En abril de 1986, cuando tuvo lugar el accidente de Chernóbil, usted trabajaba como pediatra en la región de Buda-Koshelevo, en Gomel (Bielorrusia), a unos 200 kilómetros al norte del lugar de la catástrofe. ¿Qué recuerda de aquel momento? ¿Cuándo fue consciente de la magnitud del incidente?

Teníamos muchísimo trabajo porque sólo quedaban tres especialistas en pediatría en la región (otros dos se habían ido) y teníamos mucho miedo. Al principio, las autoridades no nos daban ninguna información. Después nos dijeron que había habido un pequeño accidente en Ucrania. No nos dimos cuenta de que algo muy serio estaba pasando, algo que podía afectar a nuestro futuro, hasta el mes de junio, cuando ya se aplicaban medidas importantes de protección civil: evacuaron a muchas personas, que eran alojadas en casas de descanso, en sanatorios o en campamentos de pioneros (una especie de colonias para niños). Sin embargo, los miembros del Partido Comunista y los dirigentes de empresas y fábricas tenían prohibido abandonar las zonas contaminadas.

La mayoría de la población masculina estaba implicada en liquidar las consecuencias de la avería: los hombres iban a trabajar a las zonas contaminadas, a aldeas situadas a 10 kilómetros de Chernóbil, en el sur de Bielorrusia y, cuando volvían, al cabo de unos 10 días, nos explicaban qué había pasado realmente. Además, había gente que tenía la posibilidad de medir el nivel de radiación gamma y comprobábamos que había subido muchísimo. Era algo más que una pequeña avería.

 

¿Cómo reaccionó la población?

Al principio fue muy difícil de asimilar: aceptar que la tierra ya no te pertenecía, que estaba contaminada y que no podías utilizarla. No se podía, ni entonces ni ahora, recoger hierbas, bayas, setas… Los niños no podían jugar en los patios, no se podían bañar en los ríos. También recomendaban cerrar las ventanas. Al cabo de un tiempo empezaron a limpiar los edificios por fuera y constantemente medían el nivel de radiación.

 

¿Eran conscientes de los riesgos que suponía vivir tan cerca de la central nuclear?

No, en absoluto. Nuestra zona estaba a más de 100 kilómetros de Prípiat. Pensábamos que la catástrofe no nos iba a afectar tanto. Y nadie podía pensar que las nubes contaminadas se habían desplazado hacia nuestra región y habían descargado precisamente en nuestra región.

 

¿Cuáles son las consecuencias del accidente 30 años después?

He pensado mucho sobre este tema. La vida que existía en nuestra república, y a lo mejor en todo el mundo, antes de Chernóbil era otra cosa. Ya nunca tendremos una vida igual. Ahora la gente vivirá durante centenares de años en una tierra contaminada y no puede marcharse porque no tiene adónde ir.

En nuestra región, Buda-Koshelevo, la población disminuye cada año. La gente se muere y no nacen niños. Y la gente que todavía aguanta es porque la medicina la mantiene con vida. La población no se recupera de forma natural. 10 años después de la catástrofe, el 25% de parejas jóvenes eran estériles y las familias jóvenes tenían miedo de tener hijos porque podían nacer con malformaciones.

 

¿Cómo se enfrentan hoy a la vida?

Prácticamente el 100% de la población de nuestra pequeña región tiene la radioactividad en el interior de su organismo. Esta catástrofe se ha instalado dentro de cada persona, de cada familia, y continúa destrozando sus vidas. Sin embargo, lo más sorprendente es que la gente es muy fuerte y no pierde la esperanza ni las ganas de vivir.

Conozco una familia de cuatro personas (madre, padre y dos hijos) que vivía en un pueblo cercano a la catástrofe. Del 26 de abril al 5 de mayo de 1986 permanecieron allí, después los evacuaron y los trasladaron a nuestra región. Actualmente, los padres tienen todos los órganos vitales afectados y no pueden entender como siguen vivos todavía. Los dos hijos, que eran pequeños en la época del accidente, tienen cáncer de tiroides. Todos están muy enfermos, pero siguen trabajando para sobrevivir.

 

Un reciente informe del doctor Sergei Korsak revela que durante estos 30 años el estado de salud y calidad de vida de todos los grupos de edad de la población de la provincia de Buda-Koshelevo se ha deteriorado. Cada año, afirma, hay más enfermos, incluidos los niños, por los efectos del accidente. ¿Qué enfermedades son las más habituales?

Las más frecuentes son las del sistema circulatorio, respiratorio, endocrino y digestivo. Y últimamente han aumentado muchísimo las oncológicas. Después del accidente, durante la primera época, se observaban más cánceres del aparato respiratorio; ahora, cada vez se ven más afectados los órganos digestivos. Las mujeres, además, sufren muchas enfermedades en los órganos sexuales; tienen muchos problemas para tener un embarazo sano: los partos normales son sólo un 10-15%.

 

¿Cuántos niños nacen en perfecto estado de salud actualmente?

Absolutamente sano sólo nace uno de cada tres. Durante los últimos 10 años, las enfermedades genéticas han aumentado en nuestra región: en el año 2005 afectaban al 3,57% de los recién nacidos y en 2015, al 11,6%. Las enfermedades congénitas del corazón han aumentado más del doble.

 

En su libro Voces de Chernóbil, la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura, explica las dificultades que tiene una madre para conseguir que los médicos y funcionarios le extiendan un certificado médico confirmando la relación entre las radiaciones ionizantes y la terrible enfermedad de su hija. ¿Existe un consenso médico para establecer qué patologías están relacionadas con el accidente nuclear?

Para determinar si una enfermedad está relacionada con Chernóbil existe un sistema de diagnóstico de invalidez que fue aprobado por el Ministerio de Sanidad a finales de los 90. Quien determina el vínculo es un comité de expertos.

Pero déjame que te cuente una historia… En la aldea de Kpiuki vivía esta joven mujer con su familia [enseña una fotografía en la que se puede ver a una chica posando detrás de una valla de alambre]. En la época del accidente tenía unos 15 años. La evacuaron a Stari Buda, considerada una zona limpia, donde se casó con un chico de la misma región, que también estaba sano. Sus dos primeros hijos nacieron en perfecto estado de salud. Los hermanos mayores de la mujer habían muerto y sus padres vivían, pero con bastantes enfermedades relacionadas con la catástrofe.

Su pueblo natal estaba muy contaminado, pero ellos lo visitaban anualmente para celebrar una fiesta tradicional religiosa. No creían en la radiación y no tomaban ninguna precaución. Ahora, la mujer tiene un amplio abanico de enfermedades, al igual que sus dos primeros hijos, que habían nacido sanos. El tercero tiene problemas cardíacos; el cuarto ya nació con una patología congénita: tenía el esófago conectado con la tráquea, con lo que, al mamar, la leche iba a parar a los pulmones impidiéndole respirar.

La mujer intentó conseguir el reconocimiento de la invalidez para el niño, pero la comisión de expertos determinó que el trastorno congénito no tenía que ver con el accidente. Con esto quiero decir que es muy difícil lograr que se reconozca que una enfermedad está causada por Chernóbil: el comité trabaja muy bien para determinar que no existe relación.

Muchas personas han desarrollado enfermedades por haber recibido cantidades pequeñas de radiación que a día de hoy siguen su proceso y destruyen sus órganos. Es el síndrome de radionúclidos de vida larga incorporados que en 1997 describió el profesor Yuri Bandazhevski, y que hasta ahora no está reconocido oficialmente. Así, parece que la gente muere de vieja como en cualquier otro país, lo que esconde el sufrimiento, las tragedias humanas relacionadas con la catástrofe.

 

En 1991, usted fundó la comisión Children of Chernobyl (Niños de Chernóbil), que más tarde se convertiría en la ONG actual. ¿Cuál era el objetivo?

Quería salvar a los niños. Al principio, pedimos ayuda a nuestros colaboradores internacionales porque en aquel momento no teníamos ni jeringuillas de un solo uso ni incubadoras. Ahora organizamos viajes de grupos de niños para que puedan salir al extranjero y mejorar su salud, son las llamadas vacaciones de saneamiento. Les acompañan dos médicos, una enfermera y un traductor.

 

¿Cómo ve el futuro para una población que es estigmatizada socialmente?

Lo más importante es que la gente no olvide que la contaminación radioactiva existe y que aprenda métodos para rebajar en la medida que se pueda el impacto sobre sus vidas y su salud. Hay que mantener contactos con organizaciones extranjeras para que la población pueda salir del país para mejorar su estado.

Desde 2003 están aumentando los casos de muerte de jóvenes y adolescentes debido al consumo de drogas, al alcohol y a los suicidios, una estampa que ilustra la situación muy tensa que vive la sociedad en general.

 

¿Qué medidas habría que tomar para no perpetuar la situación?

Las reglas del juego de fútbol y baloncesto son iguales en todo el mundo, pero las reglas de una catástrofe nuclear son diferentes en cada país. Cada uno actúa según sus posibilidades y su voluntad y, el resto, los países vecinos, miran el accidente desde fuera. Los gobiernos procuran siempre tapar la información y hacen ver que no ha pasado nada cuando deberían hacer todo lo contrario, sacar conclusiones para no repetir los mismos errores. Es necesario desarrollar una legislación internacional antinuclear, y nuestra experiencia puede ayudar.

En Fukushima (Japón), por ejemplo, todavía no existen leyes específicas relacionadas con este tema. La gente no tiene elección, está obligada a vivir en zonas en las que no se puede vivir y nadie hace nada.

 

¿Qué le parece que se haya impulsado el turismo a Chernóbil?

Es un tema muy complicado. Es como una moneda, tiene dos caras. La gente tiene que entender qué significa energía nuclear, pero es mejor ver fotos y vídeos de Chernóbil que no visitarlo in situ, porque la radioactividad es un enemigo que no se ve.

El mundo tiene que ser muy consciente de qué pasará en caso de que haya un acto terrorista en una central nuclear o en un almacén de residuos nucleares. Tenemos que trabajar para conseguir eliminar la energía nuclear, en todas sus formas.