No hay alternativa. No existe un plan B. La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es la única opción para evitar los catastróficos efectos que puede conllevar el cambio climático durante las próximas décadas, de los que ya estamos empezando a experimentar un inquietante adelanto en forma de fenómenos meteorológicos extremos, inundaciones, huracanes, sequías e incendios de unas dimensiones y frecuencia desconocidas. Y en ella deben profundizar las casi doscientas delegaciones nacionales que participan hasta el viernes en la COP-23 de Bonn (Alemania), que se celebra un año después de la entrada en vigor del histórico compromiso alcanzado en París en 2015.

Existen algunos datos tímidamente alentadores: las emisiones globales de dióxido de carbono se mantuvieron estabilizadas el año pasado por segundo consecutivo, aunque las emisiones conjuntas de todos los gases de efecto invernadero a la atmósfera, los causantes del calentamiento global, aumentaron un 0,5%, alcanzando la cifra de 49,3 gigatoneladas (unidad que equivale a mil millones de toneladas).

Disminuye el volumen de dióxido de carbono pese a la recuperación económica

Los gases distintos al CO2, entre ellos el metano relacionado con la actividad agrícola y ganadera y el óxido nitroso, suponen el 28% del total de emisiones, y estos aumentaron su presencia en la atmósfera en un 1%, según datos publicados por la Agencia de Evaluación Ambiental de los Países Bajos. Los grandes agentes causantes de esta fracción de las emisiones globales son la producción de combustibles fósiles (25%), la cría de ganado (23%) y la producción de arroz (10%). Con su aportación, la cifra global de emisiones del año pasado subió hasta las 53,4 gigatoneladas.

Las emisiones estrictamente de CO2 se estabilizaron o disminuyeron en todas las grandes economías del planeta excepto en la india, donde se dispararon un rotundo 4,7%. Rusia y Estados Unidos lograron rebajarlas en un 2%, Japón un 1,3% y la Unión Europea, China y el resto de potencias integradas en el G-20 se quedaron como más o menos como en 2015, que es mejor que nada.

Por su parte, las emisiones generadas por los sectores energético e industrial, que suponen una parte fundamental del total, permanecieron estancadas en 2016 por tercer año consecutivo, según los cálculos de la Agencia Internacional de la Energía.  No habían dejado de incrementarse de manera sostenida desde mediados de la década de 1980, con la única excepción de 2008, cuando el inicio de la crisis económica global las hizo descender ligeramente.

Pero en los años siguientes, pese a la profunda recesión económica internacional, volvieron a aumentar. Desde el 2000 venían creciendo a una media del 2 al 3% anual. 2015 fue el primer año en que no subieron a pesar de que las cifras macroeconómicas sí lo hacían, una tendencia inesperadamente positiva.

Abandono del carbón

La cifra global del CO2 emitido por fábricas y centrales eléctricas el año pasado fue de 35,8 gigatoneladas, similar a la de los dos años anteriores, a pesar de que la economía mundial creció un 3,1%. Las causas de este parón son el incremento en la aportación a la factura energética mundial del gas y las energías renovables y el progresivo abandono por parte de China del uso del carbón, que había llegado a provocar gravísimos problemas de contaminación atmosférica en sus ciudades.

Los dos principales contaminadores del planeta, China y los Estados Unidos, vieron reducirse su volumen de emisiones relacionadas con el consumo de energía. Las del país asiático, en un 1%, cuando su economía creció nada menos que un 6,7%. En el americano, bajaron un 3% pese a un crecimiento del PIB en un 1,6%.

Pero cuando parecía que se empezaban a notar los efectos de la nueva política energética más sostenible de la administración Obama, apareció Donald Trump para desmantelar el legado ambiental de su predecesor, favoreciendo de nuevo la quema de carbón y las prospecciones petrolíferas en zonas protegidas y cumpliendo su amenaza electoral de apartar al país del compromiso climático mundial (su delegación en Bonn es de perfil bajo). Por decisión de Trump, el de Washington y el régimen dictatorial de una Siria en guerra civil son en estos momentos los dos únicos gobiernos del planeta que no se comprometen con la lucha para salvar el clima.

España tiene uno de los peores registros de una Europa que contamina cada vez menos

Sin embargo, aunque las emisiones de CO2 se hayan estabilizado y que la industria y la producción de energía contaminen cada vez menos, lo cierto es que estamos ya en un 145% por encima de las de los niveles preindustriales y la presencia del CO2 en la atmósfera alcanzó en 2015 la cifra de 400 partes por millón (ppm), que el año pasado ya eran 403,3 ppm. Según la Organización Meteorológica Mundial, se trata de la mayor concentración en los últimos 800.000 años y la agencia medioambiental de la ONU considera en su último informe que pone en serio riesgo la consecución del objetivo de París de limitar el incremento de la temperatura media del planeta para 2100 en no más de 2 grados centígrados.

La suma de la reducción de las emisiones comprometidas por los todos países firmantes de París supone apenas un tercio de las necesarias para lograr la meta de los 2 grados, que los científicos sitúan como el límite a no sobrepasar si no queremos que las consecuencias sean irreversibles y pongan en riesgo la vida tal como hoy la conocemos. La nuestra incluida.

Con la retirada, falta por ver si definitiva, de Estados Unidos, el liderazgo de la lucha para frenar el calentamiento global se dirime en un pulso entre Europa y China. De cara a 2020, la UE se ha comprometido a reducir en un 20% sus emisiones (respecto a las de 1990), su consumo total de energía procedente de las renovables y su eficiencia energética. En el horizonte de 2050 plantea incluso entre un 80 y un 95% menos de CO2 lanzado a la atmósfera.

Desde luego, quien no le ayuda a avanzar en este compromiso es España, uno de los países que se verán más afectados si no se revierte la tendencia alcista de las temperaturas. Sin contar Turquía y tres estados de reducido tamaño y población (Malta, Islandia y Chipre), España, cuyo Gobierno ha aprobado leyes muy lesivas para las energías renovables, presenta los peores resultados de los países europeos de la OCDE. Entre el año de referencia de 1990 y 2014, las emisiones españolas de CO2 aumentaron un 17%, muy lejos de los logros de Alemania (-26%), Reino Unido (-31%), Francia (-14%), Italia (-19%) o Polonia (-19%).

Evolución de las emisiones del conjunto de gases de efecto invernadero 1990-2016