Los fuegos artificiales suelen poner el broche de oro en numerosas celebraciones en todo el mundo: embellecen, para la mayoría, noches como la de fin de año o verbenas como la de San Juan, además de las fiestas mayores de la mayoría de nuestros pueblos y ciudades, que se suceden en verano. Pero no son tan bonitos como parecen. Al menos no para el medio ambiente y la fauna.

Petardos y cohetes tienen un alto coste para nuestro entorno. Contienen, además de pólvora, cartón y plástico, otros múltiples compuestos químicos con los que se consiguen los distintos colores y efectos estéticos: estroncio para el rojo, bario para el verde, cobre para el azul, aluminio para el blanco y rubidio para el púrpura... Entre sus ingredientes, también destaca el uso del perclorato de potasio o de amonio.

El denso humo empeora todavía más la pésima calidad del aire en muchas urbes 

A causa de la adición de estos elementos, el humo de los fuegos artificiales está formado por minúsculas partículas metálicas (de un tamaño que puede alcanzar varias micras) que contaminan considerablemente el aire y suponen un riesgo para la salud humana, sobre todo para las personas con antecedentes de asma o problemas cardiovasculares.

Así lo constató un grupo de investigadores del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC), dirigido por Teresa Moreno, en 2010, tras analizar, entre otros, los niveles de partículas metalíferas del aire en la ciudad de Girona durante la noche de San Juan de 2008 (23 de Junio) y los días posteriores: los científicos analizaron más de 30 elementos y compuestos químicos durante mayo y junio, y confirmaron que los niveles de plomo, cobre, estroncio, potasio y magnesio se disparaban después de los espectáculos pirotécnicos.

El denso humo de los fuegos artificiales empeora todavía más la pésima calidad del aire en muchas urbes. En Pekín, el pasado febrero, el lanzamiento de petardos para festejar el Año Nuevo Lunar disparó los índices de contaminación de la capital china y la concentración de micropartículas PM 2,5 –partículas en suspensión de menos de 2,5 micras que pueden causar daños en los pulmones y en el riego sanguíneo– se multiplicó por 25 en siete horas. Los peores registros chinos se superan en India durante el festival hindú Diwali.

Cohetes y petardos sin ruido

Los residuos no quemados y el polvo que caen del cielo acaban en el suelo o en el agua. En 2007, un grupo de científicos detectó en lagos de Estados Unidos cercanos a espectáculos pirotécnicos desde 2004 a 2006 el aumento de percloratos, una familia de compuestos de cloro y oxígeno muy reactivos, utilizados también por la NASA para impulsar naves espaciales: la concentración aumentó hasta 1.000 veces el valor medio después de las celebraciones del 4 de julio, Día de la Independencia, en las que son habituales los fuegos artificiales.

Por si fuera poco, los petardos y las hogueras provocan miles de incendios forestales. Hace tan sólo dos años durante las fiestas patronales de Cullera (Valencia), el castillo de fuegos artificiales acabó incendiando el monte, antes incluso de que acabara el espectáculo. El evento, patrocinado por el ayuntamiento de la localidad, tuvo lugar a pesar de la alerta por riesgo máximo de incendios forestales. El material pirotécnico también causa numerosos accidentes tanto en las fábricas como durante su uso en las fiestas: en los últimos 20 años al menos 59 personas han muerto en una treintena de explosiones únicamente en empresas españolas del sector.

Las aves huyen despavoridas de sus nidos y chocan contra edificios

Asimismo, el ruido de los petardos puede provocar lesiones auditivas, puesto que puede llegar a alcanzar los 120 decibelios –el máximo permitido por la legislación española (Real Decreto 563/2010)–. “Se considera que 85 decibelios durante un máximo de ocho horas es el nivel máximo de exposición sin riesgos. El espacio de tiempo máximo admisible disminuye a medida que aumenta la intensidad del sonido. Por tanto, un ruido que alcance los 100 decibelios –el nivel producido por un tren subterráneo– únicamente se puede escuchar sin riesgo durante 15 minutos al día”, establece la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el estudio Escuchar sin riesgos.

El ruido afecta aún más al resto de animales, tanto a los salvajes como a los domésticos. Además de dañar permanentemente su salud auditiva, éstos asocian los estruendos a un posible peligro inminente e impredecible que les provoca gran estrés y pánico, y reaccionan de forma incontrolada y peligrosa. Los petardos están detrás de la muerte de centenares de aves, que huyen despavoridas de sus nidos y chocan contra edificios y otros obstáculos.

Para no dañar la fauna, y tras la presión de los grupos animalistas, algunos ayuntamientos italianos han empezado a reducir los estruendos en sus celebraciones e incluso emplean cohetes y petardos sin ruido. Es lo que hizo el pasado año el municipio de Collecchio, situado en Parma (región Emilia-Romaña). Los fuegos, dicen, “no tienen nada que envidiar a los tradicionales desde el punto de vista del espectáculo”, pero sí que respetan al resto de habitantes del planeta. Porque nuestro ocio no tiene por qué ser destructivo.