 quirópteros, como el zorro volador filipino; 26 marsupiales diprodontos, como el canguro arborícola gris; 21 roedores, como el Rubrisciurus rubriventer (una especie de ardilla) e incluso 12 felinos, como el gato jaspeado. Todas las especies de pangolines se encuentran en peligro por la caza. De todos estos animales, sólo un 10,5% tiene su hábitat en áreas protegidas, e incluso tres de ellos puede que ya se hayan extinguido: el kuprey, un bovino; el Dendrolagus mayri, un canguro arborícola, y la jutía de la Tierra, un gran roedor.

Normalmente, las especies más grandes son las primeras en convertirse en objetivo de los cazadores -que buscan hacerse con la mayor cantidad de carne en cada salida- y son las que lo están soportando peor, ya que tienen períodos de gestación más largos y menos crías por camada. De hecho, se ha demostrado que la probabilidad de extinción es proporcional al tamaño. Por otro lado, son estos mamíferos grandes (sobre todo los de África) los que atraen la atención del público y, por tanto, de los investigadores. Precisamente por esta razón, en el informe no se ha incluido la situación de reptiles o aves, pero los científicos han reclamado la necesidad de un control más exhaustivo de todas las especies vulnerables.

'Paisajes vacíos'

Aunque este informe puede parecer alarmista, lo cierto es que el volumen del comercio de carne salvaje es enorme. En 2011, el Centro para la Investigación Forestal Internacional estimó en seis millones de toneladas las que suman los animales cazados al año. Por su parte, en el estudio publicado en la revista de la Royal Society se destaca que cada año salen de la Amazonia 89.000 toneladas de animales valoradas en casi 200 millones de euros. Por lo que se refiere a Europa, se cree que más de 260 toneladas de carne salvaje llegan al año al aeropuerto parisino Charles de Gaulle escondidas entre el equipaje personal.

Cuanto más declinan las poblaciones de animales fuera de las áreas protegidas, más intensa se hace la presión de los cazadores furtivos en los parques y reservas naturales. “Como consecuencia, muchos bosques, sabanas, praderas y desiertos en los países en desarrollo se están convirtiendo en paisajes vacíos”, se lamentan los autores del estudio. Sin embargo, los animales no sólo están amenazados por las escopetas: la deforestación, la expansión agrícola, la invasión humana y la competición con el ganado son otras causas de su extinción.

El volumen de lo cazado se calcula en seis millones de toneladas anuales

Todo esto se agrava debido a los métodos no selectivos utilizados para la caza: trampas y cepos que no discriminan y que provocan que un cuarto de lo que se atrapa sea inservible y se deseche. Este tipo de procedimiento además, ataca a machos, hembras y crías por igual, lo cual hipoteca la recuperación de las poblaciones.

La extinción de todas estas especies puede tener consecuencias catastróficas para los ecosistemas. Los grandes mamíferos controlan las comunidades de animales más pequeños como roedores y ayudan en la dispersión de semillas de plantas. De la misma forma, los mamíferos pequeños controlan las poblaciones de invertebrados y la vegetación, y también ejercen funciones de distribución de simientes vegetales.

La desaparición de un animal puede alterar un ecosistema de una forma rápida y definitiva. Los bosques mismos podrían sufrir transformaciones debido a la falta de dispersores de semillas. “A través de un efecto cascada, la pérdida de estos mamíferos está alterando la estructura y función de los entornos en los que se dan, y esto podría tener como consecuencia una pérdida de seguridad alimentaria para los humanos”, alerta el informe. Dado que la caza se practica sobre todo en países en vías de desarrollo, si no hay animales que cazar, la población humana perseguiría hasta la extinción a otras especies, o se vería condenada a malnutrición y hasta hambrunas. Y, sin los animales, el turismo también descendería dramáticamente.

Los humanos también se verían afectados a nivel sanitario. La caza favorece el contacto con fluidos corporales de los animales, lo que los científicos piensan que puede haber favorecido la propagación de virus como los del Ébola y el VIH o bacterias como las de la salmonelosis. La reproducción descontrolada de los roedores también podría ser la causa de otras emergencias médicas.

El estudio propone una serie de pasos a seguir para revertir o, como mínimo, retrasar la extinción de estas especies: incrementar la protección legal de los mamíferos salvajes; implementar derechos de uso para la utilización y conservación de la vida salvaje que puedan ser reclamados por las comunidades locales; proveer de alimentos alternativos; aumentar la educación y la planificación familiar y cambiar las normas internacionales sobre el comercio de estos productos. Aun así, los investigadores se lamentan: “El progreso de la conservación para revertir el destino de estos mamíferos amenazados ha sido pequeño, a pesar de la celebración de diversas grandes cumbres sobre biodiversidad y áreas protegidas”.

De hecho, los científicos saben muy bien a lo que se enfrentan ya que concluyen su informe afirmando que “evitar esta crisis global requiere de unas acciones ambiciosas, audaces y rápidas, que involucren a diversos sectores económicos y políticos. Serán necesarias estrategias que beneficien tanto a las habitantes locales como a la vida salvaje para evitar un futuro de personas desesperadas y hambrientas, viviendo en paisajes vacíos a lo largo y ancho del planeta Tierra”.